27 septiembre 2013

Quinientos años después

En estos días se conmemoran quinientos años del descubrimiento del Mar del Sur efectuado por Vasco Núñez de Balboa. Esto acontecía un 25 de septiembre; fecha registrada en el calendario juliano, que era el que se usaba en aquellos días y que sería modificado pocas décadas más tarde.

Sin embargo, la gesta que habría de llegar hasta nosotros, y que constaría en los anales de la historia como la épica más sorprendente entre las hazañas de la humanidad, no habría de ser la representada por aquel fortuito acontecimiento. Sería la emprendida seis años después por aquel empecinado visionario que fuera Fernando de Magallanes. Hay quienes comparan la hazaña del portugués con la de Colón y reconocen al primero la distinción de ser el protagonista del viaje más importante de la edad de los descubrimientos. Su periplo demostró al mundo lo equivocada que había estado la cosmografía del almirante.

Los testimonios de Pigafetta, así como los relatos de posteriores autores, no cesan de insinuar que Fernando de Magallanes pudo haber tenido acceso a ciertos mapas secretos en la corte de Portugal, en los que parece que se incluía la existencia de un paso que los portugueses habrían descubierto pocos años después del descubrimiento de América… Este cuestionado, aunque eventual conocimiento, pudiera explicar la necedad y perseverancia con que el explorador portugués negoció la realización del viaje y cómo superó las aviesas manifestaciones de descontento que se presentaron entre sus hombres, así como su estrategia para manejar los permanentes conatos de traición y amotinamiento.

La primera parte de la expedición estuvo marcada por los conflictos personales y por la intriga, por los persistentes celos frente a la determinación del mando. Es difícil no estremecerse frente a los métodos utilizados por Magallanes para castigar los síntomas de subversión y para asegurar la continuación de la empresa. Tampoco puede soslayarse la lucha permanente que la Armada de las Molucas tuvo que librar contra los elementos, el rigor del clima, las tormentas que se tuvieron que enfrentar, los efectos del hambre y el desabastecimiento.

La deserción de la San Antonio -la nave de mayor capacidad- en plena travesía del ansiado estrecho, vendría a añadir gran desazón e incertidumbre a la expedición. Pocos meses atrás se había producido el trágico e inesperado naufragio de la Santiago, nave que nunca pudo recuperarse. Empero, luego de la travesía del proceloso estrecho, lo que vino después fue un reto heroico frente a lo desconocido, un temerario periplo sobre el borde de un imaginado abismo, un viaje sobre un océano inconmensurable que representaba una extensión equivalente al doble del Atlántico y a una tercera parte del total de la superficie de la tierra… Por fortuna, siempre fue un mar de aguas tranquilas acariciadas por vientos que nunca fueron desfavorables.

Fueron cien días de enfrentarse a la carencia de agua fresca y alimentos, de soportar -como ya antes le había acontecido a Vasco da Gama- una curiosa dolencia de origen desconocido: el temible escorbuto. Ignorantes, los exploradores, de que la funesta enfermedad solo se debía a la insuficiencia de ácido ascórbico, o vitamina C, optaron por disputarse hasta las ratas de a bordo, convencidos, como estaban, que con tan repugnante ingestión se conseguía un alivio temporal para los estragos que producía la horrorosa afección…

Cuando por fin, una cierta madrugada, Lope Navarro, el centinela de la Victoria, dio el tan ansiado grito de "¡Tierra, tierra!", Magallanes y sus hombres habían cruzado por primera vez el mar antes descubierto por Núñez de Balboa; y habían logrado una hazaña que haría posible concluir, meses más tarde, la primera circunvalación del planeta!

Quito
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