23 agosto 2012

“Como decía mi abuelo”…

Abrir comillas! ¿Cuánto de lo que pensamos -no se diga, de lo que decimos o escribimos- es realmente “nuestro” u original? O, dicho de mejor manera aún: ¿cuánto de lo que pensamos y decimos pertenece realmente a los otros? ¿Hay -me pregunto yo- una firme posibilidad de decir que lo que “sabemos”, pensamos o decimos realmente nos pertenece? ¿No consiste “el saber” en haber aprendido lo que ya era sabido por los demás, el conocimiento ajeno?

Si bien se medita, esos conceptos que conocemos como educación o formación, no son sino eufemismos para significar nuestra adquisición de conocimientos y de nociones que antes eran de los otros. Cierto es que en la mayoría de los casos no estaba definida la propiedad intelectual de esos mismos conocimientos -muy básicos en la mayoría de ellos-, pero lo cierto es que todos esos asuntos antes no nos pertenecían. Los habíamos tomado de los demás, o a través de los demás, a modo de “préstamo vitalicio no restituible”, sin haber siquiera anticipado que ya nunca más los íbamos a devolver ni a redimir; y ni siquiera a recompensar…

Si bien lo pensamos también, la inmensa mayoría de las cosas que enunciamos y decimos -nuestras opiniones- no son realmente nuestras; ellas están basadas en otros principios, expresiones, entelequias y conceptos que de una u otra manera antes los habíamos escuchado o recibido de los que estaban cerca, de nuestro “prójimo”. Lo mismo que estoy comentando ahora -no me consta pero estoy absolutamente persuadido- no debe de tratarse de una idea novedosa y ni siquiera “original”. Muchas veces originales, lo que se dice originales, ni siquiera resultan los llamados inventos o descubrimientos; ellos no son sino revelaciones (epifanías, se dice en sentido místico) de asuntos que estaban disimulados o escondidos, pero que a fin de cuentas ya habían estado entes allí…

Pero… una cosa es decir lo que uno cree o piensa, decir lo que uno sabe; y otra, muy distinta, es decir que lo que uno afirma no había sido dicho antes por otro autor o individuo. Una cosa es decir u opinar, y otra muy distinta, no mencionar que lo que uno está diciendo no ha sido ya dicho o escrito por los otros. Parece, en principio, que estamos hablando de una línea muy fina; o si se prefiere, de lo que en inglés se conoce como un área gris, algo que no parece estar enteramente definido como algo definitivo, sacramentado y cierto. La ventaja o -si se quiere- la desventaja, es que cuando se copia tarde o temprano será descubierto.

Recuerdo un episodio de mi juventud cuando, quizá en el afán -pienso ahora- de respaldar su posición y probable popularidad, un cierto individuo se apoderó, con absoluto desparpajo, del texto íntegro de un número importante de varios artículos publicados anteriormente en una revista. Ni siquiera se dio el trabajo de escoger ciertos párrafos, sino que los reprodujo íntegramente, como si ellos hubiesen sido de su autoría. Cuán fácil hubiese sido citar o entrecomillar, o dejar expresado que pertenecían a otro las frases o conceptos contenidos en el texto.

Reflexiono en este momento, que menciono la palabra “citar” -y esta es una idea absolutamente original-, que este es un verbo que se dice “to quote” en inglés. Caigo en cuenta que, curiosamente, el mismo viene de “quota”, una palabra latina (y en castellano no lo usamos con idéntico sentido!) que quiere decir “cuanto”. En nuestro idioma sirve de base para otras palabras como cuotidiano, cuota o alícuota… Estas dos últimas significan la cantidad fija que se paga o que se recibe. Leo en un diccionario etimológico que (abrir comillas): “quotus” se deriva a su vez de “quot”, que quiere decir todo y cada uno, aparte de cuánto.

O sea que, citar o “cuotar” no es sino, en cierto modo, dar a cada uno lo que se le debe; o, dicho de mejor forma: lo que exactamente le corresponde. A estas ideas llego al encontrar un editorial en un periódico árabe que contiene meditaciones que coinciden con lo expresado. Recuerda ese artículo el sentido original de la palabra “plagio”, que se usaba para expresar la apropiación o acción de secuestro de un esclavo ajeno. Está escrito por un tal Fawaz Turki, quien considera que el trabajo de un escritor es “no solo su propiedad más valiosa, sino también su peculio más vulnerable”; y concluye su nota con esta formidable reflexión:

“Plagiario viene de la voz latina ‘plagiarius’, o secuestrador. En derecho, el secuestrador es llevado a la justicia. En el periodismo, un comentarista que se apodera del trabajo de otro escritor -exhibiendo, tanto liviano desprecio hacia sus lectores, como insensible desdén por los derechos de autor de sus víctimas- está devaluando la principal moneda del intercambio racional, que consiste en la confianza pública. Y eso ya desborda los límites de la redención”…

Cerrar las abiertas comillas…

Casablanca, Marruecos, 23 de agosto de 2012

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