27 noviembre 2013

Sobre ofertas y demandas

Dicen los que saben que es una ley muy sabia. Es una ley que rige la economía del mundo y las fuerzas del mercado. Sin embargo, su mismo nombre tiene una connotación fría y desalmada, la llaman "de la oferta y la demanda". No discuto, hasta cierto punto, que los precios tengan que ceder al capricho de los gustos, las preferencias y los requerimientos. Pero esto no explica por qué los productos y servicios tengan que depender del capricho y abuso de quienes imponen aquellos precios. Y esto da mucho coraje pues, a cuento de que son servicios de carácter internacional, nadie los controla y nadie pone coto a la tiranía de tales arbitrios.

Si hay algo en donde se refleja la perversidad y despotismo de esa ley es en las tarifas de los pasajes aéreos. Bien pudiera decirse que cuando una persona -en el interés de conseguir un precio más económico y conveniente- decide comprar sus boletos con anticipación y anterioridad, no sólo que no siempre consigue alcanzar su objetivo -y estar favorecido, además, de una esperada versatilidad o flexibilidad en caso de que por algo fortuito requiera efectuar un cambio posterior-, sino que se encuentra limitado y constreñido, dadas las penalidades involucradas en un posible cambio, a tener que someterse a su reservación o selección inicial.

Es tan absurdo y abusivo el sistema que, por regla general, el cambio de un boleto aéreo equivale a un costo más elevado al que correspondería por comprar uno nuevo, debiendo desecharse o no utilizarse el previamente adquirido. ¿Cómo es esto posible? ¿No debe entenderse que si alguien realiza un cambio en su viaje no lo hace por capricho, sino porque algo inconveniente e imprevisto le obligó a alterar sus planes originales? Sin embargo, lejos de encontrarse el atribulado pasajero con un sistema flexible, bondadoso y comprensivo, se enfrenta más bien con un sistema de oscura e incomprensible explotación que lo hace sentirse manipulado y perjudicado.

¿Quién controla estos abusos? Porque tampoco existe un procedimiento o protocolo que favorezca los reembolsos que pudiesen ser reclamados. Para ponerlo en pocas palabras: las aerolíneas, hoy en día, hacen su agosto con las situaciones imprevistas y las desgracias que acontecen a sus pasajeros. Lejos de ayudarles en su incómodo predicamento, se aprovechan de esa lamentable situación y terminan por castigarles en su intento. Y lo que causa más repudio es que lo hacen con abuso. Manda huevos!

Hago estas reflexiones cuando sigo todavía al otro lado del océano, y cuando he tenido -ya por dos ocasiones seguidas- que solicitar la cancelación de mi reserva y no solo someterme al pago de una onerosa penalidad, sino a tener que aceptar una nueva tarifa que me ha resultado mucho más costosa (exactamente el doble) que la que estuvo relacionada con la anterior reserva… Así que, de un cambio de clase, ni hablar! El precio ha escalado en más de cinco veces con relación al que tuvo en la fecha de adquisición del primer boleto. ¿Hay alguna lógica en este tormento?

Así qué, aquí sigo! No me he ido todavía! Y sigo aquí, porque para lo relacionado con el trabajo y las obligaciones laborales cuenta también (por fortuna) aquello de la oferta y la demanda. Hay ocasiones en que quienes nos contratan nos hacen sentir imprescindibles e importantes. Ahí se dan situaciones en las que al encontrarnos "demandados", tenemos la posibilidad de considerar ciertas ofertas que nos son irrecusables; hay veces que resultan tan atractivas que se convierten en indecentes. Pero también hay casos en los que no podemos responder con nuestra excusa o negativa. Por aquello que ya hablábamos el otro día, aquello del "donde las dan las toman". Ya que es mejor prevenir en seco, en caso de que se ofrezca en mojado...

Así qué, por eso sigo aquí. Sintiendo en el oído el rumor de una melodía con música de mariachis, esa del “porque estás que te vas, y te vas, y te vas y no te has ido”... Y no precisamente por lo que sugiere el adagio, ese que insinúa con socarronería que "quien mucho se despide pocas ganas tiene de irse"...

Sobre Karachi, Pakistán, a 35.000 pies de altitud.
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