23 septiembre 2011

De gendarmes y chapitas

A veces veo en los noticieros esas filmaciones de aficionados que han sido testigos casuales de la brutalidad policial. Son registros y testimonios de hechos abyectos y desafortunados; pero constituyen, a la vez, una prueba irrefutable de que algo anda mal en los, a veces, mal llamados sistemas de control del crimen. Es cuando uno invariablemente se pregunta ¿quién es el que realmente controla a quién?, ¿quién es el verdadero criminal y quién el que realmente debe ser perseguido? Y, luego de preguntarme, el porqué de esos salvajes e inexcusables tratamientos, termino también reflexionando en por qué es que las instituciones policiales no tienen un sistema de selección de personal, que sea adecuado para las delicadas tareas encargadas a los miembros de sus entidades.

Cuando observo a esos oficiales, que “representan a la autoridad”, involucrados en esas inenarrables palizas, se me hace la piel de gallina, solo de pensar que una de las víctimas de su oscura maldad, pudiera tratarse de uno de mis propios hijos. Qué lleva a ciertos elementos de la policía a actuar con tal grado de sevicia? La verdad es que casi no podríamos atinar a construir una adecuada repuesta; pero esto nos invita a pensar en que todos esos chicos medio cretinos que molestaban a los más pequeños en la escuela, que les derramaban o pisotean sus refrigerios, que les intimidaban físicamente y que llegaron a abusar de ellos en formas que no solo fueron verbales; esos mismos “chicos-problema” que debieron ser oportunamente enviados a tratamiento correccional; esos mismos que debieron ser diagnosticados y controlados a tiempo, han terminado convirtiéndose en “respetados” oficiales de policía…

Este es el tipo de gente que, acostumbrado a humillar y a hacerse tener miedo, ha utilizado su falta de escrúpulo para aprovecharse del sistema y así saciar sus complejos. Es difícil entenderlo de otro modo; si no, habría que coincidir en que sería la institución a la que pertenecen la que les entrenaría en estos execrables métodos y la que fomentaría semejantes excesos. Por eso, cuando somos testigos de estos bárbaros actos, saturados de cruel impiedad, no podemos sino pensar que algo anda mal en el sistema de selección que requieren estos importantes y delicados oficios. Nos deja la impresión que se ha tomado a esos mismos malhechores y se les ha entregado un uniforme, una pistola y una insignia…

Visto el problema con esta óptica, es más fácil entender el porqué de estos condenables procedimientos. Es también más fácil entender la corrupción y por qué estos individuos se enquistan como referente en los organismos encargados de brindarnos protección y seguridad. Así, se comprende la ineficiencia de estas organizaciones, particularmente en los países en vía de desarrollo, cuando advertimos que en ciertos casos se ha encargado al gato el oficio de despensero!

En lo personal no recuerdo haber tenido problemas con la justicia; por lo menos con este tipo de “justicia”, que muchas veces se torna más bien en una forma de injusticia. Gran parte de mis situaciones con la ley (léase con la ley de tránsito) pudieron eludirse en el pasado con solo evitar el proporcionar mi licencia de conductor. Prefería presentar la de aviador; con lo cual dejaba sometido al vigilante a dos posibles consideraciones: la primera, que podría estar tratando con un oficial de la fuerza aérea; y, la segunda (que la copié a un ocurrido amigo, el inolvidable Caramelo Garzón), que como dicho documento mencionaba, entre sus habilitaciones, aquella de “mono – multi – tierra”, era evidente y dejaba claro que estaba también autorizado para manejar vehículos en tierra…

En cierta ocasión, regresando de la playa con amigos, nos tocó detenernos detrás de un bus de transporte interprovincial que se había estacionado a tomar pasajeros justo antes de un puente. La espera empezó a convertirse en fastidiosa, pues el conductor parecía hacer caso omiso a nuestras urgencias para que avanzara y se moviera. Cansados de pitar y de esperar, optamos finalmente por rebasarlo, solo para descubrir que un solícito “chapita” se había ubicado en el lado opuesto de la obra vial para solicitarnos las credenciales y sugerirnos, con la ley en la mano, que habíamos contravenido un elemental procedimiento.

Mientras confirmábamos, con la lectura de la ley, dicha prohibición de rebasar, pasó junto a nosotros el malhadado transporte que antes nos había importunado y pudimos observar el disimulado y reciproco gesto, entre chofer y oficial, en inocultable señal de complicidad y connivencia. Estaba claro: se trataba de una situación orquestada, para que el gendarme pudiese reclamar la infracción respectiva. El argumento perdió validez cuando se demostró que, habiéndose producido el sobrepaso justo antes del puente, la supuesta infracción no existía. Cuando insinuamos acudir a la comisaría, el mismo vigilante sugirió una más fácil alternativa: “vea jefecito -insinuó- por qué más bien no pone un verdecito dentro del librito, para que avance para una cervecita?”…

En otra ocasión, habíamos rentado un auto en Nueva York, para iniciar nuestras vacaciones en familia. Habíamos tomado la autopista, cuando un vehículo que se encontraba detrás hizo un cambio de luces con la supuesta intención de rebasarnos. Decidí entonces cambiar de carril y acelerar para facilitar la maniobra que había previsto. Para mi sorpresa, el impaciente perseguidor no nos rebasó, sino que optó por encender las luces intensas. Solo ahí comprendí que no se trataba de uno de esos conductores que pretenden dar lecciones a sus semejantes, sino de una patrulla asignada al control de carreteras… La multa se vino y no hubo alternativa. El argumento de que se trataba de nuestro primer día de vacaciones, no nos otorgó la clemencia respectiva!

Claro que episodios como los últimos, tienen que ver con actos menores de corrupción o con actitudes identificadas con la impertinencia. Lo preocupante es la posición de quienes, abusando de su representación de la autoridad, utilizan su poder para lastimar y cometer actos sangrientos, actos que hablan mal de quienes deberían velar por nuestra seguridad y por el imperio de la justicia.

Chicago, 23 de septiembre de 2011
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