07 octubre 2013

Hábitos y postales

Con estos breves artículos -que pretenden reflejar unas esporádicas y fortuitas reflexiones- sucede quizá lo mismo que nos pasa cuando tratamos de cuidar unas plantas ornamentales en nuestras casas: que una vez que las hemos adquirido se nos hace imprescindible seguirles echando agua; caso contrario, esos productos de nuestra original adquisición terminan por quedar marchitos y olvidados por culpa justamente de esa forma de negligencia y de nuestra ausencia de cuidado.

En mi caso personal, no he logrado establecer una metodología preventiva -que he podido observar que suelen aplicar otros vecinos de blog-, aquella otra de no publicar en forma inmediata la entrada, el mismo día que se la había escrito; sino que difieren su publicación en base a un cronograma que previamente lo habían establecido. Este es un método al que no me siento inclinado a suscribirme, ora por el riesgo a que dichas reflexiones experimenten la pérdida de oportunidad, ora porque es únicamente con el producto terminado -y ya satisfecha su edición- que pueden hacerse revisiones en el ánimo de dar por “terminado” al contenido.

Este sistema tiene por lástima su inconveniente contrapartida: pueden existir etapas de inactividad cuando no se produce esa “predisposición” especial que es necesaria para sentarse a pergeñar unos comentarios u organizar unas notas o reflexiones. Coincido con quienes expresan que para “sentarse a escribir” no es indispensable una cuota de inspiración (tal vez este no sea el caso de la pintura o de la poesía), pero siento que sí es necesario rodearse de unos elementos que hagan más fácil la tarea de cumplir con un proyecto y plasmar una finalidad.

Soy de hábitos sencillos y por mucho predecibles. En esa tónica, mi organismo también ha ido adoptando costumbres que se caracterizan por su regularidad. Ese es el caso de mis períodos de sueño – vigilia, por ejemplo, que obedecen a un cierto orden o simetría que parecería ajustarse al sistema sexagesimal… Y es que solo consigo dormir por seis horas diarias, pero esa etapa de sueño nunca logra prolongarse más allá de las seis de la madrugada. Esto posee una contrapartida adicional: la de que no me despierto con el día y con sorprendente frecuencia me encuentro ya en vigilia mucho antes de que el alba haya decretado su despertar.

Esta circunstancia conlleva otra exigencia a manera de contrapeso: el protocolo indispensable de rendir homenaje a una cierta cuota de silencio, en el ánimo de preservar las mejores relaciones de buena vecindad… Dedico, por lo mismo, las dos primeras horas de la madrugada a revisar los editoriales y las informaciones más interesantes que pueda traer la prensa cuotidiana, antes de adentrarme en la continuación de la trama o texto que haya acaparado mis hábitos de lectura. Si esta última es electrónica, tengo el beneficio de poder prescindir de la lámpara de noche, caso contrario debo acudir a leer en mi escritorio, donde la presencia de luz eléctrica me permite uno de mis acostumbrados artilugios, uno que se me ha convertido ya en indispensable: el errático y arbitrario prurito de subrayar!

Esa es también la hora de los paisajes, hora en que estos sucumben a esa forma aleatoria de difuminación y de metamorfosis que entrega el nuevo día. Esa es una cláusula que si no provoca la contenciosa inspiración, por lo menos nos regala esa predisposición, aquel marco que sugerimos que demanda nuestra hora ritual de introspección, para poder recordar el pasado, para cavilar en los episodios que nos ocupan en el presente, para anticipar el futuro y el porvenir… y para buscar nuevas formas de rendirle homenaje al tiempo y hacer más provechoso y gratificante nuestro tránsito por ese don inefable y fortuito que llamamos “vida”.

Quito
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