19 noviembre 2013

Semana de nueve días...

A ver si nos entendemos. O, si me entienden. O, mucho mejor todavía, si me hago entender: hay asuntos que no son de pura matemática, sino más bien de conciencia, de eso que en aviación se mide con una regla intraducible llamada "airmanship". Lo contrario, sería como hacer pelotillas con los grumos y luego limpiase los dedos en las sábanas, al socaire de que nadie nos mira... Anteayer, cuando salía para Etiopía, el vuelo se retrasó en varias horas debido a que "se colgó el sistema" de inmigración. Como se trataba de un vuelo con deportados, las autoridades extremaron su -ya de por sí- meticuloso procedimiento. El asunto vino a complicarse -ley de Murphy, que le llaman- cuando al solicitar el permiso de salida para el vuelo, se nos informó que no contábamos con la correspondiente dispensa para sobrevolar el Yemen...

La oficina de despacho optó entonces por utilizar una ruta alternativa que consistía en volar hacia occidente, sobrevolando Khartoum, la capital de Sudán, para tomar luego proa hacia el sur, hacia nuestro destino: Addis Abeba. Haciendo una "L", en definitiva; o un ángulo recto, eso que los golfistas llamamos "pata de perro"… Esto tenía dos implicaciones: que el vuelo tendría una duración adicional de hora y media -lo que a veces se traduce en pingues beneficios para nuestra avariciosa faltriquera-; y, dos, que se debía observar una regulación que pone coto a las horas de servicio que pueden trabajar las tripulaciones (lo que para facilidad, aquí abreviare de LTV).

Las autoridades aeronáuticas conceden el permiso de operación a las aerolíneas en el sobrentendido de que esas empresas se auto-regulan con reglamentos internos, que determinan unos máximos para tiempos de vuelo y periodos de servicio. Hay ocasiones en que, siendo inminente que se pudieran exceder tales parámetros, el comandante tiene la potestad de propiciar una extensión, a objeto de no cancelar el vuelo, cuando de por medio surgen circunstancias imprevistas (malos tiempos, desperfectos, control de tránsito aéreo, etc.). En esas circunstancias, el comandante está obligado a presentar un informe justificativo.

Ya en pleno vuelo, caí en cuenta que la ruta pudo haber sido abreviada si se habrían utilizado otras aerovías que hubieran soslayado el sobrevuelo de Khartoum; con lo que podíamos haber recortado el tiempo de vuelo en casi cuarenta y cinco minutos. Aquí es donde, cual cuña que hinca la conciencia, se introducía esa palabrita (la que carece de traducción en esta riquísima lengua nuestra)… ¿Qué hacer, por lo mismo? ¿Dejar pasar el reloj? ¿U optar por el atajo y obedecer al dictado de la conciencia?

Optamos por aquello escrupuloso de la conciencia... Pues bien dicen que "what goes around, comes around", que creo que en castellano se traduce como "donde las dan, las toman". Que sólo significa que toda acción siempre tiene sus consecuencias. De resultas del "ahorro", estuvimos de vuelta en Riyadh, justo cuando se desataba una inédita tormenta... El desenlace fue que, entre los esfuerzos del control de radar para gestionar la secuencia operacional y la parsimoniosa movilización en tierra -como resultado de la portentosa tempestad- se fue al caño toda esa cándida propuesta!

O, al final, no se fue… Porque Riyadh es una de esas ciudades que no está preparada para evacuar ni un inocuo aguacero, y menos aún una tormenta de proporciones apocalípticas, en medio del desierto (¡quién hubiera previsto aquí la necesidad de alcantarillas!). Era ya tarde cuando concluí el vuelo; y me encontraba tan cansado, que decliné la opción de continuar a Jeddah, para disfrutar de dos días de descanso (los provistos en una semana consecutiva, de acuerdo con lo dispuesto por el antes mentado LTV). Aquí fue que intervino, otra vez, aquello de los caprichos que impone la naturaleza: pues, por culpa de la inundación y de los caminos anegados, me habría de tomar tres horas el tránsito hacia el hotel desde el atascado aeropuerto!

Ayer, en mi primer día de descanso (!nunca tan merecido!), me han hecho una de esas llamadas desesperadas (se las reconoce por el ruido perentorio con que suele timbrar el teléfono)... No tenían quién cubra un vuelo que estaba por cancelarse por falta de piloto! Me proponían, por lo tanto, que extendiese la semana para que esta no constara como de solo siete días…

Me he puesto a consultar quién fue el que inventó este concepto de la semana como hoy la conocemos; ¿por qué es que tiene siete y no es de cuatro o de once días? Parece que fue un invento de los babilonios, que los judíos más tarde lo adoptaron, luego de su cautiverio, para acomodarlo a sus ritos y creencias. Mucho más tarde, los revolucionarios franceses probaron con una semana de diez días, pero no tuvieron éxito. Todo, muy probablemente, porque los pilotos (que no son tan revolucionarios que digamos) se rebelaron y exigieron dos días de descanso, para irse a jugar al golf, o irse a la playa, o quedarse rascando en su casa… durante dos de cada siete días!

Lagos, Nigeria
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