19 septiembre 2011

Los corsarios cibernéticos

Advierto que el diccionario incluye, entre sus acepciones, la de “persona cruel y despiadada” para definir la palabra “pirata”. Ésta condición, además de la que le complementa, la de “clandestino”, parecería definir el carácter de toda “persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar”. Hasta éste último fin de semana, no había caído en cuenta de ésta inmanente característica de la acción pirática, la que involucra el inexplicable deleite de complacerse con el padecimiento de los demás y con el sufrimiento ajeno. Es decir que, la estrategia del corsario estaría definida por la actitud oculta y secreta, cometida con ausencia de piedad y misericordia.

Desde los ya lejanos tiempos de mis lecturas juveniles, sólo había asociado a los piratas con enfrentamientos en alta mar propiciados por mercenarios ansiosos de enriquecerse con tesoros fabulosos, obtenidos como premio a su temeridad y capacidad para asaltar otras embarcaciones con sorpresa, astucia y pericia. Hablar de piratas equivalía a referirse a grupos de gente agresiva y aventurera, dotada de un gran sentido de cohesión, conseguido por la identidad en sus ambiciosos intereses, o por su disposición para esperar en lugares inhóspitos y embozados, en la intención de asaltar barcos de transporte legítimo. El bucanero parecía sólo estar interesado en las acciones de saqueo en ultramar.

La crueldad del pirata no parecía ser tan emblemática como el infaltable parche en el ojo o como su carpintera cojera; ni su perversidad parecía más definitoria que los símbolos funerarios de su óseo y tradicional emblema. La meta final del pirata parecía concentrarse en la obtención de una infame fama y de unos tesoros que requerían de misteriosos derroteros que habrían de conducir a oscuras e impenetrables cuevas que ocultaban cofres escondidos. “Riqueza y búsqueda de aventura hasta morir” parecería haber sido el lema representado por aquellos fémures cruzados, coronados por una calavera que hacía honor a su libertinaje y escaso juicio. Esa era su insignia y ese era su pendón; un estandarte de dudosa heráldica que parecía estar siempre inflado por vientos zigzagueantes de pronóstico impreciso…

Pienso en corsarios y piratas, en sus motivaciones y procedimientos, este mismo fin de semana, cuando, de golpe y sin previo aviso (sin saber leer, ni escribir, como dicen en mi tierra) he sido atacado por un virus troyano, cruel, poderoso y fulminante, y he terminado diseminando, sin intención, sus perniciosos efectos malignos. Así es como me he encontrado, de pronto y de la noche a la mañana, con mi casillero electrónico bloqueado en forma intempestiva, y sin acceso ya a una innumerable dosis de información personal y al alcance de muy importantes archivos. He tenido que reconocer y aceptar, en forma inmediata, que me habrían hecho un daño artero, irreversible e irreparable. Que me habrían atacado los torvos y modernos piratas de la electrónica; los nuevos y cobardes corsarios clandestinos, los nuevos bucaneros!

¿Qué quieren estos piratas? Si ellos ya no nos piden doblones de oro, joyas con incrustación de piedras preciosas, o cualquier nueva forma imaginable de valores o de dinero? ¿Cómo proceder o cómo defendernos de ellos, si sus galeones se han tornado en invisibles, si su identidad es un oscuro y clandestino secreto? Lo único claro es que les retrata una catadura que nada tiene que ver con la inocente travesura, pero más bien con la más alevosa de las maldades. Ese perverso deseo de disparar en la oscuridad, da identidad a su ausencia de valor; su imaginación retorcida ha venido a suplantar a la predisposición al riesgo que caracterizó a un personaje, que quiso en el pasado ser parte de la leyenda, que no se contentó con el pusilánime escondite, con el uso cobarde del secreto.

Son inimaginables los daños que están produciendo en el mundo los piratas cibernéticos. Nadie parecería ya librarse de su acción incesante y obcecada; y sobre todo, de sus motivos protervos. No existe ya campo de la modernidad tecnológica que no haya sido vulnerado por sus métodos perversos. De esta preocupante pira funeraria no escapan ni los más probados sistemas de comunicación, ni la telefonía celular, ni las cuentas bancarias o las tarjetas de crédito. Este pirata no está contento con sustraerse una ajena identidad; lo que quiere es causar daño, corrompiendo ordenadores, diseminando falsos mensajes, alterando la tranquilidad de los seres que más queremos. Así, la malicia ha suplantado a la temeridad, la inclinación siniestra y solapada se ha apoderado de la codiciosa motivación que impulsó al antiguo pirata mercenario y marinero.

Es la piratería una virulenta forma de falsificación y de engaño. Son incalculables las secuelas que sus efectos están causando a la seguridad de los sistemas, y que están provocando en algo que sigue siendo precioso en el mundo: la mutua necesidad de promover los valores de la confiabilidad y de la confidencia. El bucanero informático debe ser buscado, perseguido, acosado sin cuartel y exterminado! Sus cuevas deben ser arrasadas sin piedad, sus sustraídos tesoros deben ser restituidos; destrozadas sus insignias, obliteradas para siempre sus podridas y hediondas carabelas!

La piratería en los sistemas de confirmación y seguridad es un crimen de lesa humanidad, es ya un obstáculo para la paz general y para la privacidad personal, es una rémora para el avance de la civilización y para el desarrollo de los nuevos elementos que hoy otorgan bienestar y un mejor estándar de vida a los pueblos.

Anchorage, 19 de septiembre de 2011
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