03 septiembre 2013

El farallón imposible

Dice uno de mis colegas deportivos, con su abreviada e inconfundible inflexión norteña, que “no es bueno asegurar las albardas antes de mandar a traer las bestias” (o algo así), con lo que supongo que quiere insinuar que no siempre es bueno adelantarse y proclamar victoria… Esta es la moraleja que me ha dejado el poco conocido apotegma cuando, en el viaje de retorno de mi última visita a la costa, me he anticipado en proclamar mi entusiasmo frente a la inusitada fluidez que parecía tener la circulación vehicular hacia la parte final del trayecto.

Fue suficiente, sin embargo, que un solo camión obstaculizara la movilización de los demás automotores que le venían en zaga, para que de pronto el flujo que antes se percibía tan expedito, cobre un desplazamiento lento y tortuoso; y, a su vez, propicie que los rezagados conductores intenten maniobras imprudentes y temerarias en el ánimo de compensar aquella imprevista pérdida de tiempo.

Pero, el tránsito parsimonioso conlleva una reflexiva compensación: nos hace meditar en lo enmarañado de la vegetación, en el declive vertiginoso que tienen los abismos y, ante todo, en los obstáculos portentosos con que nos desafían las irregularidades de la tierra. Uno no puede dejar de considerar no solo los retos que enfrentan los constructores que edifican estas cimbreantes vías y carreteras, sino los titánicos esfuerzos de los primeros pueblos indígenas, o de los posteriores colonizadores y pioneros que se enfrentaron a los caprichos de la naturaleza y ofrendaron sus vidas en la búsqueda de desconocidos objetivos...

Mas, esa naturaleza está allí, con sus selvas hostiles y enmarañadas, con sus barrancos inesperados e infranqueables, dispuesta a tentar la imaginación y a poner a prueba el espíritu pertinaz del hombre. Al final, el entorno selvático y escarpado cede, y propicia la creación de nuevos paisajes y nuevos entornos; y, ante todo, promueve el compromiso del hombre de hacer, de todos estos nuevos parajes, verdaderos santuarios para empeñarse en su cuidado y preservación.

Luego de una sucinta cláusula, donde el desbroce agresivo de la selva ha ido cediendo paso a inclinadas laderas que más tarde han de ser utilizadas para su uso arbitrario e imprevisto o para una posterior e insospechada explotación, la espesa foresta da finalmente paso a un paisaje de serranía, donde en forma harto brusca el verdor cesa y ese paisaje da cabida a una tierra árida y polvorienta, a una cantera explotada sin discrimen, que nunca ha sido compensada con el necesario beneficio que demandaba la reforestación.

En estos mismos días que ha entrado en liza el uso y explotación de áreas que no solo estaban protegidas, sino que venían gozando de un aparente compromiso para evitar su aprovechamiento de recursos y explotación, es importante volver a buscar un equilibrio entre las postergadas necesidades del hombre y el respeto al medio ambiente, con sus ecosistemas y sus variados hábitats. De ese ineludible tributo, de esa urgente reverencia, depende no solo la preservación de las zonas afectadas, sino la conservación racional del planeta y la subsistencia de la raza humana que depende del ambiente para su goce y propia realización.

De otro modo, ha de ser la ausencia de esa misma conciencia y de ese ineludible compromiso, la que se convertirá en el abismo insondable en el que se han de precipitar los sueños de proteger a un mundo que nos fue otorgado para rendir homenaje a las formas de vida, para preocuparnos de proteger su permanencia y para luchar contra toda forma de riesgo que favorezca su prematura extinción.

Quito, 3 de septiembre 2013
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