15 septiembre 2011

Especial de medianoche

Hago en estos últimos días un vuelo un tanto inconveniente; me veo forzado a dormir gran parte de la tarde; me recogen poco antes de la medianoche; y, si el vuelo no está demorado, enciendo turbinas a eso de las dos de la madrugada. Dos horas después, aproximo al nuevo aeropuerto internacional de Seúl, en Corea del Sur. Este esta localizado en una isla medio artificial, ubicada frente a ese puerto occidental de la península coreana donde desembarcaría, durante la segunda guerra mundial el general Douglas MacArthur. Me refiero a Incheón, que está situado hacia el sur del paralelo 38, donde se ha ubicado la llamada “zona desmilitarizada” que separa, de facto, desde hace sesenta años, a las dos Coreas.

Es éste Incheón el mismo lugar donde dieciséis años atrás realicé mi evaluación inicial, cuando me integré a Korean Air, para cumplir con lo que sería mi primer contrato de trabajo como piloto en el Asia. Luego de noventa minutos de carga y descarga, regreso a Shanghai, donde, luego de la transportación que me devuelve a casa, estoy de regreso a eso de las nueve de la mañana… Le llamamos al vuelo, por lo mismo, “el red eye special“ (el especial de los ojos irritados), o si se prefiere “el especial de medianoche”. A pesar de lo tedioso de la hora, en la que se efectúa el itinerario, me gusta regresar a esta tierra, patria de gente abnegada, trabajadora y buena; gente sufrida que sabe el valor que tiene la convivencia.

“Anión hashim niká”, me dice en tono de bienvenida el asignado ingeniero de tierra. “¿Pijengui cho sum niká?“, me inquiere en tono amigable, sabiendo que estoy al mando ésta noche. Le respondo en su idioma y le comunico que el avión viene sin problemas: no hemos anotado reportes de mantenimiento ésta noche. El aeropuerto habría de construirse, hace ya quince años, en medio de dos pequeñas islas cuyas lomas fueron arrasadas y extendidas para formar un solo cuerpo, a efecto de acomodar las instalaciones pertinentes. Un puente largo e interminable, como son muchas de esas maravillas de la ingeniería que se ve en la construcción vial moderna, habría de construirse para complementar la infraestructura del nuevo aeropuerto. Incheón vino así a reemplazar a Gimpo (o Kimpo, antes de la nueva romanización del Hangul, o lengua de los coreanos).

Llegué por primera vez a Corea del Sur una fría mañana de febrero del noventa y seis; un gélido y empecinado viento soplaba sin misericordia, mientras esperaba en la garita de las oficinas de operaciones, en el aeropuerto de Kimpo, para que confirmaran mi identidad y la autenticidad de la entrevista de trabajo que me traía a ese recinto, caracterizado por un sistema de seguridad muy estricto. Pronto habría de caer en cuenta que éstos métodos de tipo militar han quedado institucionalizados en el área corporativa de la sociedad coreana.

Estuve alrededor de dos años con Korean Air. Siempre comentaré con elogio las condiciones de trabajo que los coreanos me ofrecieron. Con ellos aprendí a conocer su sociedad y su cultura. Aprendí a leer y escribir en su idioma. Corea es un pueblo de gente perseverante, orgullosa de su identidad; un pueblo lastimado por un pasado de guerras y colonialismo, que ha sabido salir adelante con profundo espíritu de colectividad, con la conciencia de la importancia de los valores familiares y morales, con un permanente esfuerzo por perfeccionar lo institucional y por perseguir la excelencia empresarial. No hay actividad en la sociedad, por simple y humilde que parezca, que no esté impregnada por ese espíritu de eficiencia. Si a esto se suma un vigoroso sentido de honestidad y respeto social, es fácil entender cómo pudo haber llegado a un grado de desarrollo tan sorprendente, un país que fuera arrasado y obligado a levantarse desde sus cenizas como consecuencia de la guerra. De otra parte, siento que existe un íntimo afán de unificación en el alma coreana. Esto, a pesar de la presencia que en mis años de permanencia en Seúl, se calculaba en treinta mil hombres pertenecientes al ejército americano. Rezagos de la guerra fría…

Sin embargo, y a pesar de los atractivos y alicientes que el trabajo me brindaba, el significativo cambio de hora que mes a mes experimentaba, habría de obligarme a reconsiderar mi permanencia. Mis vuelos eran en gran parte de carácter doméstico, sobre todo a Pusán (la segunda ciudad y puerto coreano) y a la fascinante isla vacacional de Cheju. Estos desplazamientos se intercalaban con unos pocos vuelos internacionales a ciertos destinos japoneses y asiáticos como Tokio, Osaka, Nagoya, Fukuoka, Hong Kong, Bangkok y Singapur, entre otros que eran menos frecuentes. Los copilotos eran siempre aviadores locales, en quienes pude apreciar su alto sentido del deber y el orgullo en su profesionalismo; y, sobre todo, ese empeño institucional que en ellos la compañía había invertido para asegurar un alto rendimiento y una operación identificada con la seguridad y la eficiencia. No conozco un solo país en el mundo donde se reciba y despache un avión con trescientos treinta pasajeros en el tiempo exacto de media hora!

Con ellos fui aprendiendo su cultura; aprendí a disfrutar de su cocina peculiar, de sus sopas hirvientes y picantes, de los inolvidables “toshirás”, con los que nos satisfacían los ojos, el estómago y el paladar en los vuelos cortos, de ida y vuelta. Con ellos aprendí a degustar ese licor de arroz, parecido al sake, que llaman “soju”; con ellos me aventuré a probar la sopa de perro y sobre todo el pulpo crudo, luego de un curioso ritual que merece mi referencia. Están, estos moluscos octópodos, cautivos en una especie de tanque transparente o pecera; de allí son tomados para ser faenados directamente en frente de quien ha hecho el pedido a su mesa; allí, luego de desechar la cabeza, son trozados los tentáculos que, todavía en movimiento, son servidos para su consumo… Una sensación vital de incierta resistencia se va percibiendo cuando la degustación empieza…

Siempre volveré a esa tierra con la misma vieja curiosidad; y, con la enorme gratitud y aprecio que aprendí a tener por ésa raza altiva y sorprendente; de gente hospitalaria, trabajadora y sincera!

Shanghai, 15 de octubre de 2011
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