30 septiembre 2011

Espuma y más espuma!

A veces compramos el paraguas cuando ya ha parado la lluvia; o, lo que es peor, cuando ya estábamos empapados; o, como decimos en la tierra: cuando ya estábamos “estilando” (el término es castizo, aunque en desuso, y lo utilizan en Andalucía y Extremadura con la misma intención que nosotros lo usamos). Muchas veces compramos el remedio cuando ya es demasiado tarde; o, lo que viene a ser lo mismo, cuando ya no hace falta. Esto me ha sucedido, cuando, a punto de terminar mi trabajo y dejar en forma definitiva la República Popular China, me he entretenido con un par de obras relativas a los mitos, costumbres, y supersticiones del pueblo chino.

Ardua tarea es aquella de interpretar las costumbres y los usos ajenos; y más difícil aún, la de interpretar el alma y la psicología de los pueblos con culturas distintas. Muchas veces conseguimos lo contrario a lo esperado, porque no estamos informados que una misma señal o gesto, puede tener no solo distintas, sino opuestas interpretaciones. Quién podría anticipar que el blanco en China significa luto, por ejemplo? Quién, podría intuir que una venia de aquiescencia, no necesariamente significa acuerdo, sino tan solo que el interlocutor confirma que está escuchando, o que está oyendo?... Por ello, un conocimiento básico es siempre preciso para interpretar el alma y la mentalidad de los pueblos que nos son ajenos, con el objeto de conseguir lo que esperamos y evitar momentos incómodos, producidos por falsas interpretaciones o malos entendidos.

Antes de seguir adelante, es importante efectuar una breve aclaración: cuando me refiero a los “chinos”, en esta entrada, me refiero a los chinos que viven en China. Sabido es que hay chinos que viven en ambientes chinos, hablan mandarín o cualquiera de los dialectos chinos, tienen costumbres y facciones chinas; pero que están sujetos a una forma de convivencia y a usos culturales distintos. Es el caso de Singapur, por ejemplo, donde una mayoría china ha adoptado una forma de organización política y social, usando la referencia y aceptando la influencia de sus anteriores reguladores. No puede desconocerse que este sorprendente país estuvo sujeto al control, gobierno y administración del Imperio Británico.

Idéntica situación puede observarse de manera especial en los chinos que han emigrado a Norte América, quienes, parecieran no conservar ya sus tradiciones y costumbres chinas, sino que parecen (especialmente las nuevas generaciones) haber pasado a estar influenciados por los valores y costumbres de sus anfitriones. Estos chinos ya ni siquiera hablan chino; visten, hablan, comen, se comportan y hasta caminan como que fueran americanos… Ellos, en muchos casos, están obligados a vivir una incómoda dualidad: la de los valores que sus padres todavía quieren aplicar en casa; y los usos y tendencias con que día a día les va marcando el estilo de vida impuesto por las instituciones y la sociedad.

He pasado los últimos dos años y medio en esta tierra especial; voy a irme sin comprender muchas de sus costumbres y maneras de actuar. A veces, caigo en el error de generalizar; porque creo encontrar actitudes que parecen definir a toda la sociedad. Hay usos que no pueden dejar de advertirse y comentarse, como la costumbre existente en Shanghai, para mencionar un caso, de salir en pijamas a la calle. No, no estoy hablando de salir a la vereda inmediata en posesión de dicho atuendo reservado para uso doméstico, y aun para lo que parece ser exclusivo: irse a la cama. Porque aquí el ciudadano de ambos sexos no siente ningún escrúpulo o incomodidad cuando ha salido al banco o al supermercado, utilizando esta prenda diseñada y destinada para ese uso específico.

Nunca he conseguido una explicación satisfactoria. Me han proporcionado diferentes interpretaciones. Consistiría en una suerte de mensaje que se transmite con el solo hecho de vestir dicho atuendo. Implicaría un signo de afluencia o el querer hacer notar que se pertenece a ese sector de la ciudad (una curiosa forma de “marcar el territorio”); podría consistir en la afirmación de que su portador se encuentra de descanso o en uso de días libres; o, simplemente, sería una situación equivalente a aquella por la cual se usa ropa deportiva en occidente: por pura comodidad! Sin que, quien la usa, lo haga necesariamente para practicar o ejercitar un deporte. Lo cierto es que resulta un tanto difícil simular una sonrisa cuando se observa este tipo de “colección de ropa de cama”.

Sin embargo, nada parece sorprender más al extranjero que visita China, que esa caótica agresividad que exhiben por doquier los conductores de autos. Aquí parecería que el “derecho de vía” estaría dado por el tamaño del vehículo y por la nunca considerada desatención de los peatones. Los vehículos parecen siempre tener prioridad sobre los transeúntes; y los autos y demás vehículos solo se detienen bruscamente cuando están a punto de atropellar a las personas que, sin importar lo que indiquen los semáforos, han optado por cruzar las calzadas. Así, no parecería importar la condición de la señal de tránsito, ni siquiera el sentido de la vía. El mensaje parece ser claro: “quiten de ahí, que la preferencia es mía”!

Una costumbre que resulta diferente, por su carácter ceremonioso y ritual es la visita a la peluquería. Tanto que si se está apurado, es mejor dejarlo para otro día. Empieza la interminable experiencia con gran aparato y solemnidad. Quince minutos de masajes faciales y craneales son seguidos por una inacabable tarea por medio de la que la dependiente vierte poco a poco una solución jabonosa con el objeto de ir convirtiendo la cabeza en una fábrica de espuma. Luego de otra cláusula de similar duración, el cliente es sometido a un lavado, no exento de nuevas caricias y masajes. Concluida esta parte de la operación, recién comienza el trámite de la limpieza de los oídos, y un nuevo masaje de hombros, brazos y manos. Es sólo ahí que el corte de cabello realmente empieza. Para entonces uno se encuentra ya demasiado maltrecho como para intentar algún reclamo…

Shanghai, 29 de septiembre de 2011
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23 septiembre 2011

Y, Alaska…? Para qué?

Esto es lo que deben haberse preguntado los rusos cuando decidieron, hace siglo y medio, deshacerse de estas enormes tierras incrustadas entre Canadá y sus inconmensurables dominios. No hay que olvidar que Rusia va desde su frontera occidental con Europa, hasta nada menos que el estrecho de Bering, que separa Asia y América. “¿Para qué Alaska?" Deben haberse averiguado también los americanos, cuando propusieron comprar, por motivos más bien políticos y estratégicos, estas tierras al Imperio Ruso, en la irrisoria cifra de siete millones doscientos mil dólares; es decir, once veces menos que la indemnización que pide un presidente latinoamericano porque cree que lo han insultado…

Claro que esa cifra, en dinero actual, representa ese valor, pero multiplicado por veinte. Aun así, solo serviría para adquirir una docena de mansiones en el estado de Colorado. Con esta adquisición, Alaska pasó a convertirse en el cuadragésimo noveno estado de la Unión Americana y aportó con un área equivalente a un veinte por ciento del territorio continental de los Estados Unidos. Su nombre viene de una voz del lenguaje que se habla en las islas Aleutianas, Alyeska, que quiere decir Tierra Grande. Vaya que es no solo grande, sino que es enorme; y constituye una comarca fascinante y sorprendente!

“Y… a Alaska, cómo así? O, para qué? Es también lo que me preguntan con alguna frecuencia, cuando comento que me voy para Anchorage, que queda en el estado de Alaska. Una y otra vez les comento a mis curiosos interlocutores que Anchorage es un aeropuerto perteneciente a una pequeña ciudad americana, en donde los vuelos hacen su cambio de tripulaciones y realizan sus respectivos abastecimientos. Es por eso que, a cualquier hora del día o de la noche, allí aterrizan y despegan, uno tras otro, todos esos enormes aviones que realizan los vuelos transcontinentales, para cumplir con esta tarea que parece insignificante. ¿Y, entonces, qué es lo que llevan?, me preguntan. Y yo solo respondo lo que es verdad: “Pues nada -les digo- no llevamos nada!”

Aterricé por primera vez en Anchorage en uno de mis primeros vuelos entre Nueva York y Seúl con la Korean Air. Mi base contractual era la ciudad de los rascacielos, pero Seúl era mi base de operaciones. Disponía, por lo mismo de pasajes para movilizarme como pasajero en esa ruta. La mayoría de las veces el vuelo era directo; pero, en el invierno, por efecto de los fuertes vientos y del Jet Stream (un fenómeno que se produce en los vientos de altura), los aviones no conseguían hacer este vuelo directo porque eran afectados en su autonomía. Dicho de mejor forma, los aviones alcanzaban a volar por el mismo número máximo de horas, pero no podían recorrer en este tiempo, la misma distancia. Por esta razón se veían obligados a parar para efectuar un aprovisionamiento adicional y poder completar así el vuelo previsto.

Esta curiosidad de mis interpelantes les ha llevado, en forma invariable, a otro tipo de consulta: “Y por qué tienen que irse tan al norte?”, me preguntan. Es cuando para poder responder en forma más fácil y gráfica, solicito una manzana o una naranja, ubico los polos y la línea ecuatorial, señalo con dos puntos el origen y el destino, y trazo una línea recta entre los mencionados puntos. Para sorpresa de mis contertulios, se topan con que ese trazo tiene un recorrido que no coincide sino que bi-secciona los paralelos geográficos!

