13 septiembre 2013

Nuestra pequeña autopista

No creo que pasa de quince kilómetros de extensión y deben haberla construido hace ya una generación. Esa diminuta “autopista”, aun con sus inauditos defectos de construcción fue, en su momento, una relativa forma de solución para los problemas de movilización que por esos años ya soportaba el valle de Los Chillos, el mismo que, debido a su clima y a las bondades de su entorno, se había constituido en un área de paseo y recreación. Mas, aquel carácter vacacional tuvo que ceder paso a una perentoria alternativa de vivienda dada la súbita y desordenada expansión que había sufrido la capital de la república.

Nunca entendimos el porqué de su extraño diseño, que no consistía en dos vías contrarias de varios carriles, como podía esperarse, sino más bien en la presencia de varios andariveles con uno ancho de vía carente de uniformidad y con unos peraltes independientes… Ello implicaba que cuando tuviesen que remodelarla o ampliar sus insuficientes vías, el proceso de rectificación iba a ser prácticamente imposible. Pero, a pesar de aquellos defectos, la autopista se había convertido en una forma de alivio, si no en una solución ajustada a los tiempos.

Advierto que, pasados los años, esa saturada vía es probablemente el foco más tortuoso e insoluble de congestión de tránsito que pueda soportarse en toda la provincia. Yo mismo utilizo esa vía dos o tres veces por semana -lo hago muy temprano en la mañana- y puedo dar testimonio que la inaceptable congestión prácticamente se ha duplicado en cuestión de tan solo unos pocos meses. Es comprensible el tedio e impaciencia de los conductores cuando tienen que enfrentar y soportar las paralizaciones que experimenta el tránsito, sobre todo en las llamadas “horas pico”. Frente a todo esto ¿qué es lo que se podría hacer?

Resulta obvio que no podrían darse soluciones en poco tiempo; además, las obras de infraestructura siempre chocan con los costos de construcción y con las exigencias de sus respectivos financiamientos; pero es evidente que -mientras tanto- las autoridades responsables y las entidades encargadas deben considerar nuevas, imaginativas y -quizá- más drásticas medidas. Se me ocurren unas pocas a manera de reflexión (no me adscribo al raro oficio de quienes dan consejos):

Creo que puede considerarse que el sistema de peaje prepagado (tele-peaje) sea aplicado con efecto obligatorio para quienes residen en la provincia; o, por lo menos, debería exigírselo para quienes son moradores del valle de Los Chillos; de este modo se evitarían las interminables columnas de autos que esperan para satisfacer el pago manual en las respectivas garitas de cobro. Debería, además, analizarse la posibilidad de crear un estímulo pecuniario (cero peaje) para quienes optasen por cruzar los puestos de cobro durante las horas de escasa congestión. Con ello se lograría una mayor fluidez en dicha vía.

Conozco, por el comentario que he escuchado a un distinguido ciudadano que participó en los estudios para implementar un sistema de transportación tipo “metro”, que los costos de construcción de una nueva autopista, incluidos los túneles, no pasarían comparativamente de un treinta por ciento del costo total del antes mencionado sistema (doscientos vs. seiscientos millones de dólares). De modo que la implementación de una nueva autopista pudiera -y debería- ser ya un prioritario objetivo.

Mientras tanto, las entidades responsables deberían emprender en una gran campaña para promover y estimular la utilización vehicular de tipo compartido (“carpool”). Por ahora existen demasiados vehículos en esta tortuosa y desesperante vía, donde -como es ya costumbre-, se ha emprendido otra vez en rectificaciones sin que se hayan acondicionado las vías temporales alternativas que impedirían los embudos y atolladeros que esas reparaciones propician.

Quito
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