14 julio 2011

Flying time...

Uno debería tener la oportunidad de viajar cinco días hacia el futuro, para poder así regresar a ver y darse cuenta de lo irracional que uno actúa cuando está apurado. Han pasado ya cuarenta años desde un día que yo venía manejando de regreso de Ibarra; llovía y era Sábado, era ya un poco tarde y mi única intención era llegar a tiempo al “cambio de aros” de la hermana de una enamorada, que como todas las de aquel tiempo, estaba convencido que sería “la” mujer de mi vida. Yo venía en el límite de la velocidad y de la demencia, y lamentablemente papá venía a mi lado. Yo no le había prestado atención a su presencia porque me había parecido que dormía y que venía descansando. Al salir de una curva estrecha, en Otón, el auto derrapó un poco más de la cuenta, y entonces, como si nada me dijera, papá murmuró: “si no te matas volando, te vas a matar manejando”…

Estoy a pocas semanas ya de mi inminente retiro; y claro “no me he matado –todavía- volando”. Habría que esperar estas cortas semanas, por aquello de que el pan se quema en la puerta del horno; o las impredecibles que todavía me faltan en la vida, para saber si lo que me dijeron como advertencia, y nunca como intencional profecía, pudiera ser el sino que me pudiera estar acechando… Es increíble pensar que papá ya sería un anciano, con la improbable edad de noventa y cinco; y que, en definitiva, el tiempo pasa raudo y que vuelan los años!

Un día me pidieron una colaboración para un libro escrito por una comunidad de pilotos y ese fue el título que justamente escogí: “Flying time”, para significar el tiempo que vuela y el que los pilotos vamos registrando en nuestros cándidos cuadernos de bitácora. Por ahí van acumulándose esos trajinados “libros de vuelo” que son testigos mudos de nuestros episodios y experiencias, de las incidencias que nos sucedieron; y, como no, de nuestros logros y periplos itinerantes. Pocas veces hablan de los sustos y de las emergencias, jamás de las malas noches, de los malos tiempos, de las renuncias y de los desencantos. Son solo frías cifras, callados guarismos para alimentar auditorias y estadísticas; es solo tiempo que ha pasado, tiempo que hemos pasado en el aire… “volando”.

Cuán fidedigno y auténtico es ese tiempo de vuelo? Nunca es fácil contestarlo! Porque, aun partiendo de la premisa de que se lo haya llevado con un sentido notarial honesto, hay tantas variantes y costumbres, para hacerlo, que sería imposible tener una anotación general que se pueda llamar exacta. Esto, entre otras cosas, porque los pilotos anotamos como “tiempo de vuelo” el tiempo que “se desplaza por sus propios medios” nuestro aeronáutico artefacto. Es decir que la paciente espera en la cabecera de la pista de un congestionado aeropuerto, sería también parte de las horas que cuentan como que las hubiéramos volado.

Por el contrario, hay otras horas que deberían contar como reales, pero que no cuentan como tales a pesar de la experiencia que nos entregan y de lo que ellas aportan para nuestro entrenamiento y proficiente desempeño; son las horas que gastamos en los formidables simuladores de vuelo, repitiendo emergencia tras emergencia, simulando los incendios y las contingencias que no pueden ser duplicadas en nuestros voladores aparatos. Esas son horas intensas que nos hacen humildes y que nos enseñan durante sus sesenta minutos valiosos; es cuando repetimos procedimientos, cometemos errores y seguimos en forma metódica todas esas maniobras y contingencias para las que debemos prepararnos.

Mas, en forma irónica y contradictoria, esas horas que pasamos recluidos en los simuladores de vuelo no cuentan. Y no “valen” sobre todo porque no son reales, porque no las pasamos en el aire. En este sentido, es curioso pero para la acumulación de requisitos, estas horas casi no tienen un valor matemático. Más cuentan, cuantitativamente, las horas que pasamos allá arriba leyendo el periódico o las que gastamos mientras el tiempo vuela pero estamos en el baño…

Es más, hay compañías que están involucradas en vuelos internacionales que requieren que los pilotos anotemos “todo el tiempo que pasamos en el avión en vuelo”, nos encontremos o no a cargo de su funcionamiento, o al mando. Es decir que si la tripulación de un determinado vuelo está conformada por dos equipos completos, habríamos de anotar como experiencia de vuelo, inclusive el tiempo que nos retiramos a mirar una película o a descansar en las literas mientras la otra tripulación se encuentra encargada del mando… Por todo esto, el registro de nuestras horas de bitácora puede ser inexacto, o por lo menos incierto; y mirado con esta óptica, podría decirse que los cuadernos de registro están conformados por horas que no reflejan nuestra real experiencia y aun por otras que no dicen verdad cuando solo en teoría hemos estado realmente “volando”.

Pero, volando o no, afrontando o no malos tiempos y emergencias, lo que cuenta es que ese tiempo, y también el que estuvimos esperando para irnos otra vez y que lo pasamos en tierra, pasó muy raudo: pasó volando! Cuando ya vamos cerca de “colgar las alas” vamos regresando a ver, nos alegramos de que - por lo menos hasta aquí - le hicimos muecas obscenas a la vieja andrajosa de la guadaña; y eso nos da un cierto sentido de realización porque pudimos cumplir, y sentimos un logro personal porque quedó satisfecha una misión. De aquí en adelante, hay que procurar que “como no fue volando, no vaya a ser que no nos pase manejando”…

Lo bueno es que ya no hay que apurarse! Para qué? Si el tiempo es siempre más alocado que uno y está demostrado que siempre va mucho más rápido…

Chicago, 15 de julio de 2011
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