Es en estos vuelos que se emplea una técnica operacional diferente, es un método especial denominado “re-despecho”. Los aviones salen a su destino original, pero limitados en su condición de combustible; si por cualquier motivo los aviones terminan gastando más combustible que lo previsto, deben dirigirse a otro destino alterno, en cualquier punto que se encuentren en la ruta. Esta circunstancia puede producirse cuando no se consigue, por efecto del tráfico aéreo las mejores alturas o los niveles óptimos de crucero, o cuando los vientos se presentan más desfavorables de lo que se había previsto. Por eso se establecen estrategias que requieren de la designación de “puntos de re-despacho” o de “no retorno”, en donde se toman las decisiones pertinentes.

En el vuelo a través del Pacífico, sin embargo, no existen aeropuertos alternos que dispongan de ciertas facilidades elementales, como servicios de despacho, mantenimiento o reabastecimiento de combustible. En esas épocas del año el clima se torna inhóspito y los alternos existentes no disponen de facilidades para acomodar a trecientos o cuatrocientos pasajeros. No hay facilidades de comida ni de alojamiento. Por este motivo, algunas veces los vuelos deben retornan a Anchorage, a pesar de haber sobrevolado, dos o tres horas antes, dicho aeropuerto… Esto es justamente lo que sucedió en mi segundo cruce del Pacífico, cuando el comandante explicó que en vista de que nos hallábamos cortos de combustible, debíamos vaciar los tanques de combustible (?) para volver a aterrizar en Alaska, con el objeto de reabastecernos de más combustible!. Razón tienen quienes dicen por ahí aquello de: "¿quién les entiende a los pilotos?".

Es Alyeska una tierra sorprendente, son impresionantes sus paisajes nevados, donde destaca el McKinley, un cerro que supera los seis mil metros de altura y que es casi tan alto como el Chimborazo. Aquí se juntan las placas intercontinentales y hacen de esta tierra una encrucijada muy proclive a la ocurrencia de terremotos. Tiene esta península una variedad impensable de recursos naturales; aunque, por ahora, los de mayor explotación son la pesca, el gas natural y el petróleo. A esta tierra he estado viniendo con frecuencia; y a veces, yo mismo me olvido para qué es que vengo a Alaska y me olvido que solo vengo para reemplazar a alguien, para poner un poco de combustible y para tener un motivo de explicar para qué!

Anchorage, 25 de septiembre de 2011
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La “muerte” de Dios…

“El pensar sólo comienza cuando hemos experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la más tenaz adversaria del pensamiento” (M. Heidegger).

He comentado, en una de mis entradas de meses pasados, acerca de una anécdota personal referente a un buen amigo de juventud, que cuando nos referíamos a Nietzsche, él comentaba su publicitada y supuesta frase, aquella de que “Dios ha muerto; hay que enterrar el cadáver de Dios”; con la consiguiente supuesta respuesta que habría expresado Dios: “Nietzsche ha muerto, es hora de enterrar el podrido cadáver de Nietzsche”… Me temo, sin embargo, que no es eso exactamente lo que proclamó el filósofo alemán; y que, eventualmente, lo que dijo fue más bien lo contrario. De hecho, no se trataría de una proclama, sino más bien de una denuncia, propiamente dicha…

Por ello sería preferible referirse al episodio narrado por él, en el que se basa la supuesta aseveración. Éste es un párrafo largo, y una pieza literaria formidable, que contiene la escena llamada “El loco”. Me he permitido transcribirlo, dándome la libertad de separarlo en estrofas para facilitar su lectura y comprensión:

“El loco.- ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: “¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!”. Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente-. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. “¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos!”.

“Pero, ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina?”

“¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto más grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por amor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora”.

“Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. “Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son ellos los que lo han cometido”.

“Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem Aeternam Deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: “¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?”.

Hasta aquí la transcripción de este impactante episodio del filólogo alemán...

Años más tarde, en otro documento, titulado “Voluntad de Poder”, Nietzsche habría de renovar su pregunta, aquella de “¿Qué significa el nihilismo?”. Entonces respondería que es cuando “los valores supremos han perdido su valor”. Coincido con quienes piensan que para interpretar en forma correcta la proclama -o la denuncia- Nietzscheana, no basta con reflexionar en lo que dice el loco respecto a Dios, y en la forma en que lo dice; sino que no podemos dejar de recordar lo que al principio del famoso texto el loco gritaba: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. Y, sobre todo… en aquello de “Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos!”…

Nietzsche murió relativamente joven; tenía solo cincuenta y seis años. Murió afligido por una larga enfermedad mental que lo mantuvo en un asilo por largo tiempo. Luego de sufrir un par de infartos cerebrales, habría pasado paralizado los dos últimos años de su vida. Su demencia parece que habría sido síntoma y consecuencia de la enfermedad que realmente padecía: la temible sífilis.

Anchorage, 24 de septiembre de 2011
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De gendarmes y chapitas

A veces veo en los noticieros esas filmaciones de aficionados que han sido testigos casuales de la brutalidad policial. Son registros y testimonios de hechos abyectos y desafortunados; pero constituyen, a la vez, una prueba irrefutable de que algo anda mal en los, a veces, mal llamados sistemas de control del crimen. Es cuando uno invariablemente se pregunta ¿quién es el que realmente controla a quién?, ¿quién es el verdadero criminal y quién el que realmente debe ser perseguido? Y, luego de preguntarme, el porqué de esos salvajes e inexcusables tratamientos, termino también reflexionando en por qué es que las instituciones policiales no tienen un sistema de selección de personal, que sea adecuado para las delicadas tareas encargadas a los miembros de sus entidades.

Cuando observo a esos oficiales, que “representan a la autoridad”, involucrados en esas inenarrables palizas, se me hace la piel de gallina, solo de pensar que una de las víctimas de su oscura maldad, pudiera tratarse de uno de mis propios hijos. Qué lleva a ciertos elementos de la policía a actuar con tal grado de sevicia? La verdad es que casi no podríamos atinar a construir una adecuada repuesta; pero esto nos invita a pensar en que todos esos chicos medio cretinos que molestaban a los más pequeños en la escuela, que les derramaban o pisotean sus refrigerios, que les intimidaban físicamente y que llegaron a abusar de ellos en formas que no solo fueron verbales; esos mismos “chicos-problema” que debieron ser oportunamente enviados a tratamiento correccional; esos mismos que debieron ser diagnosticados y controlados a tiempo, han terminado convirtiéndose en “respetados” oficiales de policía…

Este es el tipo de gente que, acostumbrado a humillar y a hacerse tener miedo, ha utilizado su falta de escrúpulo para aprovecharse del sistema y así saciar sus complejos. Es difícil entenderlo de otro modo; si no, habría que coincidir en que sería la institución a la que pertenecen la que les entrenaría en estos execrables métodos y la que fomentaría semejantes excesos. Por eso, cuando somos testigos de estos bárbaros actos, saturados de cruel impiedad, no podemos sino pensar que algo anda mal en el sistema de selección que requieren estos importantes y delicados oficios. Nos deja la impresión que se ha tomado a esos mismos malhechores y se les ha entregado un uniforme, una pistola y una insignia…

Visto el problema con esta óptica, es más fácil entender el porqué de estos condenables procedimientos. Es también más fácil entender la corrupción y por qué estos individuos se enquistan como referente en los organismos encargados de brindarnos protección y seguridad. Así, se comprende la ineficiencia de estas organizaciones, particularmente en los países en vía de desarrollo, cuando advertimos que en ciertos casos se ha encargado al gato el oficio de despensero!

En lo personal no recuerdo haber tenido problemas con la justicia; por lo menos con este tipo de “justicia”, que muchas veces se torna más bien en una forma de injusticia. Gran parte de mis situaciones con la ley (léase con la ley de tránsito) pudieron eludirse en el pasado con solo evitar el proporcionar mi licencia de conductor. Prefería presentar la de aviador; con lo cual dejaba sometido al vigilante a dos posibles consideraciones: la primera, que podría estar tratando con un oficial de la fuerza aérea; y, la segunda (que la copié a un ocurrido amigo, el inolvidable Caramelo Garzón), que como dicho documento mencionaba, entre sus habilitaciones, aquella de “mono – multi – tierra”, era evidente y dejaba claro que estaba también autorizado para manejar vehículos en tierra…

En cierta ocasión, regresando de la playa con amigos, nos tocó detenernos detrás de un bus de transporte interprovincial que se había estacionado a tomar pasajeros justo antes de un puente. La espera empezó a convertirse en fastidiosa, pues el conductor parecía hacer caso omiso a nuestras urgencias para que avanzara y se moviera. Cansados de pitar y de esperar, optamos finalmente por rebasarlo, solo para descubrir que un solícito “chapita” se había ubicado en el lado opuesto de la obra vial para solicitarnos las credenciales y sugerirnos, con la ley en la mano, que habíamos contravenido un elemental procedimiento.

