20 julio 2011

Treinta y ocho que no juega!

De lo que recuerdo de mi curso de seguridad aérea realizado en Suecia –son ya veinte años – había unas pocas diferencias entre accidente e incidente aéreo. La filosofía de dichas diferencias está contenida en el Anexo 13 de la OACI; ahí se destaca que accidente es toda ocurrencia o suceso que acaece durante la operación de una aeronave en vuelo, siempre que se produzcan las siguientes características: que resulte en consecuencias fatales o que se produzcan serias lesiones a las personas; que se produzcan serios daños o fallas estructurales en la aeronave; o que la misma desaparezca o quede en un lugar inaccesible.

Tal pareciera que la aviación estuviera ligada a la ocurrencia de accidentes. A veces me preguntan mis amigos si alguna vez he tenido o he sufrido un accidente aéreo. Esta es también una de las preguntas imprescindibles cuando se llena un formulario de aplicación para cualquier empleo aeronáutico. Es más, las compañías piden ahora, de manera regular, sendas cartas de certificación de los empleadores anteriores confirmando la ausencia, en la hoja de vida, de dichos accidentes o incidentes. Y claro, yo contesto siempre que no; aunque bien visto, medito una vez más y tengo que terminar confesando que sí, que ya han pasado treinta y ocho años, pero… que sí, que sí he tenido un milagroso accidente!

La definición a que hago referencia parece ser bastante clara; pero, como en toda definición, en la que intervienen varias circunstancias, da lugar a opuestos criterios e interpretaciones subjetivas. Esto, por una serie de diferentes motivos; entre otros, por la definición de lo que es “tiempo de vuelo”, porque podría darse el caso de que una persona se vea involucrada en un accidente “aéreo”, sin que la aeronave afectada se encuentre realmente en vuelo! Y no hablo solo de los despegues o aterrizajes; porque la consideración tiene alcance mientras la persona o personas afectadas se encuentren en la aeronave durante el tiempo transcurrido “desde el embarque hasta que se produce el desembarque”. Esto fue lo que un día le sucedió a uno de mis cuñados, cuando se encontraba en su asiento en la plataforma de Guayaquil y los mecánicos retiraron los pasadores del tren de aterrizaje, sin que se hubiese presurizado previamente el sistema hidráulico… Como resultado el avión cedió por su peso y los sorprendidos pasajeros estuvieron comprometidos en un insólito accidente “aéreo”…

Lo que quiero aquí es comentar una incidencia que me aconteció en la aislada y diminuta pista de Conambo, un campamento petrolero ubicado en una estrecha hondonada ubicada a medio camino entre Curaray y Montalvo, hacia el oriente - sur oriente de Pastaza. Sucedió hace ya treinta y ocho años. Siempre lo consideré como un “incidente”, pero cuando reviso la definición caigo en cuenta que lo que nos sucedió, esa extraña e inolvidable tarde, fue realmente un “accidente”. ¿Por qué es que estuve convencido de que no fue un accidente? Pues por razones que entonces me parecieron claras: nadie resultó golpeado o herido; el avión sufrió un golpe en el tren de aterrizaje, pero el daño resultó de tal naturaleza que el avioncito pudo volver a salir volando; es más, el avión volvió enseguida a la línea de vuelo, luego de haber recibido una breve reparación y, tan pronto como al día siguiente, ya estuvo otra vez operando normalmente.

Pero… ahora que lo miro con el beneficio de la retrospección (¿hay una manera más exacta en español para decir “hindsight”?) creo que si nunca consideré ese crítico momento como un accidente, fue solo por eso: porque yo mismo nunca quise convencerme que lo era; en suma, porque yo no quise que lo sea! Porque tampoco quise que nadie sepa que lo tuve, o que tuvimos, tal accidente…

Quiero entonces contar lo que ocurrió. Por lástima el otro piloto involucrado, que a la sazón fungía como mi alumno, pereció poco más tarde en otro lamentable accidente. Volábamos el Twin Otter de TAO y a mí se me había encargado dar entrenamiento, en esa aeronave, a un muchacho de gran índole personal y gran sentido profesional. Era oriundo de la región oriental y se llamaba Carlos Granja. El entrenamiento estaba en sus fases finales; Carlos estaba a punto de recibir su chequeo y habilitación como flamante comandante del Twin Otter. Conambo era una pista muy corta y de una sola dirección, los vientos y la turbulencia de la tarde la convertían en una pista bastante crítica y peligrosa; pero mi intención había sido dejarle que haga la aproximación para que se fuera a volar solo a las pistas más largas, en posesión de una mayor confianza con el aparato…

Traíamos vituallas y víveres para dicho campamento aquella tarde. El venía en el lado izquierdo, hecho cargo de los controles. Hubo mucha inestabilidad debido al calor y a la presencia del río que corría junto al barranco donde empezaba la pista. Fue solo cuestión de un segundo y en el momento mismo de poner ruedas en esa improvisada pista de solo poco más de doscientos metros, vino una ráfaga intempestiva, una como corriente descendente en el borde mismo del barranco. La reacción de Carlos fue un tanto tardía y la posición de los aceleradores no me dio opción para “meterle mano” y conseguir ayudarle. Entonces, el tren izquierdo golpeó de forma imprevista contra el borde de la pista… fue cuando decidí asumir el control y conseguí que el avioncito fuera desacelerando en forma tortuosa hasta que por fin se detuvo hacia el final de la pista de aterrizaje…

Apagué motores y bajé del avión; tuve  esa misma extraña mezcla de pena y culpabilidad que una vez sentí de niño cuando habíamos dejado caer desde un tercer piso a una pequeña perrita que teníamos en casa…Se había roto y desintegrado el paquete del amortiguador izquierdo; y ahora yacía el avión con un ala mucho más arriba que la otra.   Sí, creo que realmente fue un accidente; pero siempre lo quise considerar como un incidente, porque solo quise juzgar lo que fueron sus consecuencias… Hoy lo reconozco, treinta y ocho años más tarde!

Anchorage, Julio 20 de 2011
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