06 septiembre 2011

Prohibido olvidar!

En los primeros meses de 1968, una serie de disturbios estudiantiles sacudieron la tranquilidad de uno de los países mas civilizados del mundo. Molestos con una administración que había restringido sus actividades, y también con un gobierno de carácter autoritario que había encarcelado a sus principales dirigentes, los estudiantes parisinos se volcaron a la ribera izquierda del Sena, e iniciaron un conjunto de protestas tomándose las principales arterias y plazas del barrio latino. Con los autos que habían capturado formaron barricadas, convirtiendo sus neumáticos en fogatas. Con sus gritos y carteles hicieron tambalear a todo el sistema establecido; y, con sus imaginativos mensajes, escritos con un colorido graffiti, hicieron llegar al mundo el pregón de sus proclamas.

Pronto, la propuesta dejó de tener un carácter circunscrito al ámbito estudiantil; y la reacción adquirió un amplio carácter social cuando los sindicatos se unieron a dichas protestas. Cuando más de diez millones de trabajadores plegaron a una huelga general, el mismo hombre fuerte de Francia, el inalterable General de Gaulle, se dice que se habría refugiado momentáneamente en Alemania hasta asegurarse del respaldo de las fuerzas armadas. La sociedad francesa se había exaltado de manera poco esperada. Las insignificantes arengas de reclamo de unos pocos estudiantes habían sido respaldadas con una actitud de rechazo a la hipocresía reinante y al autoritarismo intransigente.

Pasado el punto crítico que se presentó durante el mes de Mayo, de Gaulle habría de jugarse el todo por el todo y terminaría convocando a nuevas elecciones. Las protestas perdieron entonces fuerza; y, como por arte de magia, la exaltación de la ciudadanía volvió a su cauce normal. La ironía posterior consistió en que, a pesar de los evidentes descontentos demostrados, y a pesar del caos y de la anarquía que habían puesto en ridículo a las instituciones francesas, el líder volvió a ser favorecido más tarde con un nuevo triunfo electoral…

Vista desde este ángulo, la llamada revolución de Mayo, tuvo más bien resultados contradictorios y decepcionantes. Es cierto que un puñado de estudiantes y de dirigentes gremiales fueron liberados frente a la presión de la ciudadanía, pero no habría de producirse un cambio brusco, radical y definitivo en la conducción de la política francesa. Puede decirse que el resultado de la rebelión fue más moral que político: los franceses habían expresado sus deseos y habían apostado a buscar una moral más liberal. Parecería como que tal intento había sido la base de la proclama: el reclamo por un nuevo, y antes disimulado, ideal moral.

A quienes observábamos desde afuera esas inquietudes y expresiones de rebeldía, nos quedó sobre todo la música cansina de sus slogans y el impacto visual de un graffiti callejero que parecía negarse a ser obliterado… Aquellas imaginativas proclamas constituyeron un tributo al ingenio, más que a la propia vocación de libertad: “La imaginación al poder!”. “El poder corrompe; pero el poder absoluto, corrompe absolutamente”. “Los que carecen de imaginación, no imaginan lo que carecen”. “Seamos relistas, pidamos lo imposible!”…

Mientras tanto, en este lado del océano, los jóvenes esperábamos con una mezcla de escepticismo y desconfianza los resultados prácticos que otras proclamas, llamadas revolucionarias, parecían alcanzar en estas tierras, justo cuando habíamos empezado a creer que la revolución podía llegar a constituirse en el “nuevo nombre de la paz”… Quizás la frase emblemática del movimiento de Mayo fue aquella que anunciaba su propia negación, aquella del “Está prohibido prohibir!”. Imposible no recordarla, ahora que otros “revolucionarios”, han querido proclamar un nuevo grito de guerra, aquel del “Está prohibido olvidar”…

Hoy, casi medio siglo después de los acontecimientos del Mayo francés, escucho de tarde en tarde (o, mejor dicho, de Sábado en Sábado) el repetitivo slogan de quienes renuevan la propuesta del “prohibido olvidar”. Su arenga, sin embargo, es un canto de exhortación vengativa. Dice su abyecta invitación: “Ojo, no te olvides que lo que importa es que odiemos, porque lo único que nos anima es el resentimiento!”. Es una lástima que pensemos que desuniendo y sembrando la inquina, creamos que podemos superar un pasado de oprobio, enarbolando esos burdos y nefandos estandartes, como son los del rencor y el resentimiento!

Lo que no deberíamos nunca olvidar son nuestras metas comunes como nación, nuestro destino como pueblo, la búsqueda de un futuro promisorio basado en el esfuerzo de todos, en nuestro sentido de colectividad y en el brío otorgado por unos ideales compartidos. Hoy, se prohíbe olvidar… pero se quiere olvidar que la aspiración del hombre es también sentir, pensar y opinar… Lo que debería prohibirse es la siembra del encono y la malquerencia, porque no podemos dejar de recordar que somos una nación escindida, lastimada por un pasado de confrontaciones y regionalismos!

Los que piden no olvidar, olvidan el juicio de la historia. Olvidan que el pueblo empieza a observar un nuevo tipo de concubinato: el de las élites burocráticas con los nuevos ricos, aquellos que, aprovechándose del estado y sus beneficios, hoy gozan de las bondades que concede el poder. Ellos piden, con sus odios, que no nos olvidemos del manoseado pasado; pero deben estar rezando, para sus adentros, que no recordemos para nada el presente, un presente que mañana se ha de convertir de nuevo en flamante ayer. No es hora de una contrarrevolución? No va siendo hora de que pongamos a los más imaginativos, que no a los más resentidos, en el poder? Es hora de que se prohíba prohibir, de que empecemos a ser realistas, para que pidamos lo que hasta aquí ha sido imposible…

Anchorage, 5 de septiembre de 2011
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