Mientras confirmábamos, con la lectura de la ley, dicha prohibición de rebasar, pasó junto a nosotros el malhadado transporte que antes nos había importunado y pudimos observar el disimulado y reciproco gesto, entre chofer y oficial, en inocultable señal de complicidad y connivencia. Estaba claro: se trataba de una situación orquestada, para que el gendarme pudiese reclamar la infracción respectiva. El argumento perdió validez cuando se demostró que, habiéndose producido el sobrepaso justo antes del puente, la supuesta infracción no existía. Cuando insinuamos acudir a la comisaría, el mismo vigilante sugirió una más fácil alternativa: “vea jefecito -insinuó- por qué más bien no pone un verdecito dentro del librito, para que avance para una cervecita?”…

En otra ocasión, habíamos rentado un auto en Nueva York, para iniciar nuestras vacaciones en familia. Habíamos tomado la autopista, cuando un vehículo que se encontraba detrás hizo un cambio de luces con la supuesta intención de rebasarnos. Decidí entonces cambiar de carril y acelerar para facilitar la maniobra que había previsto. Para mi sorpresa, el impaciente perseguidor no nos rebasó, sino que optó por encender las luces intensas. Solo ahí comprendí que no se trataba de uno de esos conductores que pretenden dar lecciones a sus semejantes, sino de una patrulla asignada al control de carreteras… La multa se vino y no hubo alternativa. El argumento de que se trataba de nuestro primer día de vacaciones, no nos otorgó la clemencia respectiva!

Claro que episodios como los últimos, tienen que ver con actos menores de corrupción o con actitudes identificadas con la impertinencia. Lo preocupante es la posición de quienes, abusando de su representación de la autoridad, utilizan su poder para lastimar y cometer actos sangrientos, actos que hablan mal de quienes deberían velar por nuestra seguridad y por el imperio de la justicia.

Chicago, 23 de septiembre de 2011
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20 septiembre 2011

Demasiado tiempo fuera!

Tengo cuatro hijos. Son ellos mi bendición, mi orgullo y mi fortuna. Todos ellos son varones; y quizás sea ésta la única condición con que no quiso regalarme la vida: la posibilidad adicional de tener, como dicen los abuelos: “una hembrita”. En los nietos se ha mantenido esta tendencia; y por lo pronto, me encuentro en “stand-by”, o en expectativa, a la espera que pronto empecemos los abuelos a ver regados por la casa los testimonios de que por ahí corretea una niña, como sería alguna faldita, unos sartenes de juguete o una que otra muñequita… La vida ha querido que dos de esos hijos se hayan quedado fuera del país y en sitios que no quedan muy cerca. Los indicios apuntan a la probable certeza de que ya no regresarán a pasar el resto de sus días en la tierra en que nacieron; en esa patria que conocieron de niños, en ese país donde fueron a la escuela…

Sus padres venimos de familias numerosas; y para los actuales tiempos, eso de tener cuatro hijos no es un guarismo muy frecuente. Hace solo una generación, las parejas modernas empezaron a comprender de manera diferente toda esa responsabilidad que involucraba la paternidad; las condiciones sociales habían empezado a cambiar; la educación pasó de golpe a tener costos prohibitivos; el nuevo estilo de vida de la sociedad comenzó a dictar nuevas y diversas opciones, que llevaron a los futuros padres a reconsiderar el número de vástagos que habrían de traer al mundo, en base a un presupuesto racionalizado y a las exigencias que imponían esas nuevas formas de vida.

Cierto es que a veces, los padres nos “descuidábamos”… No de otra forma puede explicarse que quienes se terminaron llenando de hijos, no hayan sido, como fue nuestro caso, gente adinerada o caracterizada por un peculio opulento. En una época en que se acostumbraba culpar el exceso en el número de hijos procreados a la carencia del televisor, fueron justamente los pobres los que terminaron llenando su casa de hijos que no iban a esperar de la vida ninguna expectativa favorable, no se diga un mínimo y básico sustento.

Lo cierto es que cuando recién empezábamos a considerar las ventajas y conveniencias que podría promover la planificación familiar, ya habían sobre la alfombra cuatro pequeños mozalbetes, disputando la propiedad de sus triciclos, sus “transformers” y sus galácticos muñecos; y también, claro, la de unas piecitas de plástico que se las podía encontrar tanto en la sopa como en la sala de estar: tratábase de unos diminutos adminículos emparentados con la ubicuidad total, eran los multicolores y nunca suficientes “legos”… Si alguna ventaja pudo haber ofrecido, esta loca e inconsciente fecundidad, fue la siempre prometida, y nunca comprobada, que alguna vez nos habrían hecho: aquella de que las prendas de vestir irían quedando para cobijar a los más pequeños; pero nadie nos había advertido que los patrones de la moda cambiarían con la misma cotidiana frecuencia con que se producían sus retornos vespertinos desde el colegio!

Un día descubrimos que ahí no se terminaban las previsiones; que había algo más que alimentación y vestimenta; algo más que medicinas, goce de vacaciones y pago de pensiones. Descubrimos que los costos de la educación no cesaban ni siquiera con la culminación del colegio. Vino entonces esa etapa, hoy felizmente concluida, cuando los hijos dejaron en forma temporal su casa, para desarrollar las carreras profesionales por las que habían optado. Uno siguió la banca y las finanzas; otro escogió la hotelería; el último repitió aquel interés por la economía que había manifestado el primero, siguiendo, en su ausencia, a quien había optado por las entretenciones (en serio) y el comercio!

Dios habría de querer (debe haber sido Dios, porque me han contado que nadie más tiene presupuesto para otorgar semejantes préstamos), que todos habrían de tener oportunidad de salir a estudiar en prestigiosos y confiables centros de enseñanza superior y de instrucción especializada en el extranjero. Ese privilegio ha alimentado nuestra satisfacción y ha inflamado nuestro orgullo: el saber que ellos han cumplido con nuestra aspiración y con sus respectivos retos. Claro que la preparación para enfrentarse con las pruebas que nos da la vida no concluyen allí, pero sabemos que esto les otorgará seguridad para enfrentar y cumplir con satisfacción esas nuevas oportunidades y sus correspondientes requerimientos.

Todos ellos son diferentes; hacen sus respectivos trabajos con pasión y con gran sentido de responsabilidad y dedicación; buscan siempre una actividad adicional para disfrutar de la variedad y para mejorar sus respectivos ingresos. Pero, creo que hay algo que parece llamar a otros la atención, pues la gente con frecuencia me pregunta que, si ellos vieron desde niños los atractivos que tiene mi fascinante profesión, por qué es que no se hicieron ellos también aviadores y prefirieron escoger otras profesiones y se convirtieron luego en lo que se convirtieron.

“Por qué” me pregunta la gente, si la vida profesional de su padre les hizo conocer el mundo y les dio ese ilimitado y gratuito acceso a los desplazamientos hacia todos esos lugares que desde siempre les fueron familiares; si se acostumbraron a ciertas ventajas desde que ellos fueron pequeños… Y todo esto, que en cierto modo es solo accesorio y circunstancial, sin contar con el propio atractivo que representaría eso de “saber volar”, esa otra posibilidad que involucra un raro e indiscutible privilegio…

Antes yo también me hacía la misma pregunta, y me decía “por qué no se hacen pilotos?”; hasta que un día la respuesta me vino como una daga en el corazón, y vino de boca de uno de ellos. “Away too much, dad…”, fue su delicada y contundente respuesta… “Demasiado tiempo fuera…”, me dijo en inglés, sin dejarme posibilidad de apelación y dándome mucho para meditar. Eso me dijo uno de mis hijos inquietos…!

Anchorage, 19 de septiembre de 2011
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19 septiembre 2011

Los corsarios cibernéticos

Advierto que el diccionario incluye, entre sus acepciones, la de “persona cruel y despiadada” para definir la palabra “pirata”. Ésta condición, además de la que le complementa, la de “clandestino”, parecería definir el carácter de toda “persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar”. Hasta éste último fin de semana, no había caído en cuenta de ésta inmanente característica de la acción pirática, la que involucra el inexplicable deleite de complacerse con el padecimiento de los demás y con el sufrimiento ajeno. Es decir que, la estrategia del corsario estaría definida por la actitud oculta y secreta, cometida con ausencia de piedad y misericordia.

Desde los ya lejanos tiempos de mis lecturas juveniles, sólo había asociado a los piratas con enfrentamientos en alta mar propiciados por mercenarios ansiosos de enriquecerse con tesoros fabulosos, obtenidos como premio a su temeridad y capacidad para asaltar otras embarcaciones con sorpresa, astucia y pericia. Hablar de piratas equivalía a referirse a grupos de gente agresiva y aventurera, dotada de un gran sentido de cohesión, conseguido por la identidad en sus ambiciosos intereses, o por su disposición para esperar en lugares inhóspitos y embozados, en la intención de asaltar barcos de transporte legítimo. El bucanero parecía sólo estar interesado en las acciones de saqueo en ultramar.

