22 octubre 2013

De macanas y pericotes

Siguiendo en la misma tónica de lo que conversábamos ayer, pienso que quizá fuera preferible que si preguntamos acerca de qué palabras creen que son las que nos identifican, no lo hagamos a nosotros mismos -los habitantes de un determinado país- sino más bien a los extranjeros. Con la lengua quizá pase lo mismo que cuando nos vemos nosotros mismos en el espejo: que no logramos advertir ni discriminar nuestros propios defectos…

Y esto porque, es solo en esa condición, la de ser extranjero, que muchas veces advertimos el uso de palabras cuyo sentido desconocemos; o de otras que son utilizadas con un sentido diferente al que acostumbramos o que nos resulta diverso. No puedo dejar de recordar mi primera visita a Caracas en mis tiempos de colegio; al finalizar la cena en mi primera noche como huésped de una casa de familia donde tuvieron la gentiliza de alojarme, el dueño de casa se dirigió a su esposa en los siguientes términos: “Oye Chucha, que tal si tiramos un palito”… Solo más tarde pude darme cuenta que lo que el anfitrión insinuaba a doña Jesusa era solo que le parecía adecuado y pertinente que tomáramos un traguito!

Igual confusión se me presentó una tarde en mi primera llegada a la ciudad de México. En medio de tanto uso de pinche, padre y chingón, no lograba captar el completo y cabal sentido de la voz “naco”. Entonces le pregunté al dependiente de la recepción en el hotel y este muy orondo me contestó que naco quería decir pinche; mas, cuando de nuevo le indagué por el sentido de este último término, lo que me supo responder fue ya para la risa: “pinche, pos lo mismo que naco!”, me dijo, sin reparar en mi desconcierto…

Creo que solo siendo forastero uno puede captar todas aquellas voces que nos resultan ajenas o que, no siéndolo, se utilizan con un sentido diferente. Voces y expresiones como catire, carajito o echarle pichón (Venezuela), lisura (Perú), macana o quilombo (Argentina), descueve o raje (Chile), güey o güero (México), peste -por gripe o enfermedad- (Colombia), pisto o culebrón (España), solo nos convencen de la riqueza formidable que puede tener un idioma; y a la vez nos persuaden que el sentido que tienen las palabras no es otro que el que queramos darles nosotros mismos.

Cuál no sería mi sorpresa cuando un día escuché a una amiga colombiana que decía que le habían “motilado la capul”, con lo que quería expresar que le habían recortado su cerquillo. Fue ella misma quien me comentó otro día que en Colombia se usaba el término “chucha” para designar a una rata enorme: es decir, a nuestro poco atractivo pericote!

Idéntico asunto puede suceder con nuestra personal forma de hablar, ya que parece que no caemos en cuenta, en nuestro trasiego coloquial, que tendemos a insistir en los mismos términos. De este modo, parece que se nos va haciendo costumbre el uso repetitivo de las mismas palabras. Una tarde descubrí que unos individuos un tanto traviesos (pues de todo hay en la viña del Señor) les habían apodado con el remoquete de “los espectaculares” a una pareja de otros buenos amigos, todo porque se habían dado a utilizar para sus siempre superlativos alardes, y en forma bastante insistente, ese no muy imaginativo adjetivo…

Con las voces -y en particular con los adjetivos- se corre el desdichado riesgo de que cuando las repetimos con insistencia, estas van perdiendo su fuerza; y ello sucede de tal manera, que pronto terminan por carecer de vigor y pierden, además, su semántico contenido. Cosa grave es la distorsión de los apelativos!

Dammam, Golfo Pérsico
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