23 agosto 2012

“Solo”, otra vez…

Hay una voz curiosa en el inglés. Y extraña -sobre todo si, al contrario de lo que parece, con ella queremos expresar algo insólito, extravagante o desconocido-. Nos viene al castellano “de rebote”; a través de ese espejo que nos refleja voces de una lengua casi muerta, como es el latín. Y ese azogue que deforma, pero que siempre esta ahí, para recordarnos la verdadera imagen de muchas raíces de nuestra propia lengua, es -quién lo diría- otro idioma, la lengua de Shakespeare…

Me quiero referir aquí a una palabra que se emplea en aviación, la palabra “solo” que no tiene que ver con el adverbio de modo, y tampoco, en cierta manera, con el “adverbio” de soledad. Tiene un significado de emancipación, potestad y autonomía; es la palabra que se usa en el inglés para expresar que alguien, un piloto en este caso, se ha ido solo, por su cuenta, por primera vez. De ahí, hemos inventado el verbo “solear” que no quiere decir “poner a secar cosas al sol”, sino simplemente volar “solo”, por nuestra cuenta y riesgo, por primera vez.

Volar solo es una de las primeras aspiraciones del aviador. Es en cierto modo, una forma de evaluación; en la medida de las horas que nos tome esto de volar solo; y en la forma o la facilidad, o dificultad, con que lo consigamos, se puede decir que nuestros instructores y nosotros mismos, podemos hacer una cierta valoración de nuestras habilidades, o limitaciones, para insistir en el aprendizaje de esta apasionante profesión. Sin embargo, en lo personal, estoy convencido de que esta apreciación puede tener una forma de distorsión. Esto, simplemente porque no todos aprenden algo con la misma velocidad; y, sobre todo, porque aquello de aprender rápido no es garantía de que se aprenda bien…

Recuerdo que de niño me decían que el día más inolvidable en la vida, si no el más hermoso, era el de la primera comunión. Algo parecido sucede con el día del primer vuelo solo, que se convierte en una experiencia única y especial, en algo que se hace difícil de olvidar. En mi caso personal, me había demorado un poco para solear por primera vez, quizá bastante más de lo que les había tomado a los demás. Ese día el instructor se había percatado que se avecinaba una tormenta, pero como se sobreentendía que solo tendría que hacer un par de aterrizajes, o de “tomas y despegues” como decimos en nuestro argot, puso los frenos en la cabecera de la pista, abrió la escotilla, y deseándome buena suerte se bajó del diminuto Cherokee 140 y me dio autorización para irme solo por primera vez!

No es mucho lo que recuerdo de ese día cenital y culminante. Solo me recuerdo en tramo de viento, gritando como un loco y pellizcándome por todo el cuerpo, porque casi no lo podía creer. Lo que vino fue que… sería mi instructor, quien ya no lo pudo creer: porque, ajeno a la amenaza de la inminente tormenta, yo me había empecinado en realizar más de un aterrizaje, y me había puesto a repetir la maniobra, una y otra vez! Su nombre era Jack Prindable… era un hombre bueno, un ser humano maravilloso. El destino quiso que nunca lo volviera a ver!

Soy particularmente grato con los instructores que me dejaron ir solo por vez primera. No es que no lo sea con los otros profesionales que patrocinaron mi aprendizaje inicial o que aportaron a modelar mi actitud frente a la profesión; pero creo que existe un lazo especial que nos une con quienes nos dejan solear. Algo parecido me sucedió con el inolvidable Twin Otter, cuando teniendo solo diecinueve años, un cubano irreverente, dotado de una habilidad extraordinaria, me dijo una tarde en la cabecera de la pista de Pastaza: “Vete solo Torombolo, que ya estás listo chico, tu”. Son estas las experiencias que más aportan a nuestra formación, porque nos regalan un ingrediente elemental: la tan necesaria auto-confianza en nuestra propia capacidad.

Algo parecido sucede, aunque con las comprensibles diferencias, cuando accedemos a un nuevo tipo de avión o ingresamos a una nueva empresa; son tantos los chequeos y las evaluaciones, que una gran sensación de alivio es lo que se siente cuando se re-obtiene autonomía, cuando se vuelve a “volar solo de nuevo” por primera vez. Esto justamente me ha vuelto a pasar en días pasados, desde cuando he vuelto a comandar mi querido 747 una nueva vez. Claro que esto de “volar solo” es solo un decir, porque uno se va solo pero acompañado de una nutrida tripulación y con casi medio millar de pasajeros que no saben que su engreído comandante se está yendo solo por “primera” vez…

Hoy me he ido a caminar “solo” por la playa de Al Corniche. Me he puesto a meditar en esa paradoja de estar solo mientras se está acompañado a la vez; y he pensado en las veces en que no se está solo pero que nos abruma la soledad. Me he puesto a mirar el océano, ese mismo que despertó las esperanzas de Colón y he reflexionado en el sentido de palabras como horizonte, destino, tiempo, viaje, distancia y eternidad… Me ha parecido una ironía que los hombres usemos un ocho ocioso, una cifra recostada sobre sí misma, para expresar nuestro limitado concepto de un valor que no alcanzamos a comprender: el sentido de infinito…

Casablanca, Marruecos, 23 de agosto de 2012
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1 comentario:

  1. PA, a la distancia, que parece infinita pero no es mas que muchas veces imaginaria, le mandamos un fuerte y cariñoso abrazo! Le extrañamos y siempre le pensamos!

    Casablanca, Esmeraldas.... no mentira.... jajaja... Quito no masff...


    Jess y Sebas

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