La crueldad del pirata no parecía ser tan emblemática como el infaltable parche en el ojo o como su carpintera cojera; ni su perversidad parecía más definitoria que los símbolos funerarios de su óseo y tradicional emblema. La meta final del pirata parecía concentrarse en la obtención de una infame fama y de unos tesoros que requerían de misteriosos derroteros que habrían de conducir a oscuras e impenetrables cuevas que ocultaban cofres escondidos. “Riqueza y búsqueda de aventura hasta morir” parecería haber sido el lema representado por aquellos fémures cruzados, coronados por una calavera que hacía honor a su libertinaje y escaso juicio. Esa era su insignia y ese era su pendón; un estandarte de dudosa heráldica que parecía estar siempre inflado por vientos zigzagueantes de pronóstico impreciso…

Pienso en corsarios y piratas, en sus motivaciones y procedimientos, este mismo fin de semana, cuando, de golpe y sin previo aviso (sin saber leer, ni escribir, como dicen en mi tierra) he sido atacado por un virus troyano, cruel, poderoso y fulminante, y he terminado diseminando, sin intención, sus perniciosos efectos malignos. Así es como me he encontrado, de pronto y de la noche a la mañana, con mi casillero electrónico bloqueado en forma intempestiva, y sin acceso ya a una innumerable dosis de información personal y al alcance de muy importantes archivos. He tenido que reconocer y aceptar, en forma inmediata, que me habrían hecho un daño artero, irreversible e irreparable. Que me habrían atacado los torvos y modernos piratas de la electrónica; los nuevos y cobardes corsarios clandestinos, los nuevos bucaneros!

¿Qué quieren estos piratas? Si ellos ya no nos piden doblones de oro, joyas con incrustación de piedras preciosas, o cualquier nueva forma imaginable de valores o de dinero? ¿Cómo proceder o cómo defendernos de ellos, si sus galeones se han tornado en invisibles, si su identidad es un oscuro y clandestino secreto? Lo único claro es que les retrata una catadura que nada tiene que ver con la inocente travesura, pero más bien con la más alevosa de las maldades. Ese perverso deseo de disparar en la oscuridad, da identidad a su ausencia de valor; su imaginación retorcida ha venido a suplantar a la predisposición al riesgo que caracterizó a un personaje, que quiso en el pasado ser parte de la leyenda, que no se contentó con el pusilánime escondite, con el uso cobarde del secreto.

Son inimaginables los daños que están produciendo en el mundo los piratas cibernéticos. Nadie parecería ya librarse de su acción incesante y obcecada; y sobre todo, de sus motivos protervos. No existe ya campo de la modernidad tecnológica que no haya sido vulnerado por sus métodos perversos. De esta preocupante pira funeraria no escapan ni los más probados sistemas de comunicación, ni la telefonía celular, ni las cuentas bancarias o las tarjetas de crédito. Este pirata no está contento con sustraerse una ajena identidad; lo que quiere es causar daño, corrompiendo ordenadores, diseminando falsos mensajes, alterando la tranquilidad de los seres que más queremos. Así, la malicia ha suplantado a la temeridad, la inclinación siniestra y solapada se ha apoderado de la codiciosa motivación que impulsó al antiguo pirata mercenario y marinero.

Es la piratería una virulenta forma de falsificación y de engaño. Son incalculables las secuelas que sus efectos están causando a la seguridad de los sistemas, y que están provocando en algo que sigue siendo precioso en el mundo: la mutua necesidad de promover los valores de la confiabilidad y de la confidencia. El bucanero informático debe ser buscado, perseguido, acosado sin cuartel y exterminado! Sus cuevas deben ser arrasadas sin piedad, sus sustraídos tesoros deben ser restituidos; destrozadas sus insignias, obliteradas para siempre sus podridas y hediondas carabelas!

La piratería en los sistemas de confirmación y seguridad es un crimen de lesa humanidad, es ya un obstáculo para la paz general y para la privacidad personal, es una rémora para el avance de la civilización y para el desarrollo de los nuevos elementos que hoy otorgan bienestar y un mejor estándar de vida a los pueblos.

Anchorage, 19 de septiembre de 2011
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16 septiembre 2011

Chom kaka chuseyo!

No bien regresé de mi entrevista inicial con Korean Air, cuando pocos días después, recibí una breve llamada del agente que intermediaba mis servicios, comentándome de la exitosa aceptación de mi aplicación de trabajo. El resultado fue para mí un tanto sorpresivo. Esto porque encontré, en mi visita a Seúl, que mi futura compañía tenía unos estándares profesionales muy exigentes y que los parámetros de evaluación que habían sido adoptados eran muy restrictivos: de los diez candidatos que realizamos este riguroso chequeo de tres días en el simulador, habríamos de cumplirlo con satisfacción solo cuatro compañeros; esto, a pesar de que la empresa estaba corta de tripulaciones y que le urgían nuestros inmediatos servicios.

Además, nunca conté con que los chequeos que se realizaban en Corea para la certificación médica fuesen tan exhaustivos y prolijos. Jamás olvidaré la mañana que, a pesar del cambio de hora y la falta de un descanso reparador luego del largo viaje desde Nueva York, tuve que realizar una prueba de esfuerzo en la máquina de trotar, que me habría de dejar, literalmente, extenuado y sin aliento. Las comprobaciones duraron toda esa mañana e involucraron una infinidad de pruebas que habrían de confirmar mi aptitud y buen estado físico.

Solo un mes más tarde, habría de presentarme en el centro de entrenamiento, para cumplir con mi exigente adiestramiento. Para empezar, fui conducido al simulador de vuelo, donde se me habría de proporcionar el curriculum completo del avión que iba a volar, prescindiendo de la condición previa de que ya estaba perfectamente calificado para hacerlo. Cuando este entrenamiento concluyó, me asignaron una serie de vuelos de familiarización, para adaptarme a las rutas, las técnicas operacionales y los que iban a ser mis nuevos procedimientos. Cada nuevo destino requería de dos vuelos de familiarización que se complementaban con uno adicional de chequeo. Con este caprichoso sistema, era lógico que iba a prolongarse más de lo necesario este largo y agotador entrenamiento.

Pronto, sin embargo, estuve en condición de volver a casa para hacer uso de lo que en principio parecía ser lo más atractivo de mi contrato: el poder disponer de trece días libres al mes, luego de cada desplazamiento a Seúl, mi base de trabajo. Cierto es que se gastaban tres días en los viajes de ida y regreso, pero no había contado con los efectos que el cambio de hora produce en el organismo. Llegaba a Seúl desde el Ecuador en horas vespertinas, en las que, para mi sorpresa, se me hacía muy difícil controlar el sueño. Estaba ya despierto, como es lógico y correspondiente, a eso de la medianoche; y habría de dejar pasar toda una semana para empezar a sentir que volvían a la normalidad mis patrones de vigilia y de sueño. Lamentablemente, cuando regresaba al Ecuador pasaba sin poder dormir durante toda la noche; y cuando por fin lograba readaptarme, luego de una larga semana, ya era hora de empezar otra vez un nuevo ciclo completo…

Era Korean Air una empresa gigantesca; su flota superaba los ciento veinte aviones en esos tiempos. Llegué en una etapa que la empresa estaba abandonando las viejas oficinas cercanas al aeropuerto de Kimpo, y empezaba su traslado a flamantes y muy bien equipadas instalaciones, ubicadas en un enorme y flamante hangar que la compañía había construido en el mismo aeropuerto. Allí todos los servicios de registro y de despacho se habían automatizado. Todos los pilotos contábamos con nuestro armario privado en el área de los camerinos, y disponíamos también con servicios de limpieza gratuitos para los uniformes que habíamos usado para cumplir con los programas previstos. Si algo era novedoso era el inmenso comedor, con capacidad para trescientas personas, donde los coreanos acudían a cumplir sus más importante tarea: la de comer a cada rato!

Nos habían alojado en un hotel de privilegio: nada menos que el Ritz Carlton, ubicado en la zona de Kangnam; era uno de los hoteles más costosos que hay en Corea y quizás el más exclusivo. Ahí se nos mantenía, de acuerdo con el contrato, y no teníamos que hacer el chequeo de salida, a menos que hubiésemos sido designados para un vuelo internacional. Esto nos fue haciendo aprender a vivir más ordenados y más organizados; ahora había que tener las prendas de vestir y los efectos personales en su puesto; teníamos que estar pendientes de llevar lo pertinente a la lavadora o tintorería y encargarnos de pequeños asuntos, como antes no lo habíamos hecho…

Pronto, la familia se interesó en venir a visitarme. Disponíamos entonces de dos pasajes libres por año, amén de otros seis con noventa por ciento de descuento! Si algo caracterizaba a esta empresa, que es parte del grupo Hanjín, uno de los “Holdings” corporativos más importantes que hay en Corea (los llamados “Chaebol”), era justamente esta generosidad con los privilegios concedidos a los empleados. Éramos no menos de tres mil pilotos y calculo que esta cifra habría de extenderse hasta la de quince mil, al contar a todo el personal de vuelo… La gran ambición de la empresa era ya, y desde entonces, la de ubicarse como una de las tres más grandes y vigorosas en el mundo de la transportación aérea.

