12 diciembre 2013

De embudos y soluciones

Dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones; es probable que, con la modernidad, ese mismo -sinuoso y tortuoso- camino, se diferencie en un solo aspecto: en que hoy se encuentra pavimentado. Uno entonces se pregunta: por qué, a pesar de todos los esfuerzos en los que se parece emprender, a pesar de todas las nuevas obras que se construyen e inauguran por doquier, el tránsito vehicular se hace cada vez más caótico, por qué es que los problemas de congestión vehicular no sólo se intensifican, sino que parecen adquirir inconveniencias cada vez más agudas e insoportables.

Es como si la problemática tuviese ribetes que lejos de crecer al ritmo con el que se expanden las ciudades, cobraría un ritmo exponencial, uno caracterizado por un vértigo avieso, frente a lo cual todo esfuerzo o iniciativa se convertiría en inadecuada e inútil; en donde, a pesar de las iniciativas emprendidas y las soluciones implementadas, los problemas de tránsito vehicular se van convirtiendo día a día en más insolubles, en cada vez más tortuosos e insufribles.

Esta preocupante reflexión nos hacemos cuando observamos los continuos y exasperantes "embudos" que encontramos en nuestros desplazamientos por la ciudad de Quito. ¿Tiene todo esto una lógica natural? En otras palabras: ¿nada existe que se pueda hacer frente a esta tan incómoda como desesperante realidad?, ¿es este el inevitable precio que se debe pagar frente al crecimiento de las ciudades?

La respuesta, obviamente, no puede ser sino un rotundo no. De otra manera, ¿cómo se entiende que los problemas de tránsito, y su congestión, hayan sido eficientemente atendidos en ciudades mucho más populosas? ¿Qué explica que la problemática de la movilización haya sido atendida con admirable eficacia en aquellas ciudades y metrópolis que exhiben justamente un tamaño considerable?

Frente a esta reflexión habremos de coincidir en que hay una lógica que ha sido soslayada. Surge nuestra sospecha que no hemos sabido aprovechar los procesos y la experiencia de otras latitudes. Y lo más grave: que hemos querido inventar lo que ya estaba inventado, con el agravante que caímos en el prurito de ir probando e implementando soluciones a medida que los problemas se iban presentando. Esto, lamentablemente, equivaldría a no hacer un diagnóstico de la enfermedad del paciente, sino a ir atendiendo a los diferentes síntomas de la enfermedad que lo aqueja, a medida que se fueran presentando.

Uno se pregunta además ¿cómo es posible que se haya exacerbado esta realidad en un país que se jacta justamente de poseer carreteras de primer nivel, vías que en ciertos tramos no pueden sino merecer el calificativo de ejemplares? Y este parece constituir parte del problema de fondo: mientras aquellas carreteras tienen para el ciudadano un uso no frecuente, u ocasional, en cambio la vía de expedita descongestión es un necesario instrumento de uso permanente para el residente de las ciudades con mayor número de habitantes.

Y esto es justamente lo que ya hace falta en la ciudad de Quito: verdaderas autopistas, vías de alta velocidad que permitan la fluidez de movilización y la descongestión de los puntos de atasco que se presentan en ciertos sectores de la urbe. Esto exige, en forma indudable, dos importantes aspectos: planificación y presupuesto; pero, las importantes e impostergables inversiones que se deben efectuar requieren de diseños adecuados, reclaman la participación técnica de organismos y de empresas que tienen experiencia en este tipo de obras de infraestructura. Las soluciones ya están inventadas; pero nos hace falta salir de nuestro provincialismo y buscar nuevos y más agresivos remedios. No curemos los achaques, curemos las enfermedades!

Quito
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario