06 julio 2011

Disfuncionalidad

Hay palabras que de pronto empiezan a utilizarse con insistencia. Son palabras que quizás yo ya las había oído alguna vez cuando fui muchacho, pero no con la misma frecuencia y, muy probablemente, con un diferente sentido. De pronto, todo el mundo como que las prefiere y las empieza a utilizar; y muchas veces con un sentido que parecería no ser siempre el mismo. Y es que alguien empieza un buen día a utilizarlas con un sentido diferente o dentro de un contexto distinto; o, simplemente, surgen de manera oportuna en una determinada circunstancia y de pronto nadie parece usar ya otros términos que podrían significar lo mismo. Eso sucede, por ejemplo con palabras como sustentable y sustentabilidad (hay quienes prefieren sostenibilidad), o como la que sirve de cabecera a este corto artículo: disfuncionalidad.

Y es que términos como disfunción, disfuncional y disfuncionalidad, han sido con frecuencia usados en los últimos años para significar diversos conceptos que en muchos casos no significan lo mismo. Hace solo una docena de años la palabra disfuncional surgió en el lenguaje de la comunicación cotidiana para expresar la circunstancia de familias afectadas por problemas en su integración, lastimadas por circunstancias como el abuso físico o verbal, la violencia entre sus miembros, la dependencia de las drogas o el alcohol, la falta de cohesión familiar, el acoso sexual o la falta de protección responsable hacia sus miembros más indefensos.

Es así como que de pronto, esto de hablar de que una familia es “disfuncional”, como que pasó a convertirse en un término de moda. Una buena tarde alguien allegado a mi familia me comentó su íntima angustia personal, la de que venía de una familia disfuncional. Habíase abusado tanto del uso del casi flamante término, que nunca me quedó muy claro ni en qué había consistido la mentada disfuncionalidad, ni – si había existido tal disfunción - en qué mismo consistió el efecto de su influencia. A fin de cuentas, algo es disfuncional cuando no funciona como se supone que debe funcionar, cuando algo no cumple con su función o con la intención de lo que debía ser su objetivo. Así, el comentario en referencia, bien pude interpretarlo como simple carencia de integración e identidad; o como lo que pudo ser más trágico y que ya fuera mencionado: una situación afectada por problemas morales y por conflictos relativos.

Sospecho, sin embargo, que durante un tiempo el término empezó a ser utilizado en forma arbitraria e indiscriminada. Es probable que quien lo usó en esa ocasión solo haya querido expresar que provenía de una pareja cuya unión “no funcionó” y que lo que quiso expresar fue la condición de divorcio en la relación de sus padres y no que en su familia hubiesen existido otro tipo de conflictos. Lo cierto es que en estos tiempos que transcurren escucho cada vez con más frecuencia el concepto de la disfuncionalidad; y dada la crisis de valores, tanto en la familia como en la sociedad, poco a poco se va convirtiendo en una explicación, si no en justificativo, para los desarreglos familiares y ciertos comportamientos.

En estos días está justamente concluyendo un proceso jurídico, en el que se ha optado por declarar la inocencia de una joven que todos están convencidos de que es la culpable del homicidio de su propia hija. Las deliberaciones en el juzgado han transparentado los íntimos y perturbadores conflictos de la familia de la mujer que ha conseguido obtener la declaratoria de su inocencia. Hay, cara al atípico comportamiento de los miembros de esa extraña familia, la evidencia de sus abusos, acosos y desencuentros; queda la impresión de que no solo debía de haberse acusado a la madre de la niña muerta, sino a toda esa infeliz familia.

Esto me lleva a reflexionar en el concepto; al convencimiento de que se habla de disfunción no solo cuando hay algo que “no funciona”; o de que una familia es disfuncional cuando ha caído en los vicios del incesto, el acoso sexual, la prostitución u otros similares excesos. Y esto me lleva entonces a advertir que gran parte de las familias que aparentan integración y felicidad, muchas veces caen o caemos en la disfuncionalidad, sea por nuestros ocasionales y temporales conflictos, dentro de lo que puede considerarse como normal, o porque no conseguimos la identidad y la comunicación que son necesarias para evitar dicho mal funcionamiento.

Si bien puede hablarse de ciertos tipos de disfunción, como cuando no funciona adecuadamente un órgano de nuestro organismo; existe disfuncionalidad sobre todo cuando no existe coincidencia de dos elementos básicos: la identidad en los objetivos y la adecuada comunicación en la entidad que sufre de estos síntomas aflictivos. Porque tal disfuncionalidad no es únicamente familiar, puede ser corporativa e incluso social. Habrá disfunción cada vez que uno o más miembros de la correspondiente sociedad, apunten hacia una meta y los demás se esfuerzan en conseguir distintos objetivos. Bien es sabido que no se puede conducir un auto con un pie en el acelerador, mientras que con el otro se aprieta el pedal que esta designado para controlar el freno y detener al vehículo…

La funcionalidad implica por lo menos dos elementos constitutivos: identidad para integrar y adecuada comunicación para ponerse de acuerdo con aquellas estrategias y objetivos. De nada sirve la identidad si no se aplica una eficiente comunicación; y de nada favorece la comunicación si no hay coincidencia en compartir los pretendidos objetivos. Y, si esto es válido para el caso de las familias, lo es también para las empresas, las instituciones y demás cuerpos políticos que dirigen a la sociedad. Caso contrario se producen los abusos, los acosos, las dependencias perniciosas; y así, nadie logra su realización y plenitud, ni tampoco las sociedades logran sus primordiales objetivos. Así es como parece que funciona la disfuncionalidad…

Anchorage, Julio 7 de 2011
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