Y la familia vino a visitarme y a saborear la exótica experiencia de visitar por primera vez Oriente y de conocer Corea. Mi gran preocupación fue la de dónde llevarles a comer, si la mayoría de opciones solo ofrecían comida local por esos días. Pronto, mis hijos, descubrieron ciertos sabores que yo ya los había incluido en mis comidas favoritas. Pronto, descubrieron, también, una calle que representa el paraíso de las compras para los extranjeros, llamada Itaewon; allí descubrieron la frase mágica para conseguir un diez por ciento de descuento, la indispensable y emblemática de “rebájeme, por favor” o “chom kaka chuseyo”!

Shanghai, 17 de septiembre de 2011
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15 septiembre 2011

Especial de medianoche

Hago en estos últimos días un vuelo un tanto inconveniente; me veo forzado a dormir gran parte de la tarde; me recogen poco antes de la medianoche; y, si el vuelo no está demorado, enciendo turbinas a eso de las dos de la madrugada. Dos horas después, aproximo al nuevo aeropuerto internacional de Seúl, en Corea del Sur. Este esta localizado en una isla medio artificial, ubicada frente a ese puerto occidental de la península coreana donde desembarcaría, durante la segunda guerra mundial el general Douglas MacArthur. Me refiero a Incheón, que está situado hacia el sur del paralelo 38, donde se ha ubicado la llamada “zona desmilitarizada” que separa, de facto, desde hace sesenta años, a las dos Coreas.

Es éste Incheón el mismo lugar donde dieciséis años atrás realicé mi evaluación inicial, cuando me integré a Korean Air, para cumplir con lo que sería mi primer contrato de trabajo como piloto en el Asia. Luego de noventa minutos de carga y descarga, regreso a Shanghai, donde, luego de la transportación que me devuelve a casa, estoy de regreso a eso de las nueve de la mañana… Le llamamos al vuelo, por lo mismo, “el red eye special“ (el especial de los ojos irritados), o si se prefiere “el especial de medianoche”. A pesar de lo tedioso de la hora, en la que se efectúa el itinerario, me gusta regresar a esta tierra, patria de gente abnegada, trabajadora y buena; gente sufrida que sabe el valor que tiene la convivencia.

“Anión hashim niká”, me dice en tono de bienvenida el asignado ingeniero de tierra. “¿Pijengui cho sum niká?“, me inquiere en tono amigable, sabiendo que estoy al mando ésta noche. Le respondo en su idioma y le comunico que el avión viene sin problemas: no hemos anotado reportes de mantenimiento ésta noche. El aeropuerto habría de construirse, hace ya quince años, en medio de dos pequeñas islas cuyas lomas fueron arrasadas y extendidas para formar un solo cuerpo, a efecto de acomodar las instalaciones pertinentes. Un puente largo e interminable, como son muchas de esas maravillas de la ingeniería que se ve en la construcción vial moderna, habría de construirse para complementar la infraestructura del nuevo aeropuerto. Incheón vino así a reemplazar a Gimpo (o Kimpo, antes de la nueva romanización del Hangul, o lengua de los coreanos).

Llegué por primera vez a Corea del Sur una fría mañana de febrero del noventa y seis; un gélido y empecinado viento soplaba sin misericordia, mientras esperaba en la garita de las oficinas de operaciones, en el aeropuerto de Kimpo, para que confirmaran mi identidad y la autenticidad de la entrevista de trabajo que me traía a ese recinto, caracterizado por un sistema de seguridad muy estricto. Pronto habría de caer en cuenta que éstos métodos de tipo militar han quedado institucionalizados en el área corporativa de la sociedad coreana.

Estuve alrededor de dos años con Korean Air. Siempre comentaré con elogio las condiciones de trabajo que los coreanos me ofrecieron. Con ellos aprendí a conocer su sociedad y su cultura. Aprendí a leer y escribir en su idioma. Corea es un pueblo de gente perseverante, orgullosa de su identidad; un pueblo lastimado por un pasado de guerras y colonialismo, que ha sabido salir adelante con profundo espíritu de colectividad, con la conciencia de la importancia de los valores familiares y morales, con un permanente esfuerzo por perfeccionar lo institucional y por perseguir la excelencia empresarial. No hay actividad en la sociedad, por simple y humilde que parezca, que no esté impregnada por ese espíritu de eficiencia. Si a esto se suma un vigoroso sentido de honestidad y respeto social, es fácil entender cómo pudo haber llegado a un grado de desarrollo tan sorprendente, un país que fuera arrasado y obligado a levantarse desde sus cenizas como consecuencia de la guerra. De otra parte, siento que existe un íntimo afán de unificación en el alma coreana. Esto, a pesar de la presencia que en mis años de permanencia en Seúl, se calculaba en treinta mil hombres pertenecientes al ejército americano. Rezagos de la guerra fría…

Sin embargo, y a pesar de los atractivos y alicientes que el trabajo me brindaba, el significativo cambio de hora que mes a mes experimentaba, habría de obligarme a reconsiderar mi permanencia. Mis vuelos eran en gran parte de carácter doméstico, sobre todo a Pusán (la segunda ciudad y puerto coreano) y a la fascinante isla vacacional de Cheju. Estos desplazamientos se intercalaban con unos pocos vuelos internacionales a ciertos destinos japoneses y asiáticos como Tokio, Osaka, Nagoya, Fukuoka, Hong Kong, Bangkok y Singapur, entre otros que eran menos frecuentes. Los copilotos eran siempre aviadores locales, en quienes pude apreciar su alto sentido del deber y el orgullo en su profesionalismo; y, sobre todo, ese empeño institucional que en ellos la compañía había invertido para asegurar un alto rendimiento y una operación identificada con la seguridad y la eficiencia. No conozco un solo país en el mundo donde se reciba y despache un avión con trescientos treinta pasajeros en el tiempo exacto de media hora!

Con ellos fui aprendiendo su cultura; aprendí a disfrutar de su cocina peculiar, de sus sopas hirvientes y picantes, de los inolvidables “toshirás”, con los que nos satisfacían los ojos, el estómago y el paladar en los vuelos cortos, de ida y vuelta. Con ellos aprendí a degustar ese licor de arroz, parecido al sake, que llaman “soju”; con ellos me aventuré a probar la sopa de perro y sobre todo el pulpo crudo, luego de un curioso ritual que merece mi referencia. Están, estos moluscos octópodos, cautivos en una especie de tanque transparente o pecera; de allí son tomados para ser faenados directamente en frente de quien ha hecho el pedido a su mesa; allí, luego de desechar la cabeza, son trozados los tentáculos que, todavía en movimiento, son servidos para su consumo… Una sensación vital de incierta resistencia se va percibiendo cuando la degustación empieza…

Siempre volveré a esa tierra con la misma vieja curiosidad; y, con la enorme gratitud y aprecio que aprendí a tener por ésa raza altiva y sorprendente; de gente hospitalaria, trabajadora y sincera!

Shanghai, 15 de octubre de 2011
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11 septiembre 2011

Juanito Valderrama (cuento)

“Yo lo que realmente quería era convertirme en delantero! Nada superaba esa sensación de vanidad y orgullo que sentía en la escuela, luego de los recreos, cuando todos los demás sabían que yo había sido el autor de los goles de mi equipo. Por eso, no sé a qué se debe que terminé convirtiéndome en portero. A veces pienso que fue por lo de mi segundo apellido. Y eso, aunque no sé para qué fueron a ponerme ese nombre tan largo; si ya, con esos apellidos de largo metraje, era como si le hubieran puesto limón a la piel cortada. Juan Valderrama, pase; pero Juan de la Santísima Trinidad Valderrama!... En qué estuvieron pensando mis viejos! Si, ya con el apellido de mi madre, bastaba para que lo pensaran dos veces y para que no se apresuraran. Juanito Valderrama del Arco… Cónchales, lo que me esperaba!

En la escuela siempre me daba mucha confianza eso de saber que los demás me reconocían como un buen arquero; pero lo que nunca me gustó fue como usaban mi nombre cuando hacían las barras. Aunque, no solo fue en la cancha, porque siento que siempre jugaron mis amigos con mi nombre y nunca me llamaron como lo que soy, como Juan Valderrama. La parte “trinitaria” de mi nombre he logrado tenerla muy callada, pero lo del apellido de mi madre, siempre me ha traído molestias innecesarias. Un día estudiábamos a esa heroína de la edad media también conocida como la Doncella de Orleans, y a quien llamaban Juana de Arco; la misma que fuera condenada por herejía y luego convertida en santa. De eso se tomaron mis compañeros para empezar a llamarme como “Juano de Arco”. Por eso creo que, teniendo ese nombre, ya estuve desde siempre predestinado…

Esa mañana que el viejo vino a verme jugar en el colegio, todos parecían estar haciendo porras para animarme: “Ama, ama, ama, mi arquero es Valderrama”, o “Dale Valderrama, tu hinchada te proclama”. Pero me metieron cuatro o cinco goles, y todo porque los cantos me tenían distraído. “Oro, oro, oro mi Valde es un tesoro”. Hasta que el Aguirre gritó “otro más y te proclamamos el santo del Arco, Valderrama!” Quizás yo no estaba preocupado del marcador, sino de qué impresión se estaba llevando el viejo esa mañana. El nunca me lo dijo, pero creo que se quedó muy desilusionado, después de esa goleada inesperada…

En cuanto a lo que pasó ayer en el estadio… No sé qué es lo que me preocupa más, si mi propia desilusión, la decepción de la hinchada, o esta vergüenza que llevo clavada aquí en el alma. Era un partido que ya lo teníamos ganado y nunca me imaginé que podíamos haberlo perdido! Si, ya solo faltaban diez minutos… y ya estaba por concluir el encuentro. Puede decirse que ya se había terminado... No sé para qué fueron a hacer esos cambios innecesarios, por esa manía que tiene el entrenador de que todos jueguen, solo porque parecía que habíamos ya ganado el partido! No sé, tampoco, para qué agotaron antes de hora los cambios permitidos… La cosa es que perdimos el partido y, con él, el campeonato; y que ahora asoma como que yo soy el culpable de todo este fracaso, de toda esta horrible pendejada!

