20 septiembre 2013

Del arte de la prudencia

Nada nos produce más sorpresa, y probable confusión, como cuando advertimos que se ha desaparecido uno de nuestros libros favoritos, uno de aquellos que estábamos seguros que debían estar ahí, en su respectivo estante, entre aquellos otros textos que más queríamos; y esto pasa cuando parece -como decía uno de esos seres ocurridos que alguna vez conocí, uno que siempre tenía a flor de labios una expresión gráfica para todo-, que tal vez le habrían “salido patas”… Entonces comprendemos que alguien se habría descuidado de devolvérnoslo; o que lo habría tomado “prestado”; claro, sin que medie nuestro consentimiento y sin que sepamos a ciencia cierta de su destino y de su ya improbable restitución.

Para ventaja nuestra, y como si fuese un asunto de compensación, lo contrario parece sucedernos cuando descubrimos que alguien habría dejado a sus espaldas un texto olvidado, como si ya hubiese terminado de leerlo o como si no hubiese conseguido el disfrute que lo habría empujado a adquirirlo. Y eso nos sucede, y con ocasional frecuencia, en aviones y terminales aéreos durante las apresuradas circunstancias que caracterizan a nuestras movilizaciones y periplos, que es cuando solemos extraviar esos objetos que teníamos a mano o cuando los hemos dejado abandonados, sea porque no disponíamos de espacio, porque el libro no satisfizo nuestra expectativa o porque tal vez quisimos compartir su goce con un eventual y posterior lector desconocido. Es misterioso el destino que pueden tener los libros!

Y así es como alguna vez descubrí, en una de aquellas salas de tránsito -donde parecería que nunca tenemos qué hacer-, un libro que alguien lo había dejado abandonado. Tenía la impronta no solo de haber soportado un intenso trajín, sino que sus páginas amarillentas revelaban la condición de una edición añeja y decadente. Su texto parecía más bien un compendio de máximas y aforismos, lo habían traducido al inglés con el título de “The wordly wisdom” (“La sabiduría mundana”) y su autor era -por entonces para mí- un no muy conocido escritor español, contemporáneo de Quevedo, Lope y Calderón. Se trataba de un jesuita desafecto a los votos de obediencia, a quien le habrían obligado a abandonar su cátedra, todo porque había publicado una de sus obras en forma clandestina: era aragonés y se lo conocía con el nombre de Baltasar Gracián.

Este barroco escritor español es hoy en día uno de mis autores favoritos. Su obra imprescindible se inscribe en el más puro estilo de otras famosas realizaciones de agudeza política; piénsese en “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo o en la de su inmediato predecesor, el autor de “El Cortesano”, otro Baltasar, el lombardo Castiglione. Cuando se consulta “El Arte de la Prudencia” de Gracián, su lectura nos invita a meditar en cada una de sus sabias sentencias y nos propone una serena y parsimoniosa revisión a efecto de deleitarnos con su didáctico y filosófico sentido. Bien puede aplicarse a este compendio uno de los mismos consejos con que él expresa su agudeza: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Releo “El arte de la prudencia” de tarde en tarde, y no ceso de recomendarlo a mis buenos amigos. De hecho, me gustaría hacer lo mismo con ciertos líderes y dirigentes que adolecen de un irreflexivo y contraproducente carácter pugnaz… He descubierto que el otro título en inglés -que tiene el compendio-, es uno que significa algo parecido a “La prudencia en tiempos atribulados”. Las máximas de Gracián, y sus proverbios, entrañan toda una práctica filosofía que siempre nos ayuda a discernir los mejores medios para llegar a nuestra más ansiada finalidad.

A menudo Gracián me recuerda esa desdeñada virtud que es tan necesaria en mi propia actividad para garantizar la supervivencia ajena. Y tiene la sabiduría de hacerme ponderar que si algo de sorprendente tiene el oficio que aún ejerzo, consiste justamente en que si alguna vez actúo como imprudente, el mismo ejercicio pronto me enseña a dejar de serlo. Y me recuerda que incluso aquella misma prudencia es también susceptible de una cierta cuota de moderación…

Quito
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario