29 agosto 2012

Citoyen du monde

Me gusta como los franceses lo pronuncian; hacen un piquito como si fuesen a silbar, transforman la “o” escrita en un diptongo que suena cual si fuese un “ua”; luego, convierten la “u” de la siguiente sílaba en otra “iu”; y concluyen la última palabra con esa exhalación tan propia de la plenitud y del alivio, del sentimiento de realización o, quién sabe, de ese sentido de señorío que tiene la dominación… Citoyen du monde! Ciudadano del mundo: hijo privilegiado de Poseidón, el dios voluble de los mares, los viajes y las tormentas; e hijo preferido de Artemisa, la deidad de la caza, la virginidad y la novelería. Citoyen du monde: viajero necio, trotamundo empedernido, sangre de argonauta, primo hermano de Jasón…

Se sienta él frente a mí a compartir la mesa. No para de hablar y le dejo… porque sé que alguna vez compartimos un pasado y que ahora estamos lejos; y porque, ante todo, sé que si algo nos identifica a los hombres -y nos regala identidad- es esa ansia insatisfecha, ese anhelo de confesión… Quién lo hubiese dicho, o lo hubiese pensado siquiera Alberto -me dice-, que un día nos encontraríamos en la lejana y calurosa Arabia, la tierra de los cuentos de las “Mil y una noches”; la de Simbad el marino, de Alí-babá y sus cuevas fabulosas; y habríamos de encontrarnos con la frecuencia y asiduidad con que lo hacemos hoy. Sí, hijos del riesgo y la curiosidad; del viaje y la novelería. Ciudadanos del mundo. Bulliciosos… Sí señor!

Me dice que se ha volado ya todas las aerovías de Europa y yo le creo. Yo mismo, que he atravesado, en solo la última semana, cuatro veces todo el Mediterráneo, ese mar sereno del comercio y de la ilusión. Ese mismo mar que sus antepasados surcaron, cuando fenicios o cartagineses, para comerciar sus ajuares teñidos de púrpura o de escarlata; para intercambiar sus productos de oriente; y para vendernos, de a poco, su más formidable invento. Uno que lo trajeron de sus pueblos de Biblos, Baalbek, Ugarit, Tiro y Sidón; uno que un día nos permitiría comunicarnos y contar historias; uno sin el cual hubiese sido imposible redactar proclamas de libertad, ni escribir testimonios… Uno que se convertiría en el descubrimiento mayor de la cultura, en el más maravilloso instrumento que ha sido inventado por la civilización: el abecedario o alfabeto fonético!

Me cuenta de su adolescente hora de travesura, de su encrucijada, de su loco “turning point”. Medito en que si, así como los cananeos estuvieron ubicados en una encrucijada de la historia y de la geografía, si asimismo nosotros también no hemos tenido un instante crucial, un momento individual decisorio y definitivo; uno que destina nuestra vida, que nos conduce por un camino sin retorno, para bien o para mal… En si, muchas veces, un minuto de insensatez no termina por conducirnos a la ansiada cordura; en si, por el contrario, el desvarío y el desequilibrio de la aparente enajenación no son a veces un paradójico resultado de la sana reflexión, de la obcecada predisposición del hombre por buscar un motivo para todo; por encontrar, siempre y ante todo, lógica y racionalidad…

Ahí me quedo, parado en la vereda cuando nos despedimos. “Adiós, habibi”, me dice con afecto. Au-revoir, “citoyen du monde”, le respondo. Y, se va el “Fumín”, a explorar otro nuevo y lejano puerto, a descubrir una nueva aerovía más…

Jeddah, agosto 29 de 2012
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