Mi viejo siempre me dijo que no me hiciera guardameta. “Si ganas, nadie se va a acordar de ti - me decía -; pero, si pierdes, siempre te van a echar la culpa". Veo ahora, que no solo que no me sirvió de nada salirme con mi capricho, sino que las suyas fueron palabras de sabiduría, palabras que no sé porqué no hice caso cuando me las dijo… No sé por qué uno siempre termina convertido en chivo expiatorio. Es que, como alguna vez le escuché decir al tío Romualdo : “Nunca falta alguien que quiera convertirte en la tabla de cag…” o sea, “en la de evacuar”!. El nunca decía “cacar” porque decía que ese término no estaba en el diccionario; y que había veces que esa acción no se la podía reemplazar con solo decir que "te ibas a ir al baño"… Por eso él decía que cuando estuvo en la escuela, nunca decía la verdadera razón por la que pedía permiso para salir de clase, sino que prefería decirles a sus profesores que tenía que salir porque “no estaba estreñido”…

Ya íbamos tres a uno, y creo que la ca… que la evacué! Quién hubiera imaginado que se iba a lesionar el Manrique cuando ya no podíamos hacer más cambios, y cuando ya casi se había acabado el partido! Luego vino aquella jugada controversial, aquella en la que nos castigaron con el penal y que nos costó la expulsión del Federico. Así, en menos de un minuto, el partido se puso tres a dos, y pasamos a jugar los minutos restantes con un jugador menos, en desventaja numérica. El empate se veía venir y todos sabíamos que solo era cuestión de tiempo. Y el empate entonces se vino, pero sabíamos que con el empate nos bastaba. Solo necesitábamos ese empate, porque solo nos hacía falta un punto para eliminar al otro equipo! Y, a pesar de nuestro nerviosismo, solo esperábamos que el árbitro pitara y señalara el centro del campo, en clara indicación que se había terminado lo que los locutores suelen llamar “el compromiso”.

Fue allí que vino ese balón rodado que no podía traer trascendencia, ni peligro. Entonces me agaché para atenazarlo y la bola dio un giro medio raro, como que se hubiera desviado al golpear con algo irregular en el césped y sin que me diera cuenta, se me deslizó por entre las manos y bajo las piernas… Era una bola fácil, pero convirtió esta noche en el momento más depresivo de mi vida. No sé que van a decir mañana los periódicos¡ Eso ni lo quiero pensar! Sólo imagino las burlas y los malévolos comentarios; y mis amigos llamando a recordarme de la bola que me pasaron por las galletas, porque “Juanito del Arco tiene las manos de gelatina y las piernas mal ubicadas”… No, no voy a poder dormir, sólo de pensar que lo que pudo terminar tres a uno, terminó convirtiéndose en cuatro a tres!

Ya no me dirán ni Valde, ni Valderrama; sino “El que va, y de Balde la derrama”. Hubiera sido preferible que se sepa mi nombre completo. Hubiera preferido esa otra goleada…”

Anchorage, septiembre 10 de 2011
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08 septiembre 2011

Cuarenta y dos años después…

Cuando ese sábado por la tarde Gonzalo Ruales me llamó para proponerme que me fuera a Miami a realizar un curso de entrenamiento como aviador comercial, no me imaginé que sólo seis meses después ya regresaría convertido en un flamante piloto; tampoco que desde entonces ya pasarían a llamarme como “capitán” y que no me quedaría en los aviones solo los siete años, que proponía mi primer contrato; sino que esta nueva actividad constituiría mi profesión única y definitiva. Tampoco, además y lejos de lo que en ese tiempo pensé, que ese compromiso circunscribiría mis desplazamientos a los confines selváticos del oriente, sino que con esa decisión estaba comprando un tiquete de viaje que me llevaría por más de cuatro décadas alrededor del mundo.

Y así fue como llegué a Miami, en solo mi segundo vuelo internacional, cuatro semanas más tarde. Era ése el fin de semana largo del día del trabajo, que en Estados Unidos, no se celebra en mayo, sino el primer lunes de septiembre. Mi apoderado no había sido anunciado con anticipación de mi viaje; de modo que, cuando llegué, como se trataba de un fin de semana de vacaciones, él y su familia se habían ido a pasar a la playa. Por esas cosas que tiene la fortuna, él había regresado a su casa a entregar algún documento importante. Ahí, esa misma tarde, la de mi llegada, había encontrado el mensaje de mi inminente arribo y corrió a recibirme en el aeropuerto. Pienso ahora que fue en buena hora, porque yo ni hablaba inglés, ni creo que disponía tampoco de su número de teléfono…

En buena hora también, porque fui alojado, ese, mi primer fin de semana, en uno de los hoteles más exclusivos de Miami Beach, el Balmoral Hotel, avecinado al prestigioso Fontainebleau, cuyas playas compartía. Allí habría de quedarme hasta el lunes siguiente, cuando, luego de pernoctar en su casa, el señor John Espinoza se encargaría de conducirme a mi nueva escuela de aviación, Air Florida, en el enorme aeropuerto de Opa Locka. Era éste un aeródromo utilizado solo para entrenamiento. No hay en el mundo una fábrica más grande y de más intensa actividad para “hacer nuevos aviadores”!

No me tomó mucho descubrir que la famosa “escuela” era solo un negocio improvisado. Las clases debíamos compartir con muchachos que estudiaban en las escuelas vecinas, en instalaciones también improvisadas; los avioncitos no siempre estaban disponibles; los instructores tenían casi la misma experiencia que sus alumnos; y, las facilidades de alojamiento que me habían ofrecido eran inexistentes… Fui asignado a compartir “mi acomodación” con un chico alemán de pocas pulgas y de muchos y muy malos modales, que había conseguido un pequeño departamento en Hollywood, a una hora de la escuelita de mis nuevos y gratuitos sufrimientos. Así, dependía de sus caprichos para poder movilizarme!

No duré ni una semana en compañía de este individuo mezquino y despreciable. Pronto, su actitud y malas costumbres, me hicieron tomar la feliz decisión de independizarme. Fui a parar en un motel ubicado en la entrada del aeropuerto, aunque para llegar a la escuela tenía que realizar una caminata interminable. Calculo ahora que tuve que hacer ese recorrido, de quizás unos tres kilómetros, dos veces cada día en esa humedad tropical, bajo un sol siempre intenso e implacable. Una noche escuché unos ruidos extraños fuera de mi habitación: un grupo de morenos estaban dedicados a la infame tarea de romper la seguridad de la máquina de gaseosas, mientras quien estaba encargado de advertir a sus secuaces, blandía un enorme cuchillo que relucía en medio de la noche…

Pero, lo más frustrante de Opa Locka era el tránsito aéreo. Una infinidad de pequeñas avionetas hacían turno para el despegue, era una espera interminable. Cientos de muchachos inexpertos hacían sus prácticas en un espacio aéreo cada vez más restringido y saturado. Puedo auditar que casi veinte minutos, de cada hora que yo anotaría en mi bitácora personal, fue tiempo dedicado a la costosa e improductiva tarea de realizar solo el rodaje en tierra. Más de una vez pasó por mi cabeza la posibilidad de suspender esta absurda sinrazón y regresarme.

Un par de semanas después habría de sucederme una coincidencia afortunada. Me encontraba en plena tarea de aprovisionar de combustible a mi minúsculo aparato, cuando alguien de voz conocida, llamó a mis espaldas mi nombre. Se trataba de muchacho ecuatoriano, que hacía similar entrenamiento en una escuela de aviación localizada más el norte, en las cercanías de Cabo Cañaveral. No fue sino contarle mis cuitas y temores; y así, luego expresarle mi desilusión, él habría de ayudarme a encontrar una alternativa para mi incómoda situación.

Ese mismo momento decidí dejar el mal llamado centro de adiestramiento y correr a tomar mis pocas pertenencias para “volar”, literalmente, a lo que sería más tarde mi “alma mater”; me refiero a Flight Safety Academy, ubicada en Vero Beach. Flight Safety era una escuela de gran reputación; una de la que siempre me sentiré orgulloso de haber sido su alumno. “El mejor instrumento de seguridad en un avión, es un piloto bien entrenado”, rezaba la leyenda de su compromiso emblemático. Allá fui a volar, allí volé “solo” por primera vez, ahí me concedieron un crédito equivalente a solo siete horas por mis casi veinte “de carreteo”; allí me asignaron un solo instructor, se llamaba Jack Prindable; y también un solo avioncito, el mismo que habría de compartir con tres de mis compañeros: un monomotor de ala baja, el inolvidable N8794N, un Piper Cherokee 140.

