13 agosto 2012

De claustros y sotanas

Poca gente sabe que detrás de la cabina de mando del Boeing 747 escondemos un pequeño dormitorio. Bueno… realmente se trata de lo que podría llamarse un diminuto claustro; contiene unas estrechas literas, aptas para acomodar, en sus dos niveles, a idéntico número de personas. Si la cabina consiste ya en un espacio restringido, de tres metros de largo por dos de ancho, el camarote de descanso debe tener quizá unos dos metros de largo por tan solo un metro y medio de ancho. Al lado de las angostas camas existe un apretado espacio destinado a los cambios de ropa; espacio que, a su vez, es el necesario para desplazarse, antes de ubicarse en los correspondientes sitios de descanso.

Cuando se trata de un vuelo de larga duración -y se da por sobreentendido que las literas han de ser utilizadas-, uno encuentra que “han sido hechas las camas”; es decir que se han tendido sábanas frescas y que cada cama ha sido provista de almohadas y frazadas. Cuando los pilotos han cumplido con sus períodos de descanso, se espera que reemplacen estos aditamentos por otros limpios y dejan las literas en condición adecuada para ser nuevamente utilizadas. Hay, en estos lugares de descanso, luz de lectura adecuada e independiente. Por lo general, los comandantes prefieren ocupar la litera inferior porque es un poquitín más holgada. Sin embargo, esta es la más incómoda en cuanto al acceso; no se diga cuando se trata de arreglar los bártulos y de dejar bien tendida esa cama…

Se parece este sencillo camarote a los que se encuentran en los trenes y barcos. Le llaman “bunk”, que se pronuncia igual que “bank” (banco), sino que casi sin separar la comisura de los labios cuando se pronuncia la u, que se convierte más bien en una a falsa. Es el espacio diseñado para dormir; pero también para hacer otras cosas que se hacen en la cama. Me refiero a soñar, hacer planes, fantasear e imaginar toda suerte de sandeces y patochadas. Así, unos lo utilizan para hacerse inocentes ilusiones y otros para pergeñar reclamos o para urdir represalias…

Hoy mismo, me he despertado allí y me he puesto a meditar en las restricciones de este espacio reducido; y he recordado los claustros que tenían los hermanos que fueron nuestros preceptores y maestros; en lo limitado, espartano y frugal de aquellos mezquinos espacios… Y he recordado, asimismo, todas las rabietas de las que fui protagonista, porque entonces se me había metido entre ceja y ceja, y cuando tan solo cursaba cuarto grado de escuela, que quería imitarle al santo hermano Miguel y convertirme en hermano de La Salle! Ya había escogido inclusive un nombre de congregación, emulando al patrono de la orden: quería llamarme Juan Bautista. Reverendo hermano Juan Bautista… ni más, ni menos!

Yo no sé cuánto tiempo hubiese durado con aquellos hábitos; que en la escuela llamábamos “el babero” y la sotana. De lo que no me queda ninguna duda, es que pronto me hubiese convertido en un “lego” vanidoso y coqueto; de esos medio traviesos, inquietos y tránsfugas. Pero Dios, que sabe cuidar de sus animalitos (sobre todo de los que son proclives a ciertas debilidades y concupiscencias), sabe también morigerar nuestras tendencias y caprichos; y nos desanima a tiempo de nuestros necios empecinamientos… para gloria de Él mismo; de la santa madre iglesia; y para tranquilidad de fieles y devotos. No se diga de la de familiares y amigos; y de la eventual de una que otra futura enamorada…

Lo que sí me ha quedado, y solo ahora es que lo advierto, es una como extraña obsesión por chantarme una sotana, o casi… Y es que, de tanto ver a los árabes vistiendo su tradicional túnica, me han entrado súbitos antojos de adquirir una propia, para mimetizarme con esas muchedumbres que parecen uniformadas. Por ello he acudido al conocimiento de mi amigo F, para solicitarle su importante consejo, en cuanto a cómo adquirir una (las llaman “thobe”) y a las variedades y particularidades que deben considerarse para que la inminente transacción resulte óptima y aventajada. He llegado al conocimiento de que también existen otras prendas complementarias que deben ser adquiridas, con el objeto de consolidar la elegante apariencia que -no faltaba más- debe ser respetada!

Lo primero que he descubierto, luego de mis enjundiosas investigaciones, es que -como sucede con cualquier prenda de vestir- existen muchos modelos (aunque no se note de primera mano) y una variedad incontable de calidades. A simple vista, solo se notan las diferencias en el cuello y en el puño, similares a las que existirían en las camisas occidentales; pero lo que las distingue principalmente es la textura del tejido. Sin embargo, la prenda que parece otorgar carácter, y además expresar la personalidad del individuo que lo ostenta, es ese pañuelo -casi siempre diseñado con cenefas de color escarlata- que se lo ciñen en la cabeza con una orla elástica de color negro. Es la “ghutra”; la misma que, por otra parte, distingue personalmente a quien la usa, por la forma como opte por llevarla.

Según el F -que no es tan adefesioso como yo, cuando me miro en el espejo-, el atuendo estaría incompleto, si no se lo provee de sandalias adecuadas. Estas deben cubrir parte del empeine y disponer de un eslabón de cuero, a modo de abrazadera, que sirva para instalar, en forma cómoda, a los dedos interiores. Ah… y casi me olvidaba: me ha recomendado unos pantalones, a manera de pijamas, que cumplen con el pudoroso propósito de evitar que el propietario de la túnica revele, a contraluz, la transparencia de sus miembros inferiores.

Es que: no solo deben ocultarse las piernas, sino también la indiscreta claridad…

Dhaka, agosto 12 de 2012
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