31 agosto 2012

Romanceando al alma

Decía yo hace ya un año, dirigiéndome a los convidados a la boda de mi hijo Agustín, que hay circunstancias en la vida, en que uno no sabe literalmente qué decir; que en ocasiones como aquella, es probable que mejor sea dejar que lo que está adentro salga y se exprese por su cuenta; y que, en ocasiones así, era mejor dejar que hable el alma... Sin embargo, tengo un problema -continuaba yo- y es que “alma” es una palabra femenina en español; y por eso ha de ser que, cuando decido dejarle hablar… corra el riesgo de que ella tienda a hablar demasiado y ya no la pueda callar…

Claro que aquello lo dije sin intencionalidad y con el único propósito oratorio de distenderme, de relajar a la audiencia y de “romper el hielo”. Sabido es, por otra parte, que aunque alma es femenino (se dice “las almas” en plural), se utiliza delante de esta palabra el artículo “el” cuando se trata de acompañarla de un artículo definido; esto porque se utiliza el artículo masculino delante de palabras que empiezan con “a” tónica. Este es el caso de palabras como área o águila. Aunque debo confesar que en casos como aroma no estoy muy seguro (se dice el aroma, pero también “los” aromas)… Por ello entiendo las dificultades que representa nuestro idioma para quienes lo aprenden y luego lo tratan de dominar.

Lo que hasta ahora no sé, es qué mismo es el alma, o qué es lo que entendemos por ella. Y si uno no sabe qué mismo significa, mal puede estar seguro de sus características y más circunstancias, por ejemplo de su supuesta inmortalidad… Claro que aquí entramos en el terreno de los llamados “dogmas”, asuntos de fe en los que uno está en la obligación de creer y que no admiten que se pueda dudar. No estoy muy seguro, tampoco, de quiénes fueron los que hablaron por primera vez del alma o hicieron su primigenio descubrimiento; pero lo cierto es que la religión nos ha sometido a la creencia de que nacemos con un alma (aunque no nos cuentan si antes ya estuvo allí) y que esa parte nuestra se irá al más allá…

Leyendo las “Cartas de Inglaterra” de Voltaire, he profundizado un poco en los conceptos que, a través de la historia, hemos tenido del alma. Parece que ya Anaxágoras había afirmado que los cielos estaban hechos de roca y que el alma era un espíritu etéreo e inmortal. Cuenta Voltaire que Diógenes había dicho que el alma estaba hecha de la substancia de Dios; aunque Epicuro manifestaba que estaba constituida por partes, de la misma manera que lo estaba el cuerpo. Comenta el ingenioso filósofo francés, sin embargo, que: “el divino Platón, maestro del divino Aristóteles -y el divino Sócrates, maestro del divino Platón- solían decir que el alma era corpórea y eterna”…

Siguiendo con su relato, comenta el enciclopedista francés que algunos de los primeros Padres de la Iglesia habrían estado persuadidos que el alma era humana, pero que Dios y los ángeles eran corpóreos… Dice que, habría sido Descartes el primero en declarar que “el alma era lo mismo que el pensamiento, de la misma forma que hablar de materia significaba hablar de extensión”. Así, “el alma estaría dotada de nociones metafísicas, como: conocer a Dios, concebir el espacio infinito y poseer ideas abstractas”…

Por mi parte, sigo sin estar muy seguro de qué mismo es, o de lo que entendemos por alma. Y sólo creo que talvez signifique una forma de predisposición: la capacidad de tener buenas o malas intenciones o tendencias. Eso querría decir tener “un alma buena” o “un alma mala”, nada más!

Voltaire no se llamaba Voltaire (se pronuncia Volter); su verdadero nombre era Francois-Marie Arouet. Fue un escritor caracterizado por su chispa y sagacidad. Había escrito bajo más de un centenar de seudónimos o nombres de pluma. Esto de Voltaire era un anagrama, extraído de Arouet L. J. (Arouet, le jeune; o Arouet, el joven). Era una palabra inventada por él, extraída de la escritura de su nombre en latín. Era costumbre en ese idioma, la de representar la U con la V, y la J con a I. De esto nació un nombre que, a más de hacerse famoso en las letras y la filosofía, ha servido para bautizar a muchas otras personas en la posteridad.

Termina diciendo Voltaire que “los supersticiosos son lo mismo, a la sociedad, que los cobardes al ejército; que se dejan influenciar por un ataque de pánico y terminan por contagiar a los demás”…

Asuntos en los que uno piensa cuando está “solo con su alma”…

Jeddah, agosto 31 de 2012
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