31 mayo 2013

¿Quo vadis, Quito?

“Vivir juntos es algo complicado, que necesita ser gestionado con sutileza, lucidez y perseverancia”. Amin Maalouf.

Si usted visita mi humilde morada, amigo lector, va a sorprenderle que se va a encontrar con el mismo paisaje que aparece en la esquina superior derecha de esta misma página. De hecho, la instantánea fue tomada desde la ventana de la sala. Ha de darse cuenta, también, que mi atalaya tiene una posición de privilegio (discúlpeme la aparente falta de modestia); desde allí puedo observar cómo bulle y crece la urbe; puedo palpar los insoportables problemas que tiene nuestro tránsito; puedo comprobar la indescriptible congestión que se produce en ese embudo ubicado en la plaza San Martín (a la entrada del túnel Guayasamín) y accedo, finalmente, a un paisaje que me hace sentir favorecido por la vida.

Sin embargo, la ciudad no es solo un panorama, ese conjunto de unas viviendas o edificaciones, unos parques, unas arterias de movilización y unos vehículos que parecen desplazarse en forma lúdica e incansable. La ciudad somos, sobre todo, las personas que habitamos y nos desplazamos en ella, los que allí “hemos echado raíces”. El término “ciudad” viene del latín “civitas”; y este, a su vez, de la expresión indoeuropea “kei”, que significa recostarse (acostarse?), inclinarse; y, en otro sentido etimológico, echar raíces. Así, la ciudad somos “nosotros”.

Por eso, cuando vemos “nuestra ciudad”, estamos, en cierto sentido, viéndonos nosotros mismos, cual si estuviésemos frente a un espejo. Y, cuando nos vemos reflejados en el azogue, cuando nos miramos con ánimo inquisitivo, una de las preguntas que surgen de nuestros propósitos meditativos es justamente aquella que nos hace interrogar ¿A dónde -o hacia dónde- vamos? ¿Qué esperamos, o qué queremos encontrar en el futuro? ¿Qué estamos haciendo para conseguirlo?...

Me pregunto, por lo mismo, si este es el principal problema de nuestra ciudad, el de nuestro Quito. El de que sus habitantes -los que hemos echado aquí raíces- hemos dejado de imaginar el futuro que queremos para la ciudad; que hemos cesado de indagarnos a dónde, o hacia dónde queremos ir! Me pregunto si, como conciudadanos responsables y conscientes, hemos dejado de hacernos la pregunta: ¿Quo vadis, Quito? ¿A dónde vamos?, como conglomerado humano, frente a los brutales y asfixiantes problemas que día a día nos plantea la especial estructura que tiene nuestra ciudad; con su insólita carencia de vías, con su absurdo exceso de autos, con su agresiva e irresponsable cultura, con nuestra ausencia de aportes, con ese afán insensato por solo reclamar y criticar… Sí, ¿a dónde vamos como ciudad?

Siento que el hacernos esta simple pregunta es indispensable porque, sin que siquiera nos demos cuenta, ella propone una suerte de diagnóstico; y propende, sobre todo, a que empecemos a encontrar alternativas para, cara al futuro, poder imaginar más bella, más acogedora, más eficiente y “vivible” a nuestra querida ciudad. Si los problemas más apremiantes son el tránsito y el transporte, creo que no podemos dejar de imaginar qué es lo que puede hacerse, qué correctivos y soluciones deben estar ya planificados para convertirnos en una mejor ciudad.

No puede dejar de considerarse el alto costo que ciertas obras de infraestructura (túneles, intercambiadores, puentes, autopistas, sistemas de tránsito alternativo, etc.) necesariamente habrá de representar; obras que ya son indispensables. Pero, como sucede en las cosas de la vida particular, uno no puede ponerse a esperar a que, tal vez, se disponga de los fondos para -sólo ahí- tratar de decidir qué es lo que tenemos que adquirir o qué habremos de comprar. Por lo menos deberíamos tener ya un plan para proceder con unas primordiales prioridades, para realizarlas cuando tengamos la capacidad mínima de poderlas financiar…

Miami, 31 de mayo de 2013
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