16 septiembre 2013

Discapacidades y exabruptos

No deja de sorprenderme, cada vez que acudo a la enciclopedia, que no siempre encuentro la definición exacta para ciertas “condiciones” médicas. Advierto que, lejos de proporcionarme un tipo de información directa, el texto -en forma casi invariable- me sugiere consideraciones relativas a sus principales características. Intuyo que aquello no es pura casualidad; parece que se inscribe en un moderno protocolo de la ciencia médica que ha empezado a reconocer a los discapacitados no como si fuesen “individuos con limitaciones”, sino más bien como lo que son: seres humanos diferentes. Y parece que toma en cuenta dichas discapacidades no como si fuesen enfermedades, sino tan solo como manifestaciones distintas. Y, en algunos casos, aun como si fuesen expresiones que entrañan un don especial.

La vida, que no deja de asombrarme por los métodos que con nosotros emplea, me ha ido enseñando que debemos tener cuidado cuando insinuamos que alguien no es -o que no parece ser- una “persona normal”. He ido aprendiendo que en el caso de personas que son “diferentes”, o de chicos con discapacidades, nunca es adecuado referirse a tal discapacidad como si fuese una anormalidad, sino como una condición que es “atípica”; o como que tales individuos padecen de una “condición especial”. Y he podido observar que esas mismas personas desarrollan otros tipos de habilidades y de experticias que muy probablemente el común de la gente no se imagina siquiera que aquellos pudieran desarrollar.

Resulta, de otra parte, sumamente cruel cuando caemos en la debilidad de hacer mofa de ciertas condiciones médicas o cuando nos burlamos de los defectos físicos ajenos, no solo porque ello demostraría una desdichada mezquindad, sino porque la ausencia de una indispensable discreción no permite que se haga la más elemental y humana de las disquisiciones: que no tenemos ningún mérito, ni hemos hecho un mínimo esfuerzo, para no padecer de esas limitaciones. En lo personal, me anima la persuasión que quien así actúa es porque adolece también de algún defecto o limitación, o de alguna forma de vergonzante enfermedad.

No puedo dejar de recordar a un belicoso condiscípulo que tuve alguna vez en mis primeros años de escuela. Era un rapaz beligerante y majadero; uno de esos que usan el sarcasmo para hacer escarnio de los defectos de sus condiscípulos. Poseía una no muy despreciable catadura, aunque era en extremo pendenciero y pugnaz. Sospechábamos que quizá lo maltrataban en casa o que alguien le habría aleccionado en el uso de aquellos malévolos recursos que a él solo le servían para incordiar y lastimar. Llegaba temprano con el ánimo siempre dispuesto a buscar pelea, y para -sin que mediase motivo- provocar y golpear a los demás.

Era un mozo más bien corpulento y se distinguía por un corte de cabello que hacía ostensible la impronta de sus riñas y pendencias. Esas cortaduras, la huella de sus continuas contiendas, daban testimonio de su temeridad, de su tendencia pendenciera y de ese morboso afán por competir como el más indiscutido de los chicos malos del lugar... Su propia debilidad era perseguir a los menores y más vulnerables; y si eran más chicos, pues, todavía mejor! No recuerdo haberlo visto provocando a sus mayores, o enfrentándose con ellos. Se cuidaba de que nunca sus maestros fuesen testigos de esas sus aviesas y díscolas provocaciones...

Nada tiene de digno el hacer mofa de los defectos o burlarse de las condiciones médicas ajenas. Quienes padecen de ciertos impedimentos demandan nuestra comprensión, solidaridad y tolerancia. ¿Como podemos vilipendiar a un anciano, a una mujer en estado de gravidez, o a un menor de edad? ¡Y menos a quien sufre de algún defecto o enfermedad! Quien abusa de su condición para desahogar sus complejos o quien no sabe limitarse al expresar su iracundia, sólo se transforma en un monstruo que cede a sus bajas pasiones y sólo lastima su propia dignidad.

Quito
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario