01 agosto 2012

En la morada de Saud

Estoy de vuelta a Arabia; he regresado diez años después. Un color ocre invade con su arenosa ubicuidad la amplitud de la geografía; y aporta, con su cromática monotonía, a que capitulemos ante esa curiosa sensación de que el tiempo se detuvo, que es la impresión que el forastero experimenta al volver… Arabia (o Arabiya, como lo pronuncian los sauditas) es una tierra de gente afluente y expresiva, que parecería que si no responde a la invitación al diálogo o ignora a su interlocutor, es porque con aquel gesto quisiera manifestar su desdén o superioridad. Esa frialdad contrasta con la actitud espontánea de la tripulación de mi vuelo desde Europa, que me ha distinguido con su amigable cordialidad.

Ya en el terminal del enorme aeropuerto de Jeddah, esa variedad de colores que la gente poco antes exhibía en su vestimenta, de pronto se ha convertido en una sorprendente e intempestiva dualidad. Los hombres visten su impoluta y blanca túnica -una suerte de sotana a la usanza religiosa-, acompañada de un pañuelo que cubre su cabeza; coronado por una aureola negra. Las mujeres, en cambio, cubren su pudorosa humanidad con un similar atuendo de color negro; y, a diferencia de los varones, ocultan los rasgos de su rostro con un velo oscuro de muselina, que les otorga un furtivo misterio y ayuda a esconder su identidad… De su cuerpo, únicamente se aprecian unos diminutos e inquietos ojos; y quizá solo, y muy ocasionalmente, un discreto, desnudo y provocativo calcañar…

Contrario a lo que pudiera presumirse, y llegadas al puesto del exigido control migratorio, ellas, las féminas, no descubren su semblante e insisten en mantener la incógnita y enigmática condición de su embozada identidad. Llegan ellas, en la mayoría de los casos, acompañadas por un mozo que las antecede; este presenta sus documentos y uno adivina que ha de tratarse de un amanuense contratado para el trámite específico de la artificiosa formalidad… En tanto, y mientras el viajero espera por la lenta comprobación de sus propios documentos, un sutil olor a cardamomo se va impregnado en el ambiente y le va otorgando a Arabia el aroma de su íntima identidad.

Durante el moroso y estoico traslado hacia mi lugar de alojamiento, agravado quizá por la tradicional celebración del ramadán, reconozco nuevamente esos sinuosos y prolongados símbolos que conforman la escritura árabe. Son trazos efectuados de derecha hacia izquierda -en contraste con sus números, que son escritos en sentido inverso-. Y, mientras soy transportado en el vehículo, dando pábulo a mi curiosidad y absorto en mis renovadas cavilaciones, reconozco los extraños guarismos que representan sus propios dígitos (‎٠‎١‎٢‎٣‎٤‎٥‎٦‎٧‎٨‎٩‎), -los llamados números arábigos orientales-, que difieren tanto de los nuestros; ya que, los que ahora utilizamos, fueron inventados por los hindúes, recogidos más tarde por los persas, y habrían de llegar a Europa en la Edad Media, montados a horcajadas en los ágiles corceles de la ironía, gracias a las invasiones de los árabes…

Se escucha por doquier un rumor sonoro que irrumpe, acomete y asedia. Luego, la impronta de aquel susurro conquista y subyuga; y entonces la extraña lengua domina y somete con sus jotas avasalladoras, cual si estas fuesen cimitarras, escalpelos o puñales. De pronto, un zumbido ocioso y perseverante se apodera del ambiente; hay en él un rezago de atonalidad, cual espontáneo impromptu, cual acordado ronroneo entre millones de aturdidos e inquietos moscardones. Es la hora establecida para la oración, la cláusula intransigente destinada para la repetida plegaria de los fieles musulmanes. Entonces ellos, solícitos, se dirigen hacia el lugar que les han asignado, para realizar sus fervorosas genuflexiones.

Es cuando el viajero respetuoso se retira; debe esperar la llegada parsimoniosa de la hora del espléndido y pródigo “iftar”, para suspender su ayuno y no despertar inútiles malestares ni, tampoco, antojadizas miradas u hostiles provocaciones…

Riyadh, primero de agosto de 2012
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario