10 julio 2011

Las mujeres y las pelotas

Como hubiera dicho el inolvidable Blasco Moscoso Cuesta, padre de unos buenos amigos que ya no he visto desde hace casi tres décadas: “Amigos, partido e-mo-cio-nan-te! Eran once leones, contra once leones”… La única diferencia sería que quienes esta vez jugaban al incomparable juego del futbol, eran nada menos que mujeres. Es decir que, parafraseando de nuevo al desaparecido comentarista deportivo, habría tenido que decirse que eran “once panteras jugando contra otras once panteras”. Porque al sintonizar por casualidad el partido entre Brasil y Estados Unidos, por el campeonato mundial de futbol femenino que se celebra en Alemania, era eso lo que había que exclamar: que once panteras se habían enfrentado a otras once panteras! O, casi… porque al formidable equipo americano le tocó en suerte jugar por más de una hora con solo diez “hombres”…

Cuando se observa esa entrega, ese coraje y ese formidable pundonor, uno vuelve a creer en el deporte, y comprende porqué algo tan simple como patear una pelota puede convertirse en inspiración para todo tipo de gente y porqué el futbol se ha convertido en lo que es, en el deporte de las multitudes. Y por ello, es que hoy no sé si hablar de “las mujeres y las pelotas” o de “las pelotas de las mujeres”. Porque cuando recién había encendido el televisor, tratando en la fría madrugada de Alaska de encontrar algún tranquilo programa que me asistiese como narcótico, ya se había jugado casi una hora de este fantástico partido. Brasil perdía ya por 1 a 0 debido a una jugaba infeliz de una defensa que había realizado un tiro contra su propia portería. Lo que vino pasó a convertirse en un drama y en una tragedia que, al final, nunca estuvieron exentas de poesía.

En una jugada controversial de la mejor jugadora carioca, en la que no se pudo observar un claro impedimento por parte de la defensa americana, y cuando se jugaban ya cincuenta y cinco minutos del partido, el arbitro concedió un tiro penal a favor del equipo brasilero. Para añadir sal a la herida, como si la concesión del penal no hubiese dejado ya serias dudas de su merecimiento, la jueza decretó además la expulsión de la muchacha de la defensa americana involucrada en la dudosa jugada. Mas, lo que vino después fue para la antología!

Se acercó a cobrar la pena máxima la jugadora brasilera y, habiendo detenido con éxito el fatídico tiro la guardameta americana, la jueza decidió la repetición del cobro aduciendo que una jugadora americana había invadido el área en el momento del lanzamiento. En la repetición se produjo el gol brasilero de igualdad y fue allí cuando el menguado equipo americano reaccionó con gran garra e inspiración, para enfrentarse a la injusticia que podía llegar a incidir en su eliminación del certamen. El controvertido momento pasó a convertirse en un instante crucial porque desde ese instante el público decidió favorecer al equipo norteamericano.

Contra todos los pronósticos el equipo “gringo” empezó a acorralar al afamado equipo contrario, a pesar de estar reducido a solo diez jugadoras. Con este parcial empate habría de terminar el tiempo reglamentario, forzando a un alargue de dos tiempos extras de quince minutos. Entonces, y a pesar del dominio americano en este período adicional, habría de presentarse otra jugada controversial de Brasil que dio la impresión que definiría el partido. Porque el equipo carioca pareció realizar una jugada en aparente posición fuera de juego, cuando su mejor y más talentosa jugadora recibió una pelota difícil desde el borde del área y descolocó a la portera contraria para decretar una inmerecida ventaja. 2 a 1.

Con el público a favor, pero con el tiempo (y en apariencia con la jueza) en su contra, el equipo americano se puso a atacar como fiera herida (o, como fieras heridas, aunque ninguna estaba realmente tan fiera) y logró acorralar con buen juego y enorme pundonor al equipo brasilero. Fue allí que las panteras negras (porque negro era el color de su uniforme) pasaron a dar una lección inolvidable de vergüenza deportiva y a demostrar que no es cierto aquello tan repetido de la debilidad de su sexo. Querían demostrarle al mundo que, a pesar de ser mujeres, podían correr por dos horas seguidas, con pasión y sin descanso, para remontar un injusto resultado a pesar de su señalada inferioridad numérica.

Cuando el enfrentamiento ya agonizaba, e inclusive el equipo sudamericano había empezado a quemar tiempo y a utilizar cuestionables tácticas para enfriar el partido, vino uno de los goles fabricados con más calidad y concretados con más testosterona que yo haya presenciado en mi vida. Vino un centro como para ponerlo en marco y para utilizarlo como tarea didáctica en las escuelas de futbol de varones, aquellas que creen que el futbol de las mujeres es solo pura fantasía. Sí, porque aquel centro certero, perfectamente colocado de la mediocampista, levantando la cabeza para medir con precisión el servicio, solo pudo ser superado por ese cabezazo excepcional de una jugadora valiente, que cuadrando sus hombros al enfrentar el arco contrario, pegó el frentazo limpio, inapelable y letal que remeció las redes del arco brasilero. Gooooooool. Golazo!

Solo un minuto hubiese faltado para que se decrete la defunción del encuentro y con ello la eliminación del equipo americano. Qué frentazo! Qué partido! Lo que vino después fue de drama. Pero un equipo que había jugado por más de una hora con una jugadora menos y que había emparejado el partido en el último minuto, no podía perder esa batalla solo por culpa de una desconcentración del caprichoso destino. Ya en la definición por tiros de gracia, se impuso la fe de las chicas americanas y el equipo de Brasil quedó eliminado.

Qué machas pueden ser las que no son machos, sobre todo cuando saben que ya no son muchas! Qué pelotas las de las chicas que juegan a tan varonil deporte!

Anchorage, 11 de julio de 2011
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