31 octubre 2013

Houston, we have a problem!

Mi amigo Jaime Enrique, a quien yo llamo Jaime Eladio, me ha vuelto a insinuar que debería comentar algo sobre lo que él llama mis “transportes”. Esto ha de deberse a que le he comentado que lo que ahora efectúo, en forma preferente, son viajes movilizando a peregrinos que van a, o vienen desde, la Meca, la ciudad santa de los hermanos musulmanes. Comentar estos periplos, quizá no sea tan arduo; lo que probablemente se me torne más difícil, dada la “cultura” de los pasajeros que están involucrados en estos viajes, es comentar ciertas cosas que a menudo sorprenden y que se repiten con frecuencia; hechos y circunstancias que por sí solas ya representan una irrepetible e inagotable experiencia.

En mis escarceos como “facilitador” o instructor de CRM, es decir de “gestión de recursos de cabina” para mis colegas aeronáuticos, a menudo he encontrado la dificultad de explicar por qué es que es tan difícil cambiar la cultura empresarial; he comentado que equivale a tratar de cambiar la personalidad de los individuos. Y me he topado con que: así como hay sujetos aviesos -con quienes no sirve ninguna política o protocolo-, es probable que tampoco pueda hacerse nada con los modos y costumbres que se enraízan en la gente. Me refiero a su cultura.

Así, el árabe -por ejemplo- es reacio a aceptar ciertos controles, no quiere admitir que se le exija que utilice el cinturón de seguridad. Tan pronto como le han obligado a que utilice el mecanismo, se lo vuelve a desabrochar en lo que parece una muestra de rebeldía. Es probable que, en esta actitud, intervenga una certidumbre de carácter religioso: si él se va a ir al cielo, de todos modos, qué necesidad tiene de utilizar ese inútil artificio… Claro que esto se observa en los vuelos comunes y cotidianos; ahora quiero referirme a lo que veo en los vuelos que se realizan solamente con peregrinos: los vuelos que se efectúan a la Meca.

Es odioso generalizar; sin embargo, los patrones de conducta están circunscritos a las nacionalidades. Los indonesios son los más dóciles, los mejor portados; ellos no solo que se comportan como los más disciplinados, sino que -al parecer- realizan un cursillo previo para viajar y actúan en forma admirable. Es notorio su conspicuo atuendo. Se diría que, uniformados como van, se han escapado de un parvulario donde están sometidos a un régimen que dirige sus actividades… Los que por lo general desconocen las reglas elementales de la etiqueta social son los iraníes y los paquistaníes: cuando llega el turno de su yantar, todo lo tiran en el piso, todo lo descartan a su costado! Cuando por fin concluye su tránsito fugaz, uno no alcanza a comprender cómo han convertido los pasillos en verdaderos basurales!

Es posible que quienes realizan estas distantes peregrinaciones sean pasajeros de similares características a los que van a Fátima, Santiago de Compostela, Jerusalén o Lourdes. Es decir, muchos van por motivos de salud, tienen lesiones, sufren de parálisis o de enfermedades incurables. Veo, por ejemplo, en los vuelos de Bangladesh, que en su mayoría se trata de gente de avanzada edad: casi todos renguean al caminar; exhiben problemas de sobrepeso o achaques de salud. No quisiera imaginar, en caso de una evacuación, cuales pudieran ser los resultados.

Un problema frecuente es el uso del inodoro… Y es que en esas culturas no existe el tipo tradicional, el que usamos en occidente. En gran parte de las culturas del Medio Oriente y del sur del Asia, el inodoro está instalado a ras de piso; esto porque la gente efectúa sus necesidades en cuclillas, poniendo los pies en el piso y acercando las asentaderas a sus calcañares. Cuando se encuentra con nuestros “servicios”, ese pasajero, no sabe dónde poner los pies y los coloca en el borde de la taza, en lo que nosotros utilizamos para sentarnos… Además, se topa con una enérgica advertencia: que no está permitido “botar papeles u otros objetos en los sanitarios”… Ayer nomás se armó el pandemonio: el jefe de cabina vino a verme muy alterado: un ingenuo pasajero había utilizado para “eso” el diminuto lavabo! Parece que habían logrado confundirle con esas incomprensibles instrucciones…

Marrakech, Marruecos
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