09 noviembre 2013

Nuevas inquisiciones

No es mi intención referirme ni al que se considera como el primer libro de Borges (“Inquisiciones”) ni a otro que, con el título de “Otras Inquisiciones”, habría de publicar más tarde el escritor argentino para así continuar en esa misma vena y hacer referencia a una serie de otros escritores que influenciaron en su vida y en su obra. Tampoco lo hago para comentar acerca de ciertas charlas que, con el título de esta entrada, se habrían realizado para discutir acerca de esos ensayos suyos. Quizá mi propósito sea un poco más modesto: tiene que ver con todas esas palabras que parecen haberse puesto súbitamente de moda: inquisición, dogma, Torquemada, auto de fe, reo, sambenito... Hoy ellas están por todas partes!

Hay quienes dicen que la historia no es sino una constante de ciclos que tienen la porfiada necedad de repetirse. Por ello, se sugiere que ese debe ser el principal motivo de que nos interesemos por su estudio: es decir, para reflexionar en ella y aprender de sus lecciones. Este concepto insinuaría que en los asuntos humanos todo tendría una relación lógica y racional entre causa y efecto; sin que se deba considerar que el ser humano -y la sociedad en la que vive- actúa y reacciona de manera imprevisible y, además, que una misma circunstancia puede producir resultados diversos. Es como si el principal protagonista de la historia no fuese el hombre con sus vicisitudes, sino más bien algo tan oscuro -y hasta mágico- como el destino, con todas sus improvisaciones, con sus vericuetos y caprichos.

Pero, ya que andamos en esos andariveles, se me ha antojado pertinente hacer referencia a ciertos conceptos e ilustraciones con los que he tropezado y que han surgido de unas pocas de mis recientes lecturas. Se trata, puntualmente, de dos novelas: “El matemático del rey” (1) de Juan Carlos Arce; y “La ciudad de los prodigios” (2) de Eduardo Mendoza. De modo que ahí les paso un par de esos frutos desenterrados; los encontré entre esos deliciosos tubérculos que a menudo hallo escondidos en mi siempre desordenado, pero nunca menos asombroso, huerto:

1: “—Cuatro cosas distintas pueden pasar. Después del juicio, Lezuza puede ser absuelto, que es lo mejor que le habría de ocurrir. Pero de no pasar así, puede ser penitenciado…
—Explíqueme vuestra merced… —interrumpió Inesa.
—Penitenciado vale por obligado a abjurar de los delitos que se le encuentren. Un penitenciado jura evitar su pecado en el futuro y cualquier reincidencia le vale un castigo muy severo. La tercera cosa que puede ocurrir —continuó fray Santón— es que sea reconciliado.
—¿Reconciliado?
—Que le aplican una pena: vestir el sambenito, recibir azotes mientras recorre las calles, encarcelado o enviado a galeras. Por cuarta cosa, puede pasar que sea quemado, lo cual es muy seguro si en el juicio le prueban herejía de importancia.”

2: “Ahora los tres vecinos miraban atentamente al verdugo, que verificaba el buen funcionamiento del garrote. Este instrumento consistía en una silla provista de respaldo alto, del cual salía un torniquete acabado en un corbatín de hierro a modo de dogal; éste, aplicado a la garganta del reo, la iba oprimiendo hasta producir la muerte por estrangulación. Su Majestad don Fernando VII por Real Cédula de 28 de abril de 1828 y para señalar la grata memoria del feliz cumpleaños de la reina había abolido la muerte en horca, usada hasta entonces en toda España, y dispuesto que en adelante se ejecutasen en garrote ordinario los reos pertenecientes al estado llano, en garrote vil los castigados por delitos infamantes y en garrote noble los hijosdalgo. Los condenados a garrote ordinario eran conducidos al cadalso en caballería mayor, es decir, mula o caballo, y llevaban el capuz pegado a la túnica. El capuz, como su nombre indica, era una suerte de capa con capucha y cola, que se ponía encima de la demás ropa y se usaba normalmente en los lutos. Los condenados a garrote vil eran conducidos al cadalso en caballería menor, o sea, borrico, o arrastrados, si así lo disponía la sentencia, y con el capuz suelto. Por último los condenados a garrote noble eran conducidos en caballería mayor ensillada y con gualdrapa negra. Estas distinciones habían perdido todo su sentido al dejar de ser públicas las ejecuciones”…

Jeddah, Arabia Saudita
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