01 noviembre 2013

Símbolos y convenciones

Con frecuencia pierdo la cuenta de los días de la semana. Hoy he descubierto que es viernes, día de mi cumpleaños, aunque no de mi onomástico (el día de mi “santo”). A decir verdad, no estoy muy seguro de a qué santo deba suscribirme por aquello que antes ya he comentado: nunca estuve tan conforme, y menos fascinado, con el primer nombre propio con el que me inscribieron… Aun así, el otro nombre, ese que yo mismo terminé escogiendo, me pusieron por cuenta de la casualidad, por uno de esos caprichos con que juega con nosotros el destino: era el de mis dos abuelos. Era pues inevitable que me bautizaran con el mismo!

Pero, bien pensado, esto de “cumplir años”, a más del recurso propio que puedan tener los guarismos, no pasa de ser un mero convencionalismo. Uno se pregunta al final del día si está celebrando otro año que se fue o el advenimiento del que se presenta como la alborada en el amanecer del día… Por eso que, al igual que con los albores del día, estos advenimientos -estas auroras del nuevo año- también nos inducen a incorporarnos, a sentarnos un momento a pensar en nuestra vida.

Mas, ese paso del tiempo, que con esa oportunidad consideramos, no es sino otra forma de convencionalismo. Como tal, es parte también de esa serie de símbolos y de lenguajes cifrados o sobreentendidos que acompañan al hombre, nunca exentos de una obcecada porfía. Si bien se ve, lo que llamamos cultura y aquello que interpretamos como civilización, no son sino un conjunto de símbolos, sobre cuyo significado -en forma harto dócil y resignada- los hombres han convenido…

Con frecuencia cedo a mis divagaciones, ante esa fascinación que me provoca el reflexionar en nuestros caprichos antojadizos. ¿Existe una razón para que el comandante se siente a la izquierda en todos los aviones, tengan estos “steering” (control de la rueda de nariz) en ambos lados, o solo en el lado izquierdo? ¿Por qué es que los primeros oficiales -cuando compartimos un automóvil, como forma de transportación-, procuran cedernos, siempre y en forma casi invariable, el asiento que no acostumbramos a tomar, y escogen ellos el de la izquierda?... Me imagino que es una forma subconsciente de amabilidad: tal vez nos cedan ese asiento porque quizá ellos intuyan que pueda quedarnos más cerca de la vereda!

“En aquel tiempo”, cuando estuve en la vieja Ecuatoriana, el transporte se nos proporcionaba en una de esas camionetas suburbanas (las “van”), cuyo asiento delantero estaba destinado para uso exclusivo del comandante. El tránsito de pasar del asiento del copiloto -en el Boeing 707- al de la izquierda, aquel que era el privativo y tradicional del comandante, parece que no se completaba hasta que el nuevo capitán ocupaba también ese sitio simbólico que le hacía pensar que los demás habían quedado atrás: aquel humilde sitio de la modesta camioneta… No es infrecuente que los seres humanos nos dejemos infatuar por las apariencias!

Cuando llegué a trabajar para Korean Air, pude comprobar cómo estos símbolos de poder, estos acordados convencionalismos, a veces logran institucionalizarse. Allí el transporte, desde la oficina de operaciones al terminal, se realizaba en una buseta: la primera fila estaba reservada para los comandantes que realizaban tareas administrativas; las dos filas siguientes eran para uso de los comandantes regulares; las dos que les venían en zaga estaban destinadas para los copilotos; y era la última fila, aquella que siempre me pareció que era la que disfrutaba de mejor visibilidad (estaba ubicada en un escalón más elevado) la que había sido reservada para la plebe, para todos los demás, para los que carecían de rango…

A veces sucumbí a la perfidia. Pude notar que cuando me sentaba con intención en la primera fila, los “jefes” se quedaban parados: actuaban como si les hubiesen quitado sus asientos… Tampoco hacía felices a los copilotos cuando me sentaba en la postrera fila: ellos sentían que hacia atrás ya no quedaban más asientos…

Jeddah, Arabia Saudita
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