18 julio 2011

Amateurismo(s)

He vuelto a sentir molestias en “el sur del continente” en estos días de verano. Estoy persuadido de que pudiera tratarse solo de una reacción alérgica a ciertos alimentos, particularmente a vegetales rojos, como el chili y el tomate, o quizás a determinados condimentos. Lo malo de esta situación, es que no tengo todavía un diagnóstico definitivo; por lo que he preferido dejar pasar unos pocos días para hacerme un exhaustivo chequeo cuando regrese a casa, la semana próxima.

Comienzo con una nota bastante personal esta entrada, porque, una vez más, he caído en cuenta que tengo la tendencia a averiguar, a investigar la naturaleza de las cosas. No estoy muy seguro si tendría los recursos y habilidades requeridas para ser un buen detective; pero siento que hay algo inveterado en mí, que me impulsa a ir buscando motivos, relaciones, implicaciones y explicaciones de todo asunto, término, incidencia o circunstancia con la que me topo día tras día, justo como la que he comentado en este caso, cuando comienzo este artículo.

A simple vista podría creerse que se trataría de una faceta hipocondríaca de mi personalidad; pero no, no se trata de eso; es simplemente que me gusta inquirir en los significados e implicaciones que tienen las cosas. Dicho de mejor manera: lo que pasa, es que soy un “inquisidor” (de inquirir, averiguar) natural; o, si se prefiere, un investigador “amateur”. En este punto, hago la digresión de porqué es que la Academia no ha intervenido todavía en la escritura de este último terminillo, del que he encerrado entre comillas, si se pronuncia “amater” y no amateur; en cambio, no decimos “amaterismo”, sino amateurismo… Son éstas las contradicciones que parece tener la lingüística, las mismas que no logro absolver aunque me ponga, como averiguador amateur que soy, a investigar sus motivos.

Pero hay una contradicción aún más intensa en la palabra “amateur”; y ella contiene una condición que llega a lo paradojal (al “oxymoron” latino) y está propiciada por el sentido original y etimológico de la palabra amateur que quiere decir “amante o amador”. Porque un profesional en su oficio, podría ser a la vez un amateur si lo hace por amor a la causa, por amor a su actividad, por la pura afición de hacerlo. Porque, el diccionario define más bien como amateur a quien “sin ser profesional”, ejerce un oficio, ciencia, disciplina o especialidad. Es también requisito del amateurismo no recibir pago o compensación, o no haber recibido entrenamiento formal. Este es el caso de ciertos deportistas o personas dedicadas al ejercicio de una determinada especialidad, que supuestamente lo hacen sin recibir ningún tipo de emolumento. Esto sucedía antes en los deportes olímpicos, pero desde hace unos pocos años, esta condición (que antes era un obligatorio requisito) solo es ya válida exclusivamente para el boxeo.

El término amateur es también usado cuando nos referimos a un nivel inferior de organización o habilidad, como cuando hablamos del deporte amateur, como cuando nos referimos a alguien que carece de la experiencia necesaria. En este sentido, ser un amateur equivaldría a lo que se dice en mi tierra utilizando una palabra que viene del quichua, en el sentido de bisoño o inexperto: “guambra”. En este caso, justo como en el uso de la palabra amateur, guambra puede ser utilizado como adjetivo o sustantivo, de idéntica forma que la otra acepción castellana que puede usarse con similar sentido; me refiero a “aficionado”. Un aficionado es quien tiene o practica un oficio, o quien tiene afición por una determinada actividad o espectáculo.

En los casos precedentes la connotación de amateur es empleada con un sentido más bien negativo, la de quien tiene poca experiencia, es inepto o incompetente: la del diletante o informal. Pero es el otro sentido, el positivo, el que realmente me interesa: el relacionado con la posibilidad, inclinación o tendencia a efectuar o ejercer actividades y oficios por el puro placer de hacerlo, con la predisposición de hacerlo por amor, como amador o amante, por satisfacción, por las ganas de disfrutarlo. Y aquí está justamente lo paradojal: en la necesidad de hacer lo que hacemos, sea por dinero o por académica preparación, pero con el espíritu de quien lo hace por afición, como un amateur. Por puro amor!

A lo largo de mis cortos años de práctica como aviador (“de mi experiencia…”, como, con ingenuidad, decía un inexperto copiloto que alguna vez conocimos), tuve la oportunidad de tratar con muchísimos profesionales; muchos lo hicieron por estar entrenados técnicamente para hacerlo, la gran mayoría lo hizo por una renumeración (lo cual nada tiene de malo y es más bien perfectamente lícito), pero solo muy de vez en cuando (o de cuando en vez) encontré colegas que lo hicieran con la afición de quien estaba enamorado de lo que hacía. Creo que en esta aparente contradicción estaba el secreto de su profesionalismo y de su personal ética profesional: en hacer por amor lo que habían aprendido a hacer por oficio. Es más, creo a mis años, que ésta es la única definición válida de profesionalismo, la de quien ejerce un oficio o actividad por tener la necesaria preparación, que recibe una correspondiente retribución, pero que lo hace con entrega y satisfacción. Esto es lo que, en aviación, en inglés se conoce como “airmanship” y que como tanto “oxymorón” es también difícil de ser traducido.

Es apasionante el sentido que tienen algunos términos; pero es apasionante también aquello relacionado con las convenciones oficiales para escribirlos. Trato de titular esta entrada como “amateurismos”, pero mi corrector gramatical, el que está incorporado a mi ordenador, me indica que el término en plural no existe y que me contente con escribir “amateurismo”. Lo que pasa es que los señores de la Academia a veces insisten en actuar como “guambras”, aunque nadie discuta su enjundioso y reconocido profesionalismo…

Chicago, 18 de Julio de 2011
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