23 septiembre 2011

Y, Alaska…? Para qué?

Esto es lo que deben haberse preguntado los rusos cuando decidieron, hace siglo y medio, deshacerse de estas enormes tierras incrustadas entre Canadá y sus inconmensurables dominios. No hay que olvidar que Rusia va desde su frontera occidental con Europa, hasta nada menos que el estrecho de Bering, que separa Asia y América. “¿Para qué Alaska?" Deben haberse averiguado también los americanos, cuando propusieron comprar, por motivos más bien políticos y estratégicos, estas tierras al Imperio Ruso, en la irrisoria cifra de siete millones doscientos mil dólares; es decir, once veces menos que la indemnización que pide un presidente latinoamericano porque cree que lo han insultado…

Claro que esa cifra, en dinero actual, representa ese valor, pero multiplicado por veinte. Aun así, solo serviría para adquirir una docena de mansiones en el estado de Colorado. Con esta adquisición, Alaska pasó a convertirse en el cuadragésimo noveno estado de la Unión Americana y aportó con un área equivalente a un veinte por ciento del territorio continental de los Estados Unidos. Su nombre viene de una voz del lenguaje que se habla en las islas Aleutianas, Alyeska, que quiere decir Tierra Grande. Vaya que es no solo grande, sino que es enorme; y constituye una comarca fascinante y sorprendente!

“Y… a Alaska, cómo así? O, para qué? Es también lo que me preguntan con alguna frecuencia, cuando comento que me voy para Anchorage, que queda en el estado de Alaska. Una y otra vez les comento a mis curiosos interlocutores que Anchorage es un aeropuerto perteneciente a una pequeña ciudad americana, en donde los vuelos hacen su cambio de tripulaciones y realizan sus respectivos abastecimientos. Es por eso que, a cualquier hora del día o de la noche, allí aterrizan y despegan, uno tras otro, todos esos enormes aviones que realizan los vuelos transcontinentales, para cumplir con esta tarea que parece insignificante. ¿Y, entonces, qué es lo que llevan?, me preguntan. Y yo solo respondo lo que es verdad: “Pues nada -les digo- no llevamos nada!”

Aterricé por primera vez en Anchorage en uno de mis primeros vuelos entre Nueva York y Seúl con la Korean Air. Mi base contractual era la ciudad de los rascacielos, pero Seúl era mi base de operaciones. Disponía, por lo mismo de pasajes para movilizarme como pasajero en esa ruta. La mayoría de las veces el vuelo era directo; pero, en el invierno, por efecto de los fuertes vientos y del Jet Stream (un fenómeno que se produce en los vientos de altura), los aviones no conseguían hacer este vuelo directo porque eran afectados en su autonomía. Dicho de mejor forma, los aviones alcanzaban a volar por el mismo número máximo de horas, pero no podían recorrer en este tiempo, la misma distancia. Por esta razón se veían obligados a parar para efectuar un aprovisionamiento adicional y poder completar así el vuelo previsto.

Esta curiosidad de mis interpelantes les ha llevado, en forma invariable, a otro tipo de consulta: “Y por qué tienen que irse tan al norte?”, me preguntan. Es cuando para poder responder en forma más fácil y gráfica, solicito una manzana o una naranja, ubico los polos y la línea ecuatorial, señalo con dos puntos el origen y el destino, y trazo una línea recta entre los mencionados puntos. Para sorpresa de mis contertulios, se topan con que ese trazo tiene un recorrido que no coincide sino que bi-secciona los paralelos geográficos!

Es en estos vuelos que se emplea una técnica operacional diferente, es un método especial denominado “re-despecho”. Los aviones salen a su destino original, pero limitados en su condición de combustible; si por cualquier motivo los aviones terminan gastando más combustible que lo previsto, deben dirigirse a otro destino alterno, en cualquier punto que se encuentren en la ruta. Esta circunstancia puede producirse cuando no se consigue, por efecto del tráfico aéreo las mejores alturas o los niveles óptimos de crucero, o cuando los vientos se presentan más desfavorables de lo que se había previsto. Por eso se establecen estrategias que requieren de la designación de “puntos de re-despacho” o de “no retorno”, en donde se toman las decisiones pertinentes.

En el vuelo a través del Pacífico, sin embargo, no existen aeropuertos alternos que dispongan de ciertas facilidades elementales, como servicios de despacho, mantenimiento o reabastecimiento de combustible. En esas épocas del año el clima se torna inhóspito y los alternos existentes no disponen de facilidades para acomodar a trecientos o cuatrocientos pasajeros. No hay facilidades de comida ni de alojamiento. Por este motivo, algunas veces los vuelos deben retornan a Anchorage, a pesar de haber sobrevolado, dos o tres horas antes, dicho aeropuerto… Esto es justamente lo que sucedió en mi segundo cruce del Pacífico, cuando el comandante explicó que en vista de que nos hallábamos cortos de combustible, debíamos vaciar los tanques de combustible (?) para volver a aterrizar en Alaska, con el objeto de reabastecernos de más combustible!. Razón tienen quienes dicen por ahí aquello de: "¿quién les entiende a los pilotos?".

Es Alyeska una tierra sorprendente, son impresionantes sus paisajes nevados, donde destaca el McKinley, un cerro que supera los seis mil metros de altura y que es casi tan alto como el Chimborazo. Aquí se juntan las placas intercontinentales y hacen de esta tierra una encrucijada muy proclive a la ocurrencia de terremotos. Tiene esta península una variedad impensable de recursos naturales; aunque, por ahora, los de mayor explotación son la pesca, el gas natural y el petróleo. A esta tierra he estado viniendo con frecuencia; y a veces, yo mismo me olvido para qué es que vengo a Alaska y me olvido que solo vengo para reemplazar a alguien, para poner un poco de combustible y para tener un motivo de explicar para qué!

Anchorage, 25 de septiembre de 2011
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