18 mayo 2013

Parábola nocherniega

No me había sucedido antes. Ahora, el guion de mis sueños noctámbulos se está repitiendo noche tras noche… Al principio creía que se trataba de una extraña coincidencia, o quizá de una inocua e inofensiva repetición; algo así como la torpe sucesión de los capítulos de un mismo episodio. Pero anoche, que por algún recóndito motivo se me había interrumpido el sueño en varias e insistentes ocasiones, la curiosa situación ya se había convertido en algo más que exagerada. Es que, ese mismo sueño continuaba y se renovaba cada vez que yo conseguía volver a dormitar…

El escenario me ha parecido siempre el mismo; y se ha repetido en mis divagaciones nocturnas con tanta asiduidad y coincidencia que puedo decir que es un espacio con el que ya me he hallo plenamente familiarizado. Consiste en un entorno árido y áspero, caracterizado por taludes deleznables y por irregulares como prominentes collados. En ese contexto natural se ha dado cabida a un poco acostumbrado e inaudito campo de golf donde, cual si se de una zona de práctica se tratase, los jugadores deben localizar e identificar, en medio de un sinnúmero de pelotas en mal estado, la única bola que puede ser considerada como propia.

Muchas veces los jugadores deben localizar la bola que les corresponde muy cerca de barrancos y desfiladeros, en circunstancias tan dramáticas y riesgosas que no solo ponen en peligro el desarrollo exitoso de su propio juego sino el confiado resguardo de su integridad. La pendiente lateral luce sumamente escarpada y el terreno en esos precarios límites exhibe laderas profundas, de pronunciado declive, con carácter frágil, quebradizo e inestable.

He estado a punto de resbalarme en esos bordes laterales, en los que descubro cómo la tierra se torna inestable y en ocasiones se desprende hacia el precipicio, bajo la apurada acción que, al percibir la sensación magnética de la sima, se ven obligadas a realizar mis extremidades inferiores. Más de una vez tengo una sensación de pérdida de equilibrio e, impulsado por aquella gravedad, el cuerpo parece resbalar hacia el hechizo trágico de la cañada, sólo para conseguir en un esfuerzo postrero, la ayuda de un compañero o el recurso perentorio de asirme a una rama salvadora o a la hirsuta y espinosa raíz de un árbol infecundo…

Intuyo que es, en aquellos momentos de mayor riesgo, cuando me despierto y se producen mis intempestivos desvelos; y, mientras compruebo que el episodio pertenece a un mundo onírico y quimérico, alcanzo a relajarme, consigo conciliar el antes alterado sueño y logro, otra vez, volverme a dormir.

Mas, en el sueño, no soy el único que debe enfrentar esos aventurados trances. Los demás compañeros que comparten esta insólita competencia, parecen estar enfrentados -en forma continua- a los mismos dramáticos avatares a que les exponen las caprichosas contingencias del infortunio y la adversidad. Pues, para colmo, un perverso individuo de talante torvo, ladino y arbitrario controla a los participantes que tratan de no acercarse al farallón en demasía, cual si su oficio consistiría en propiciar su fatídica caída al desfiladero y alimentar el drama con una nueva y desventurada casualidad.

Anoche me he preguntado si esta recurrente pesadilla solo se trata de una forma de aviso, de una suerte de augurio disfrazado de parábola; o, quizá, de una forma de oscuro presagio, cuyo simbolismo me advierte de los riesgos que enfrentamos quienes tratamos de defender nuestro íntimo derecho a podernos expresar…

Quito, mayo 18 de 2013
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