11 septiembre 2011

Juanito Valderrama (cuento)

“Yo lo que realmente quería era convertirme en delantero! Nada superaba esa sensación de vanidad y orgullo que sentía en la escuela, luego de los recreos, cuando todos los demás sabían que yo había sido el autor de los goles de mi equipo. Por eso, no sé a qué se debe que terminé convirtiéndome en portero. A veces pienso que fue por lo de mi segundo apellido. Y eso, aunque no sé para qué fueron a ponerme ese nombre tan largo; si ya, con esos apellidos de largo metraje, era como si le hubieran puesto limón a la piel cortada. Juan Valderrama, pase; pero Juan de la Santísima Trinidad Valderrama!... En qué estuvieron pensando mis viejos! Si, ya con el apellido de mi madre, bastaba para que lo pensaran dos veces y para que no se apresuraran. Juanito Valderrama del Arco… Cónchales, lo que me esperaba!

En la escuela siempre me daba mucha confianza eso de saber que los demás me reconocían como un buen arquero; pero lo que nunca me gustó fue como usaban mi nombre cuando hacían las barras. Aunque, no solo fue en la cancha, porque siento que siempre jugaron mis amigos con mi nombre y nunca me llamaron como lo que soy, como Juan Valderrama. La parte “trinitaria” de mi nombre he logrado tenerla muy callada, pero lo del apellido de mi madre, siempre me ha traído molestias innecesarias. Un día estudiábamos a esa heroína de la edad media también conocida como la Doncella de Orleans, y a quien llamaban Juana de Arco; la misma que fuera condenada por herejía y luego convertida en santa. De eso se tomaron mis compañeros para empezar a llamarme como “Juano de Arco”. Por eso creo que, teniendo ese nombre, ya estuve desde siempre predestinado…

Esa mañana que el viejo vino a verme jugar en el colegio, todos parecían estar haciendo porras para animarme: “Ama, ama, ama, mi arquero es Valderrama”, o “Dale Valderrama, tu hinchada te proclama”. Pero me metieron cuatro o cinco goles, y todo porque los cantos me tenían distraído. “Oro, oro, oro mi Valde es un tesoro”. Hasta que el Aguirre gritó “otro más y te proclamamos el santo del Arco, Valderrama!” Quizás yo no estaba preocupado del marcador, sino de qué impresión se estaba llevando el viejo esa mañana. El nunca me lo dijo, pero creo que se quedó muy desilusionado, después de esa goleada inesperada…

En cuanto a lo que pasó ayer en el estadio… No sé qué es lo que me preocupa más, si mi propia desilusión, la decepción de la hinchada, o esta vergüenza que llevo clavada aquí en el alma. Era un partido que ya lo teníamos ganado y nunca me imaginé que podíamos haberlo perdido! Si, ya solo faltaban diez minutos… y ya estaba por concluir el encuentro. Puede decirse que ya se había terminado... No sé para qué fueron a hacer esos cambios innecesarios, por esa manía que tiene el entrenador de que todos jueguen, solo porque parecía que habíamos ya ganado el partido! No sé, tampoco, para qué agotaron antes de hora los cambios permitidos… La cosa es que perdimos el partido y, con él, el campeonato; y que ahora asoma como que yo soy el culpable de todo este fracaso, de toda esta horrible pendejada!

Mi viejo siempre me dijo que no me hiciera guardameta. “Si ganas, nadie se va a acordar de ti - me decía -; pero, si pierdes, siempre te van a echar la culpa". Veo ahora, que no solo que no me sirvió de nada salirme con mi capricho, sino que las suyas fueron palabras de sabiduría, palabras que no sé porqué no hice caso cuando me las dijo… No sé por qué uno siempre termina convertido en chivo expiatorio. Es que, como alguna vez le escuché decir al tío Romualdo : “Nunca falta alguien que quiera convertirte en la tabla de cag…” o sea, “en la de evacuar”!. El nunca decía “cacar” porque decía que ese término no estaba en el diccionario; y que había veces que esa acción no se la podía reemplazar con solo decir que "te ibas a ir al baño"… Por eso él decía que cuando estuvo en la escuela, nunca decía la verdadera razón por la que pedía permiso para salir de clase, sino que prefería decirles a sus profesores que tenía que salir porque “no estaba estreñido”…

Ya íbamos tres a uno, y creo que la ca… que la evacué! Quién hubiera imaginado que se iba a lesionar el Manrique cuando ya no podíamos hacer más cambios, y cuando ya casi se había acabado el partido! Luego vino aquella jugada controversial, aquella en la que nos castigaron con el penal y que nos costó la expulsión del Federico. Así, en menos de un minuto, el partido se puso tres a dos, y pasamos a jugar los minutos restantes con un jugador menos, en desventaja numérica. El empate se veía venir y todos sabíamos que solo era cuestión de tiempo. Y el empate entonces se vino, pero sabíamos que con el empate nos bastaba. Solo necesitábamos ese empate, porque solo nos hacía falta un punto para eliminar al otro equipo! Y, a pesar de nuestro nerviosismo, solo esperábamos que el árbitro pitara y señalara el centro del campo, en clara indicación que se había terminado lo que los locutores suelen llamar “el compromiso”.

Fue allí que vino ese balón rodado que no podía traer trascendencia, ni peligro. Entonces me agaché para atenazarlo y la bola dio un giro medio raro, como que se hubiera desviado al golpear con algo irregular en el césped y sin que me diera cuenta, se me deslizó por entre las manos y bajo las piernas… Era una bola fácil, pero convirtió esta noche en el momento más depresivo de mi vida. No sé que van a decir mañana los periódicos¡ Eso ni lo quiero pensar! Sólo imagino las burlas y los malévolos comentarios; y mis amigos llamando a recordarme de la bola que me pasaron por las galletas, porque “Juanito del Arco tiene las manos de gelatina y las piernas mal ubicadas”… No, no voy a poder dormir, sólo de pensar que lo que pudo terminar tres a uno, terminó convirtiéndose en cuatro a tres!

Ya no me dirán ni Valde, ni Valderrama; sino “El que va, y de Balde la derrama”. Hubiera sido preferible que se sepa mi nombre completo. Hubiera preferido esa otra goleada…”

Anchorage, septiembre 10 de 2011
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