10 mayo 2013

¿Ya llegamos…? ¿Ya llegamos…?

No habría de volver ni a las playas de Atacames ni a las costas vecinas por casi una década completa. En el ínterin me había hecho ya de una esposa y de cuatro inquietos y curiosos mozalbetes, enamorados de viajar, de ilusionarse por lo nuevo, de compartir con quienes lograban afinidad, de disfrutar el deporte y la aventura. Uno de sus destinos favoritos fue siempre un lugar donde el clima era distinto, donde los frutos del mar y de la tierra sabían diferentes, donde hacía calor y podían compartir con su padre, el aviador que tantos días se alejaba de la casa, esos momentos que justifican el nombre de familia… A ellos les fascinaba viajar de vacaciones a la playa!

Por todos esos años fuimos con periódica frecuencia a Bahía de Caráquez. Ahí el mar no era lo más atractivo ni atrayente, pero disponíamos de ciertas discretas comodidades gracias a la generosidad de amigos que eran propietarios de un pequeño departamento que nos lo cedían cuando no estaba ocupado. Y allá era donde íbamos cada vez que mis itinerarios me lo permitían; y, sobre todo, cada vez que un convenio entre los aviadores de mi empresa permitía que hiciese uso de mi antigüedad para gozar de licencia. Lástima que para acceder a las ventajas de aquel escalafón, mis prioridades eran todavía muy escasas…

Hasta que algo inesperado ocurrió. Eran los prolegómenos de un fin de semana largo -del consabido y acostumbrado “puente” laboral- y ciertos malestares e inconformidades sindicales propusieron celebrar en forma distinta el ya vecino Día del Trabajo… Para cuando habíamos llegado a la población de El Carmen, localizada a medio camino entre Santo Domingo y Bahía de Caráquez, tuvimos que aceptar la inapelable noticia de que el pueblo había plegado al fervor de un paro decretado. El poblado había querido manifestar su rebeldía y había optado por obstruir la vía que conectaba las principales ciudades manabitas con el resto del país. La carretera se hallaba ahora tomada y completamente paralizada…

Luego de un par de horas de espera optamos por desandar lo andado y, para pena de los hijos y desconsuelo de sus padres, tuvimos que resignarnos ante la lamentable situación que no tenía visos de poder remediarse. Mas, cuando ya nos regresábamos a Quito y mientras tomábamos un refrigerio en Santo Domingo, una fortuita conversación con una pareja de amigos nos hizo, de pronto, avizorar una hasta ahí no explorada alternativa: tomar el camino hacia el norte, hacia Esmeraldas, y probar fortuna en una de las playas de esa provincia, a pesar de que no habíamos anticipado ninguna reservación para nuestro alojamiento.

Había algo de aventurado y temerario en la decisión a tomarse: habríamos de llegar a un lugar todavía no determinado alrededor de las diez de la noche, para solo entonces ahí intentar conseguir hotel o alojamiento en medio, nada menos, de un fin de semana largo! Éramos una pareja joven con cuatro pequeños niños que tan pronto como reemprendimos el trayecto habían empezado a consultar con ávida insistencia: “¿ya llegamos…?, ¿ya llegamos…?

Y… llegamos! Y a la hora prevista! Pero, claro, sucedió lo que debimos haber previsto: que en ninguna parte encontraríamos alojamiento! Rogamos por una habitación para descansar en Tonsupa, Castelnuovo, Atacames, Súa, Same y todos los lugares imaginables… hasta que comprendimos, en medio de un enorme cansancio, que se nos había hecho la medianoche. Optamos por aceptar unas cabañas ubicadas en la playa de Same cuando, para horror de los chicos, uno de ellos descubrió que las jaibas que adornaban la piscina del lugar, también podían encontrarse dentro de los dormitorios y hasta encima de las sobrecamas!

Tuvimos que volvernos a Castelnuovo esa misma noche… y esperar en el auto hasta altas horas de la madrugada, cuando por fin alguien pudo ofrecernos un par de acogedoras habitaciones cuya reservación no había sido confirmada!

Quito, 10 de mayo de 2013
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario