13 julio 2011

Villano en el corazón

Paso, estos días, tres o cuatro veces por semana sobre VLN. Es VLN una estación omni-direccional ubicada a medio camino entre Winnipeg y Minneapolis. Se trata del VOR de Lumsden, imagino que las siglas de identidad le han sido escogidas tomando consonantes de los dos términos. Pero este VLN nada tiene que ver con el VLN que conocí hace ya cuarenta y dos años en el Oriente ecuatoriano, cuando en mis tiempos de copiloto del Douglas de TAO, volaba entre Pastaza y Curaray hasta cinco veces diarias; es decir cuando sobrevolaba Villano hasta un total de diez veces por día. Eran los tiempos en que Anglo había retomado los trabajos de prospección petrolera iniciados treinta o cuarenta años atrás por la Shell y había adecuado un par de pistas de hierba para sus operaciones de abastecimiento.

Ese Villano quedaba justo en la mitad de la ruta entre la pista de Río Amazonas en Pastaza, población que era también conocida como Shell Mera, y la pista de San José del Curaray, donde existía además un pequeño destacamento del ejército. Un río de recodos sinuosos, cuyos amplios y turbios meandros se confundían con innumerables pantanos de formas caprichosas, acompañaba en la navegación durante gran parte del viaje. Pocos minutos después de despegar de Pastaza, se ponía rumbo a levante, dejando hacia estribor un pequeño caserío avecinado a una pista abandonada; correspondía a la aldea de Canelos. De ahí en adelante el terreno se tornaba irregular y luego de cruzar una pequeña línea de montañas incipientes, asomaba el estrecho valle del campamento de Villano.

Poco más tarde, un muchacho medio escuálido, con ínfulas de esbelto y con solo diecinueve años (yo mismo), fungía de prematuro comandante de un pequeño avioncito canadiense diseñado para operar en pistas cortas: el inolvidable y jamás superado Twin Otter. Ahí, estuvo a mi cargo la congestionada y siempre insuficiente movilización de personal hacia diferentes campamentos orientales (“locaciones” les llamaban impropiamente). El Twin tenía capacidad para solo veinte pasajeros; pero como los usuarios eran generalmente oriundos de la región y venían con un rectangular cajoncito de madera que les servía de valija, confieso que más de una vez habremos abusado de la perentoria característica de la intensa operación, para solicitar a quienes estaban “en lista de espera” que se sentasen sobre su propio equipaje, que se ajustasen el cinturón y que... gracias por volar en Transportes Aéreos Orientales! Fueron los suyos apellidos que siempre se repetían; quien no era Grefa o Tapuy, se llamaba Calapucha; y quien no, se llamaba Andi, Jumbo, Shiguango o Huatatoca. Porque parecían no existir otros apellidos en la selva, y en esas improvisadas y apretujadas listas de viaje.

A Villano fue que un día me enviaron para transportar nada menos que a un individuo enjuto y nada flemático, de porte altivo, sobrio y circunspecto que ejercía en esos días, una vez más, como presidente: José María Velasco Ibarra. Velasco, como ya lo he comentado, no solo que me pidió que le permitiese sentarse de copiloto, sino que a sus años, pareció disfrutar como un muchacho cuando le insinué si es que quería tomar los controles de mando… Villano era un nombre que se repetía en forma tan insistente que podía haberse convertido en sinónimo de monotonía, pero más bien será en mi memoria, el nombre de una pequeña pista de césped de la que siempre tendré recuerdos inolvidables.

En una ocasión salía de regreso a Pastaza hacia la mitad de la tarde. En eso, logré escuchar una señal de emergencia que venía de otra aeronave. Estaba piloteada por un piloto cubano llamado Roberto Verdaguer que volaba por coincidencia en otro Twin Otter. Él había tenido que apagar el motor izquierdo y como había empezado a perder altitud, se encontraba perdido, o por lo menos desorientado. Le pedí información de las características del terreno que sobrevolaba y me pareció reconocer, por los indicios que me daba, que se trataba del río Nushiño, que corre hacia el oriente, un poco al norte de Villano. Subí rápidamente a siete u ocho mil pies de altitud, mientras hacia esfuerzos para ubicarle. De manera casi providencial pude localizarle para aportar a su tranquilidad y ayudarle en su orientación, para que pudiera luego poner rumbo a Curaray, desde donde lo llevé de regreso a Pastaza un poco más tarde. Desde ese día pasó a llamarme como “su salvador”; fue esa una coincidencia milagrosa, feliz e imborrable.

Otra tarde volaba con otro colega. A él lo recordaré siempre con afecto por su sentido de dignidad y simpatía; me pidió que lo acompañe en el DC-3, para celebrar que la Aviación Civil había autorizado mi entrenamiento en el Douglas como comandante. Salíamos de Villano hacia Pastaza y como estábamos con el avión vacío, quiso demostrarme las bondades del venerable C-47. Procedió entonces a apagar el motor derecho por medio de un procedimiento que tienen los aviones de hélice, llamado “embanderar el motor”, que consiste en reorientar la posición de la hélice para evitar la resistencia al avance. Pero, no teníamos la velocidad mínima para poder revertir el procedimiento, justo cuando el nivel del terreno empezaba a alcanzar ya la altura de la aeronave… Todo pudo haber terminado en tragedia aquella inocente tarde! Al final, reconocimos la precariedad del momento y con un viraje oportuno pusimos rumbo de regreso, para, luego de sacrificar altura, obtener la velocidad necesaria para reencender aquel motorcito terco y empecinado… Él se llamaba Marcelo Alemán; le decían “el negro”; era un moreno de alma blanca, un caballero a carta cabal, un hombre bueno a quien siempre distinguiré como lo que fue: un compañero inolvidable.

Por eso, cada vez que sobrevuelo VLN, pienso en la nobleza del Villano de mi mocedad y caigo en cuenta de la contradictoria significación que el término tiene en el diccionario, la de alguien rústico y descortés, carente de hidalguía y de linaje. El Villano de mis añoranzas nada tiene de indignidad; y es hoy en día una pequeña aldea en medio de la selva que se ha ido quedando sin villanos (vecinos de la villa), y a la que siempre recordaré como tierra de gratas experiencias y como patria tutelar de antiguos e imperecederos recuerdos profesionales.

Chicago, 14 de julio de 2011
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