Allí conocí, para mi sorpresa, a cuatro oficiales retirados de la fuerza aérea; hacían su curso para obtener la licencia americana de “piloto de transporte de aerolínea” y habían sido contratados por la misma compañía que se convertiría más tarde en mi primera experiencia internacional: Ecuatoriana de Aviación…

Chicago, 9 de septiembre de 2011
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06 septiembre 2011

Prohibido olvidar!

En los primeros meses de 1968, una serie de disturbios estudiantiles sacudieron la tranquilidad de uno de los países mas civilizados del mundo. Molestos con una administración que había restringido sus actividades, y también con un gobierno de carácter autoritario que había encarcelado a sus principales dirigentes, los estudiantes parisinos se volcaron a la ribera izquierda del Sena, e iniciaron un conjunto de protestas tomándose las principales arterias y plazas del barrio latino. Con los autos que habían capturado formaron barricadas, convirtiendo sus neumáticos en fogatas. Con sus gritos y carteles hicieron tambalear a todo el sistema establecido; y, con sus imaginativos mensajes, escritos con un colorido graffiti, hicieron llegar al mundo el pregón de sus proclamas.

Pronto, la propuesta dejó de tener un carácter circunscrito al ámbito estudiantil; y la reacción adquirió un amplio carácter social cuando los sindicatos se unieron a dichas protestas. Cuando más de diez millones de trabajadores plegaron a una huelga general, el mismo hombre fuerte de Francia, el inalterable General de Gaulle, se dice que se habría refugiado momentáneamente en Alemania hasta asegurarse del respaldo de las fuerzas armadas. La sociedad francesa se había exaltado de manera poco esperada. Las insignificantes arengas de reclamo de unos pocos estudiantes habían sido respaldadas con una actitud de rechazo a la hipocresía reinante y al autoritarismo intransigente.

Pasado el punto crítico que se presentó durante el mes de Mayo, de Gaulle habría de jugarse el todo por el todo y terminaría convocando a nuevas elecciones. Las protestas perdieron entonces fuerza; y, como por arte de magia, la exaltación de la ciudadanía volvió a su cauce normal. La ironía posterior consistió en que, a pesar de los evidentes descontentos demostrados, y a pesar del caos y de la anarquía que habían puesto en ridículo a las instituciones francesas, el líder volvió a ser favorecido más tarde con un nuevo triunfo electoral…

Vista desde este ángulo, la llamada revolución de Mayo, tuvo más bien resultados contradictorios y decepcionantes. Es cierto que un puñado de estudiantes y de dirigentes gremiales fueron liberados frente a la presión de la ciudadanía, pero no habría de producirse un cambio brusco, radical y definitivo en la conducción de la política francesa. Puede decirse que el resultado de la rebelión fue más moral que político: los franceses habían expresado sus deseos y habían apostado a buscar una moral más liberal. Parecería como que tal intento había sido la base de la proclama: el reclamo por un nuevo, y antes disimulado, ideal moral.

A quienes observábamos desde afuera esas inquietudes y expresiones de rebeldía, nos quedó sobre todo la música cansina de sus slogans y el impacto visual de un graffiti callejero que parecía negarse a ser obliterado… Aquellas imaginativas proclamas constituyeron un tributo al ingenio, más que a la propia vocación de libertad: “La imaginación al poder!”. “El poder corrompe; pero el poder absoluto, corrompe absolutamente”. “Los que carecen de imaginación, no imaginan lo que carecen”. “Seamos relistas, pidamos lo imposible!”…

Mientras tanto, en este lado del océano, los jóvenes esperábamos con una mezcla de escepticismo y desconfianza los resultados prácticos que otras proclamas, llamadas revolucionarias, parecían alcanzar en estas tierras, justo cuando habíamos empezado a creer que la revolución podía llegar a constituirse en el “nuevo nombre de la paz”… Quizás la frase emblemática del movimiento de Mayo fue aquella que anunciaba su propia negación, aquella del “Está prohibido prohibir!”. Imposible no recordarla, ahora que otros “revolucionarios”, han querido proclamar un nuevo grito de guerra, aquel del “Está prohibido olvidar”…

Hoy, casi medio siglo después de los acontecimientos del Mayo francés, escucho de tarde en tarde (o, mejor dicho, de Sábado en Sábado) el repetitivo slogan de quienes renuevan la propuesta del “prohibido olvidar”. Su arenga, sin embargo, es un canto de exhortación vengativa. Dice su abyecta invitación: “Ojo, no te olvides que lo que importa es que odiemos, porque lo único que nos anima es el resentimiento!”. Es una lástima que pensemos que desuniendo y sembrando la inquina, creamos que podemos superar un pasado de oprobio, enarbolando esos burdos y nefandos estandartes, como son los del rencor y el resentimiento!

Lo que no deberíamos nunca olvidar son nuestras metas comunes como nación, nuestro destino como pueblo, la búsqueda de un futuro promisorio basado en el esfuerzo de todos, en nuestro sentido de colectividad y en el brío otorgado por unos ideales compartidos. Hoy, se prohíbe olvidar… pero se quiere olvidar que la aspiración del hombre es también sentir, pensar y opinar… Lo que debería prohibirse es la siembra del encono y la malquerencia, porque no podemos dejar de recordar que somos una nación escindida, lastimada por un pasado de confrontaciones y regionalismos!

Los que piden no olvidar, olvidan el juicio de la historia. Olvidan que el pueblo empieza a observar un nuevo tipo de concubinato: el de las élites burocráticas con los nuevos ricos, aquellos que, aprovechándose del estado y sus beneficios, hoy gozan de las bondades que concede el poder. Ellos piden, con sus odios, que no nos olvidemos del manoseado pasado; pero deben estar rezando, para sus adentros, que no recordemos para nada el presente, un presente que mañana se ha de convertir de nuevo en flamante ayer. No es hora de una contrarrevolución? No va siendo hora de que pongamos a los más imaginativos, que no a los más resentidos, en el poder? Es hora de que se prohíba prohibir, de que empecemos a ser realistas, para que pidamos lo que hasta aquí ha sido imposible…

Anchorage, 5 de septiembre de 2011
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05 septiembre 2011

Aguajes y marejadas

Ya para nadie es un secreto que tengo muy mala memoria. Es mi memoria tan mala, que a menudo olvido lo que había prometido y jurado que ya no me iba a olvidar. Esto, en lo relacionado con lo que me propongo; porque, en cambio, con lo que no, con eso, aun sin proponérmelo, termino muchas veces olvidando ciertos conceptos, o las diferencias que hay entre ellos y aun de la identidad de quien me ofreció la aclaración o el comentario que fue entonces pertinente. Así es como, ya no recuerdo quién es el que me dio esa particular información, ni en qué mismo consistía. Me refiero a la diferencia que existe entre las voces marejada y aguaje. O es que, las dos, son términos similares que significan lo mismo, y solo se trata de esos velos con que a veces nos confunde el lenguaje!

Es entonces que opto por ponerme a investigar. Y descubro que “marejada”, de acuerdo al Larousse, equivale a “agitación, excitación, exaltación, inquietud y oleaje”; y consiste en ese “estado de la mar cuando su superficie está perturbada por olas de entre tres y cuatro metros”. Aclara el citado texto, que “la marejada no llega a alcanzar la violencia del temporal”. Me pregunto entonces: qué pasa cuando las olas son de más de cuatro metros? O… a qué se refiere el diccionario y a qué define con el término de “temporal”? Se refiere acaso a tempestad?...

Así es como mis internáuticos husmeos me conducen a más finas aclaraciones: encuentro que “marejada” (que con solo pronunciarla uno ya advierte esa fuerza fonética que por sí sola le es admirable) viene del portugués, consiste en aquel “movimiento tumultuoso de grandes olas, aunque no haya borrasca”. O que corresponde a la “exaltación de los ánimos y señal de disgusto, murmuración o censura, manifestada sordamente por varias personas, que suele preceder al verdadero alboroto”; o a la “situación de nerviosismo y excitación que se da en un grupo de personas y se manifiesta con un gran alboroto de voces”… Hago caso omiso de estas últimas notas figurativas, pues mi interés solo consiste en aclarar si hay identidad entre los dos términos, entre aguaje y marejada, para dilucidar si ambos corresponden a un mismo concepto y equivalen a idéntico fenómeno.

En este punto, vuelvo a confundirme, pues he llegado al conocimiento de la existencia de un fenómeno meteorológico, o si se prefiere oceanográfico, que se denomina “marejada ciclónica”; y que puede ser particularmente dañino y perjudicial, sobre todo cuando se asocia con la marea alta. Al respecto, dice la Wikipedia que “esta marejada ciclónica es una inundación costera asociada con sistemas atmosféricos de baja presión”. Que, “se produce principalmente por los vientos en altura, que empujan la superficie oceánica. El viento causa que el agua se eleve por encima del nivel normal del mar. La baja presión, en el centro del sistema atmosférico, también tiene un pequeño efecto secundario. Este efecto combinado, de baja presión y viento persistente sobre una masa de agua agrandada, es la causa más común de los problemas que produce la marejada”.

