16 septiembre 2011

Chom kaka chuseyo!

No bien regresé de mi entrevista inicial con Korean Air, cuando pocos días después, recibí una breve llamada del agente que intermediaba mis servicios, comentándome de la exitosa aceptación de mi aplicación de trabajo. El resultado fue para mí un tanto sorpresivo. Esto porque encontré, en mi visita a Seúl, que mi futura compañía tenía unos estándares profesionales muy exigentes y que los parámetros de evaluación que habían sido adoptados eran muy restrictivos: de los diez candidatos que realizamos este riguroso chequeo de tres días en el simulador, habríamos de cumplirlo con satisfacción solo cuatro compañeros; esto, a pesar de que la empresa estaba corta de tripulaciones y que le urgían nuestros inmediatos servicios.

Además, nunca conté con que los chequeos que se realizaban en Corea para la certificación médica fuesen tan exhaustivos y prolijos. Jamás olvidaré la mañana que, a pesar del cambio de hora y la falta de un descanso reparador luego del largo viaje desde Nueva York, tuve que realizar una prueba de esfuerzo en la máquina de trotar, que me habría de dejar, literalmente, extenuado y sin aliento. Las comprobaciones duraron toda esa mañana e involucraron una infinidad de pruebas que habrían de confirmar mi aptitud y buen estado físico.

Solo un mes más tarde, habría de presentarme en el centro de entrenamiento, para cumplir con mi exigente adiestramiento. Para empezar, fui conducido al simulador de vuelo, donde se me habría de proporcionar el curriculum completo del avión que iba a volar, prescindiendo de la condición previa de que ya estaba perfectamente calificado para hacerlo. Cuando este entrenamiento concluyó, me asignaron una serie de vuelos de familiarización, para adaptarme a las rutas, las técnicas operacionales y los que iban a ser mis nuevos procedimientos. Cada nuevo destino requería de dos vuelos de familiarización que se complementaban con uno adicional de chequeo. Con este caprichoso sistema, era lógico que iba a prolongarse más de lo necesario este largo y agotador entrenamiento.

Pronto, sin embargo, estuve en condición de volver a casa para hacer uso de lo que en principio parecía ser lo más atractivo de mi contrato: el poder disponer de trece días libres al mes, luego de cada desplazamiento a Seúl, mi base de trabajo. Cierto es que se gastaban tres días en los viajes de ida y regreso, pero no había contado con los efectos que el cambio de hora produce en el organismo. Llegaba a Seúl desde el Ecuador en horas vespertinas, en las que, para mi sorpresa, se me hacía muy difícil controlar el sueño. Estaba ya despierto, como es lógico y correspondiente, a eso de la medianoche; y habría de dejar pasar toda una semana para empezar a sentir que volvían a la normalidad mis patrones de vigilia y de sueño. Lamentablemente, cuando regresaba al Ecuador pasaba sin poder dormir durante toda la noche; y cuando por fin lograba readaptarme, luego de una larga semana, ya era hora de empezar otra vez un nuevo ciclo completo…

Era Korean Air una empresa gigantesca; su flota superaba los ciento veinte aviones en esos tiempos. Llegué en una etapa que la empresa estaba abandonando las viejas oficinas cercanas al aeropuerto de Kimpo, y empezaba su traslado a flamantes y muy bien equipadas instalaciones, ubicadas en un enorme y flamante hangar que la compañía había construido en el mismo aeropuerto. Allí todos los servicios de registro y de despacho se habían automatizado. Todos los pilotos contábamos con nuestro armario privado en el área de los camerinos, y disponíamos también con servicios de limpieza gratuitos para los uniformes que habíamos usado para cumplir con los programas previstos. Si algo era novedoso era el inmenso comedor, con capacidad para trescientas personas, donde los coreanos acudían a cumplir sus más importante tarea: la de comer a cada rato!

Nos habían alojado en un hotel de privilegio: nada menos que el Ritz Carlton, ubicado en la zona de Kangnam; era uno de los hoteles más costosos que hay en Corea y quizás el más exclusivo. Ahí se nos mantenía, de acuerdo con el contrato, y no teníamos que hacer el chequeo de salida, a menos que hubiésemos sido designados para un vuelo internacional. Esto nos fue haciendo aprender a vivir más ordenados y más organizados; ahora había que tener las prendas de vestir y los efectos personales en su puesto; teníamos que estar pendientes de llevar lo pertinente a la lavadora o tintorería y encargarnos de pequeños asuntos, como antes no lo habíamos hecho…

Pronto, la familia se interesó en venir a visitarme. Disponíamos entonces de dos pasajes libres por año, amén de otros seis con noventa por ciento de descuento! Si algo caracterizaba a esta empresa, que es parte del grupo Hanjín, uno de los “Holdings” corporativos más importantes que hay en Corea (los llamados “Chaebol”), era justamente esta generosidad con los privilegios concedidos a los empleados. Éramos no menos de tres mil pilotos y calculo que esta cifra habría de extenderse hasta la de quince mil, al contar a todo el personal de vuelo… La gran ambición de la empresa era ya, y desde entonces, la de ubicarse como una de las tres más grandes y vigorosas en el mundo de la transportación aérea.

Y la familia vino a visitarme y a saborear la exótica experiencia de visitar por primera vez Oriente y de conocer Corea. Mi gran preocupación fue la de dónde llevarles a comer, si la mayoría de opciones solo ofrecían comida local por esos días. Pronto, mis hijos, descubrieron ciertos sabores que yo ya los había incluido en mis comidas favoritas. Pronto, descubrieron, también, una calle que representa el paraíso de las compras para los extranjeros, llamada Itaewon; allí descubrieron la frase mágica para conseguir un diez por ciento de descuento, la indispensable y emblemática de “rebájeme, por favor” o “chom kaka chuseyo”!

Shanghai, 17 de septiembre de 2011
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