05 julio 2011

Liutenant Columbo, no more!

“- Ah, y una última cosa más, señor, es que casi me olvidaba… la noche de la trágica muerte de su esposa, usted…”

Es triste, pero, me estoy quedando ya sin héroes. Como decía el Julito Mera: “lo que pasa, capitán, es que ya están disparando cerca”. Y yo completaría aquella sentencia y diría que no es tan grave el que estén disparando, que lo que pasa es que los que están disparando, lo están haciendo sin apuntar, como si quisieran y no quisieran acertar; porque con ese loco disparar, a todos y a nadie a la vez, no sabemos ni hacia donde tenemos que correr, ni en donde es que tenemos que ocultarnos; y así todos terminamos convencidos que el fin se está poniendo cerca…

Lo vi por primera vez cuando actuó en una de las dos más entretenidas y cómicas películas que haya visto en mis años de vermouth de domingo; era una comedia que ridiculizaba la ambición y la avaricia; se llamada “El mundo está loco, loco, loco” (la otra fue “La fiesta inolvidable”, con Peter Sellers). Ahí, Peter Falk, forma parte de un elenco de excepción, en un largometraje que cautiva por sus incidencias, por sus ocurrencias y sus disparates. Es una película que consigue fascinar a los niños de todas las edades. Ahí ya se manifiesta ese gesto inquisidor que él expresaba con tanta naturalidad, por haber tenido la desgracia de haber perdido muy temprano ese ojo que luego le habían reemplazado por uno de vidrio. Es inolvidable la escena final de la película, en la que el ansiado tesoro es encontrado bajo unas palmeras en forma de “doble ve” (w); y en donde, al final de ese demencial tira y afloja, entre los que aspiran al codiciado botín fabuloso, el dinero cae desde las alturas y se va esfumando poco a poco por los aires…

Pero fue en Columbo, en esa serie que se convirtió en una de nuestras preferidas, si no en nuestra favorita, en la que se puede decir que Peter Falk se confundió con el personaje que representaba. Si lo hubiéramos topado andando por la calle, no nos hubiera llamado la atención si lo encontrábamos con su corbata desajustada y esa gabardina de color habano, con la que parece que hasta dormía y que no se la sacaba ni siquiera para bañarse. Porque el detective Columbo, con su cabello alborotado, con el cigarro en el filo de los labios, con el talante inquisidor de su sesgada mirada, con su gabardina desaliñada de cuello desarreglado, ha de ser siempre recordado como el individuo persistente, el policía intuitivo y perspicaz.

Y en medio de todo, estaba esa, su callada sagacidad, con la que se enfrentaba a los arrogantes que lo subestimaban, a los poderosos que se burlaban de su aparente ingenuidad. Ese era Columbo, el policía que nunca necesitó exhibir o portar un arma… La serie se filmaba en las mansiones de Los Ángeles. Era una repetida trama que invertía las cláusulas del episodio, porque los espectadores sabían desde el principio quién era el autor de los asesinatos. De modo que lo que ellos esperaban ver era cómo él habría de resolver el caso, usando su agudo sentido. Porque Columbo, el detective italo-americano que simulaba haber extraviado sus apuntes, siempre engañaba con su distraída apariencia. Nunca refería su nombre de pila; y si algo seducía en su apostura eran justamente sus conclusiones simples, metódicas y rigurosas, que no hacían juego con su descuidado sobretodo.

Porque Columbo se ganaba pronto la confianza del criminal, e inclusive lograba conquistar su renuente simpatía, haciéndole creer que sospechaba de otro distinto personaje, para luego usar sus comentarios y errores para incriminarlo, y entonces resolver el crimen. En uno de los episodios Columbo confiesa su tendencia a marearse en los barcos y en los aviones; entonces le preguntan que cómo puede tener esa deficiencia si posee tan emblemático y linajudo apellido (Colón, el apellido de nuestro “otro héroe”, el almirante, se dice Columbo en inglés); y él, con todo desparpajo, contesta: “verá usted señor, yo realmente no lo sé, ese individuo creo que era de otra rama de la familia”…

Columbo fue una especie de Sherlock Holmes, uno hecho para disfrutarlo de otra manera, esa otra manera fácil que la televisión nos entrega… La pipa había sido reemplazada por el cigarro, la lupa por los apurados apuntes extraviados en los bolsillos de la arrugada gabardina. Watson ya había desaparecido; las sentencias y los recursos de su sabiduría, Columbo endilgaba a su esposa ausente, de la misma que siempre hablaba pero quien jamás aparecía. Su mejor lección era esa sencillez y humildad con que hundía y desbarataba la altanería de los poderosos, con su perseverante curiosidad, con esa incordiarte tenacidad, con que atormentaba a los “malos”, y con la que a nosotros, “los buenos”, nos deleitaba, nos embrujaba y nos defendía…

Pero… Columbo fue Peter Falk; y sin Falk ya no habrá otro Frank Columbo. Ver a otro actor en ese mismo papel, sería algo que ya nunca más podría interesarnos. Porque desaparecido Peter Falk, victima de su Alzheimer y de su demencia senil, lo único que nos ayudará a hacerle reverencia será siempre la memoria del papel que interpretaba y que siempre se mezcló con su inconfundible simpatía… Paz en tu tumba, Peter Falk! Siempre me harás acordar de la primera mentira fabulosa que escuché alguna vez en la vida; aquella que una noche escuché a mi padre, cuando se había cubierto un ojo con una moneda y vino a casa y nos dijo: “me sacaron el ojo que me molestaba y mañana me lo cambiarán por uno de vidrio!”

… Ah, y una cosa más señor, es que casi me olvidaba… No vaya a andar cerca de donde sea posible que se cometan crímenes. Está demostrado que los asesinatos son malos para la salud, y no siempre pueden evitarse…

Chicago, 5 de Julio de 2011
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