24 noviembre 2013

Tiempo de volver

Hoy es ya mi último día. “Ya toca”, como dicen en la tierra. Es tiempo de volver! Que “hay un tiempo para todo” dice la Biblia y, aunque tendría que revisarlo, ha de decir también que existe un tiempo para ir y otro para volver… ¿No es la vida eso, justamente? ¿Un perenne y continuo “estarnos yendo”, con la empecinada ilusión, esa sensación de un espejismo ilusorio, de que ya estamos por volver?…

Compruebo también que, luego de muchos, este es mi primer día de descanso! Razón (“no wonder”, como dicen en inglés) que ayer tuve que abortar un par de notas; en ellas les contaba un par de episodios y reflexiones. Pero, tal parece que con los escritos sucede lo mismo que con nuestros escarceos culinarios: que se nos pasa la sal… y el único recurso que nos queda, para tan fugaces narrativas, es el que nos proporciona una tecla mágica, aquella que en mi computador está marcada con una palabra sabia, esa que dice “delete”. Cosas del cansancio!

Quise contarles de un “ego inflado” que alguna vez conocí, por ejemplo (algunos de ustedes estarán tentados a gritar “tú mismo”, lo sé!). Pero a ese, no lo conocí en el espejo (en ese azogue redescubro, todos los días, a uno que aún no termino de conocer). A aquél lo conocí en el sur del continente; era chileno, aunque -con el perdón de ese prurito que es la mala costumbre de generalizar- actuaba como argentino... Me habían enviado a Asunción del Paraguay para que lo entrenara; pero… era uno de esos pilotos que ya creen saberlo todo, que ya nada les queda por aprender, que tampoco queda ni existe nadie que pueda venirles a enseñar. En suma: era inaguantable! Pronto habría de darme cuenta que no era lo que con tanta petulancia, no exenta de una cierta altanería, él mismo creía ser.

La anécdota quizá venía a cuento de lo que alguna vez creí aprender de uno de mis primeros maestros: Galo Arias Guerra, mi personaje inolvidable. Siento que con él aprendí una lección para la vida: la de que “no existen pilotos malos y pilotos buenos”. No hay tal cosa! Existen únicamente los que se anticipan a lo que pueda pasar, o pueda pasarles, y los que desdeñan esa lógica probabilidad. Esto determina, como consecuencia, otra realidad: la de que solo existan dos tipos de aviadores, los que se apresuran y los otros, los que nunca se apresuran ni jamás se dejan ver apresurados (apurados, como dicen en mi tierra). Los que nunca exhiben (ni se dejan notar nunca) es ningún tipo de afán ni de ansiedad. Esos son los buenos, aquellos que saben que lo improbable es siempre una posibilidad…

La otra reflexión que terminó esfumada en el ciberespacio tenía que ver con los continuos viajes y periplos que, desplazándose alrededor del mundo, realiza el menor de mis queridos hijos. Lo curioso es que, él mismo, quiso ser alguna vez piloto, pero se decidió por las matemáticas y la economía, y hoy su actividad de gestión pesquera lo lleva y trae por los confines del orbe. “Vuela más que piloto”, bien se pudiera decir; aunque en el caso suyo -como creo que es el de mis otros hijos- sus alejados destinos me resultan a menudo (qué ironía!), verdaderamente envidiables. En casa de herrero…

Pensar en mis vástagos me provoca ser un tanto pretencioso… Puedo alardear, como a su turno lo hicieron los españoles, los británicos, los americanos (y no sé si los franceses) que en “mi imperio” jamás se oculta el sol… En efecto, puedo decir -en forma permanente y casi general- que tengo hijos regados por todos los continentes (ustedes sabrán disculpar el alarde y la ostentación). Por lo mismo, bien puedo jactarme, en este mismo instante, que siempre tengo un hijo -en algún lugar del mundo- que se encuentra hoy mismo despierto. O, pensándolo mejor… más bien debería decir, dadas sus inclinaciones soporíferas, que a cualquier hora -y en algún lugar del mundo- uno de mis hijos siempre estará durmiendo!

En este sentido, mi imperio es católico, onírico, universal y paradójico. Voy a bautizarlo de “imperio vizcaíno”. Es un imperio de novela, uno donde nunca se "levanta" el sol…

Jeddah, Arabia
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