Entonces, qué tiene que ver este “movimiento tumultuoso de grandes olas” que llamamos marejada con el aguaje? Me temo que similar asignatura en el esfuerzo, debemos emprender con este último término, aun a condición de no distraernos con la acepción figurativa que le es complementaria, en el sentido de “rumor y murmuración que suele preceder al alboroto” (que es la otra interpretación de marejada). Así encuentro que “aguaje” tiene significados aun más numerosos:

Aguaje puede significar diversos conceptos marinos, como grandes crecientes del mar; como agua que entra en los puertos o sale de ellos durante las mareas; como corriente periódica del mar en algunos parajes; o, simplemente, como corriente impetuosa de ese mar. Pero también se utiliza para designar otros conceptos diversos como aguada, estela, aguadero o abrevadero, y aun para aguacero; también para significar alarde y bravuconada, o para la variación del color en las aguas marinas. Sé además, que con la palabra aguaje se conoce en el Perú a una fruta que crece en los pantanos selváticos. Pero… nos estaríamos ya alejando de nuestro interés investigativo, y del concepto que encierra la idea expresada en esa condición, aquella de cuando corren con violencia las aguas!

En los tiempos que transcurrí “en el otro Oriente”, en el de las selvas amazónicas del Ecuador (no fue en el paleolítico superior, pero sí en mi adolescencia tardía), conocí un tipo de palmera de hojas exiguas y raquíticas, la conocían los nativos como morete, moriche o canangucha. Crecía en las riberas de los ríos, en medio de una vegetación espesa e impenetrable, en los llamados “morichales”; daba una fruta colorada de menor tamaño al de la guayaba; por fuera era rugosa y por dentro tenía una pulpa amarillenta, comestible y de sabor agradable. Más tarde he llegado a saber que es la misma que en el Perú la conocen como “aguaje”.

Esa palmera, que da con generosidad dichos frutos, constituye el símbolo emblemático de una etnia jíbara, la del pueblo Shuar o Achuar, con el que más de una vez compartí su tradicional y siempre comentada chicha fermentada; sin embargo, no fue sino hasta mucho más tarde que tuve oportunidad de que me hicieran probar el supuesto dulzor del mencionado y publicitado aguaje.

Quise, al comenzar esta nota, referirme a las marejadas y a los maridajes… No, no están emparentados, ni siquiera por unión libre o concubinato! Pero, para hablar de maridajes y de concubinatos, ya habrá una nueva y diferente oportunidad. Se me ocurre, por lo pronto, que hay maridajes que se nos están viniendo con la fuerza torrencial que solo tienen las marejadas. Todo, en estos nuevos tiempos del “está prohibido olvidar”…

En cuanto a las diferencias entre aguaje y marejada… sigo sin poderlo recordar!

Anchorage, 4 de septiembre de 2011
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02 septiembre 2011

De la A, a la Zeta (cuento)

… “Desde ese día, en que me desahuciaron, casi no he salido de mi casa. Ya no tendría sentido tampoco, que yo vuelva al hospital; allí me dijeron que ya no tenían esperanza. Es curioso como los humanos, por compasión o por etiqueta, suelen utilizar las palabras; seguramente lo que quisieron decirme es que era yo el que ya no debía tener esperanzas de volverme a curar. Esto, lo del desahucio, ya me lo imaginaba, pues había muchos síntomas que confirmaban mis sospechas de que se había tornado en irremisible mi necia y persistente enfermedad. Desde que regresé de esa casa de asistencia, me ha afectado mucho esto del desahucio, pero más, mucho más, esta repentina y aislante soledad. 

Porque ahí en el hospital, de alguna manera, me sentía acompañado. Había en esa habitación otros cinco enfermos, que parecían estar más sanos que yo. Nos habían ubicado en la misma pieza, la 314, aunque no todos compartíamos la misma enfermedad. Allí aprendí el significado de muchos términos médicos, por las molestias y los malestares que tenían mis sufridos compañeros de hospital, allí fui aprendiendo cuáles son los síntomas por los que identifican a una u otra enfermedad. Todos sin embargo, parecían estar en mejor estado que yo. Eso me hacía sentir una especie de vergüenza, el estar menos sano. Me hacía sentir que los había defraudado, que no “había sacado la cara”, que les había hecho quedar mal a los demás ocupantes de mi pieza de hospital… 

Mientras merodeo por este diminuto departamento que yo llamo “mi casa”, pienso en cuánto tiempo es el que ya me queda, aunque no haya sentido, desde que me desahuciaron, que se haya agravado mi mal. Pienso en ella, en nuestra oportunidad perdida, en que ya son como quince años desde ese encuentro, y en que, desde aquel otro día, el de su resentimiento, ella ya no me ha vuelto a escribir, ni la he vuelto a encontrar. En parte, creo que fue mi culpa, no fui más explícito por no lastimarla; y ella, a su vez, se dejó ganar por ese torrente impetuoso del orgullo que llamamos dignidad. Recién nos habíamos vuelto a ver, después de tanto tiempo, no hacían falta las promesas; yo solo quería que fuéramos poco a poco reconociéndonos, apreciando nuestras virtudes y defectos, reconociendo y perdonando nuestra mutua fragilidad… 

Ahora, los dos estamos solos. Ella en esa casa, que nunca tuve oportunidad de conocer; yo en esta pieza adaptada para mis exiguas necesidades, en donde unos pocos muebles han reemplazado a los vecinos de habitación que antes tenía en la modesta sala del hospital general. Ella y yo estamos desahuciados; somos “vecinos de palabra”, una palabra extraña que al principio solo la había escuchado cuando me enviaban a hacer fila en el seguro social. Allí, haciendo cola, una señora embarazada que cargaba en su pecho a un recién nacido, y en sus espaldas el peso de su insufrible angustia, me explicó que “desahucio” era una especie de seguro que el estado otorgaba a quienes perdían su empleo en forma inesperada. El desahucio era entonces una ventaja, no era una fatalidad! 

Bien visto, habrían dos formas de desahucio: la de quienes se han quedado sin hacer nada; y la mía, la de los que ya no tenemos “nada que hacer”… Más tarde he descubierto que esto del desahucio, era también una providencia empleada por el arrendador, para despedir a su inquilino mediante una acción legal. Intuyo que es más bien por esto que dicen que estoy ahora desahuciado, porque puede decirse que me despidieron como inquilino transeúnte que yo era en el hospital. 

No sé si fue mi culpa, pero ella se hizo ilusiones, sin que yo le hubiera hecho ninguna promesa. Cuando yo advertí que las cosas se habían precipitado o que iban para mayores, preferí comentarle mi situación legal, y entonces prefirió reaccionar como si la hubiera engañado. En cierto modo, creo que fue preferible, porque se hubiera vuelto a quedar sola, si se juntaba conmigo y tenía que pasar por esto que ahora yo espero sin querer: el inminente desenlace de mi maligna enfermedad. Pero, en cambio, pudimos haber compartido, por lo menos estos últimos años, tantas y tantas ilusiones y cositas simples, que eso de compartirlas parece que es lo que otros llaman “felicidad”… Hoy, qué podría ya ofrecerle? Si, con la vida amenazada, ni siquiera sé cuándo mismo vendrá el guadañazo final… 

No sé donde vive, ni dispongo de su número telefónico. Me pidió que la llamase “Zeta”, porque intuyo que ella quería que después de ella, yo ya no pensaría en una distinta alternativa, en que yo pudiera conocer a alguien más. Desde ese día que me sinceré, dejó ya de escribirme y se negó a contestarme. No podría saber si es que enviudé o si me divorcié. No sé tampoco, si le importe que ahora solo soy un desahuciado, un hombre sin esperanza, un pobre diablo despedido de una institución asistencial. Me da pena que se quedaron tantas cosas sin decir, que se quedaron huérfanas tantas ilusiones y posibilidades, que no se tomaron tantos sinuosos y prometedores derroteros que juntos pudimos transitar! Ahora… esas encrucijadas quedaron para siempre desahuciadas, por mi falta de tino, por su orgullo, por esa incomprensible naturaleza de la condición humana que antepone, al simple disfrute, una ansia incontrolada de temporal seguridad. Si, al final de cuentas… todo, todo mismo, en esta vida es temporal! 

En cierto modo, me alegro que todo terminó. O, mejor dicho, que nada empezó, que no compartimos nada en todos estos años. Le hubiera puesto muy triste con esto de mi desahucio, le hubiera fastidiado con todas las limitaciones y achaques de esta, mi insidiosa, enfermedad terminal. Mas, ahora, no me preocupa ya eso de no tener posibilidad de curación; realmente lo que más me hace sufrir es su propio desahucio, la condena que ella misma se impuso a su propia soledad. Y no sé qué será peor, si estar condenado a perder la vida, o si estar condenado a la soledad… Solo espero que así como ya solo me quedan muy pocos meses de vida, a ella no le queden muchos de absurda, innecesaria e incomprensible soledad”… 

Shanghai, 2 de septiembre de 2011


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