22 mayo 2013

Apología del disparate

Hay toda suerte de problemas en las cosas de la vida y del corazón. Es cosa seria cuando, a cuento de que son de difícil resolución, las subestimamos; y, lo que es peor, creemos que se han de resolver por su cuenta y no acudimos al consejo o a la ayuda ajena. Más grave aún cuando alguien expresa o reitera su desacuerdo, o insinúa otras alternativas, y -en gesto inadecuado e improductivo- nos ponemos en una actitud defensiva y acusamos a todo criterio ajeno como un “disparate”.

Los problemas de la ciudad son enormemente complejos; hemos de coincidir en que no son ni de pronta ni de fácil solución. Pero, por la misma razón, requieren del aporte y colaboración de todos los sectores de la ciudadanía. Es insólito, por lo mismo, que el burgomaestre responda al justificado malestar y a las críticas razonables de lo que no se ha hecho bien, calificando a aquellas opiniones -de la naturaleza que fueren- como simples deseos de “polemizar por disparates”.

La respuesta del alcalde capitalino solo demuestra dos cosas: insensibilidad frente a las inquietudes, malestares y angustias de los habitantes de la urbe; y, ante todo, incapacidad para promover un gran debate que apunte a buscar las mejores soluciones de los problemas que enfrentamos sus conciudadanos.

Esto llama la atención. Pues, como médico que es, él debe saber que cuando la enfermedad es de difícil diagnóstico, es preciso acudir a opiniones adicionales y buscar nuevos exámenes y formas diferentes de tratamiento para salvar la vida del enfermo. Su actitud es equivalente a considerar la preocupación de los familiares del paciente como ganas de preocuparse por asuntos nimios o que responden a un prurito por utilizar artificios infundados con el solo ánimo de fastidiar al facultativo…

El gran malestar de los quiteños por los problemas acuciantes del transporte y del tránsito es una realidad tangible que no puede ser subestimada. En este sentido, las críticas y los reclamos no pueden ser calificados de disparate. Por el contrario, no saber apreciar el descontento ajeno, cuando este es animado por justos motivos, es -esa sí- una forma de sinrazón; es el súmmum de la tontería. Y no creo que el alcalde sea un hombre simple, pero si él o su equipo de trabajo no están en capacidad de ofrecer un diagnóstico adecuado, o de encontrar soluciones apropiadas y viables, deben saber atender a las recomendaciones o a las alternativas que -estoy seguro- ha de querer ofrecer el resto de la ciudadanía.

Es más, estoy seguro que el personero municipal está imbuido de un espíritu bien intencionado. Lamentablemente hay ocasiones que se deja arrastrar por la soberbia o los arrestos de la politiquería, como cuando comenta que a él le ha tocado en solo cinco años “hacer lo que antes de él se dejó de hacer por cinco décadas”. Esto es: o un no meditado exabrupto o un ingenuo disparate. Es una lástima, pero se inscribe en el mayor cáncer de nuestra política: tratar de tildar de malo a lo hecho en el pasado, para medrar de la desilusión y el descontento.

A los problemas de movilización y transportación de los quiteños ha venido a sumarse la apertura de un aeropuerto que no estaba listo para operar en óptimas condiciones; sin cumplir además con una transición adecuada. Con el agravante de que la medida ha desarticulado el intercambio político, comercial y empresarial entre las principales ciudades del Ecuador. El anterior aeropuerto no debió cerrarse todavía. Sería desastroso e irreversible no saber cuidar de sus instalaciones, ya sea para conservarlo para casos de emergencia o para reactivar la posibilidad de que sirva para satisfacer un siempre necesario puente aéreo.

Quito, mayo 23 de 2013
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