20 diciembre 2013

Entre la traición y la mojigatería


Existen novelas que tienen un definitivo carácter simbólico; sobresale "El conde de Montecristo", obra cimera de Alejandro Dumas, ella representa el epítome de la venganza. Destácase otra, una que me he tardado en repasar -tanto porque lo hice un poco tarde, cuanto porque su lectura supo tomarme una buena dosis de tiempo-; se trata de "La Regenta" de Leopoldo García-Alas, "Clarín"; esta es la historia de una traición afectiva o, si se prefiere, la de un triángulo amoroso donde el personaje ausente es irónicamente el ingenuo y ultrajado marido.


La obra relata como compiten dos pasiones imposibles. Ella narra las oscuras y clandestinas obsesiones que afectan a dos rivales, enamorados en la condición equivocada: el uno porque es cura (funge de confesor de la heroína y ejerce la posición de canónigo de la villa); el otro porque, aunque es el reconocido Don Juan o Casanova de una ciudad provinciana, es a su vez el cercano amigo de un ex dignatario, cuya insatisfecha mujer lo había desposado sin estar enamorada.


Ana Ozores, la regenta, es la hermosa mujer que camina al filo de una doble cornisa: el adulterio al que cede con reticencia y el sacrilegio ante el que ella no transige, pero que no imagina, ni tampoco persigue. Al principio, su misticismo parecería enardecer el confuso sentimiento del eclesiástico, pero más tarde los recursos del irresistible conquistador y la conciencia de incompleta felicidad de la dama dan paso a una relación que desemboca en inesperados desenlaces.


Todo esto acaece en una ciudad gazmoña, donde Ana atrae por su hermosura y por la curiosidad y morbosa atención que despierta. El nombre mismo de la ciudad -Vetusta- ya parece insinuar aquella mezquindad de sus estamentos e instituciones o aquel burdo anacronismo de una actitud influenciada por la mojigatería. A veces parecería que la víctima no estaría encarnada por el esposo agraviado, sino por los dos enamorados que, a su turno, habrán de enfrentarse al prejuicio, la envidia y la hipocresía de una sociedad fisgona y decadente.


Daría la impresión que el verdadero personaje central no es la mujer del cándido regente, sino el altivo Magistral, aquel canónigo elocuente, que está dominado por la ambición y la fatuidad. Él es el prototipo del cura soberbio y bien parecido, que mezcla en su porte el talento, la elegancia y aquella rara magnanimidad que parece embozar su propia concupiscencia: “Aquel canónigo estaba enamorado como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico que ella se había figurado… El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira… ¡La amaba un canónigo!”


El final es un juego de pasiones encontradas. El mancillado regente, que ha llegado a descubrir el interés del canónigo por su esposa y que ha declarado que hubiese preferido encontrarla en manos de un amante, descubre la realidad de la doble traición con que se le afrenta. Busca entonces resarcir el baldón que pesa sobre su honor con la proposición a un duelo del que resulta la víctima inevitable.


Creo haber leído que los críticos encontraban una sugerente similitud entre "La Regenta" y "Madame Bovary" de Flaubert e incluso con "Anna Karenina" de Tolstoi. Sea lo que fuere, la obra constituyó un importante referente para el desarrollo de la novela del siglo XX. El escrúpulo que puso Leopoldo Alas para describir los personajes secundarios, y para relatar los episodios paralelos, recuerda la tradición rusa; recurso este que está siempre presente en las obras maestras de la literatura. "La Regenta" es quizá la más importante novela española después de “El Quijote”. Es difícil concebir que cuando fue publicada por primera vez, su autor contaba apenas con treinta y tres años de edad. Detalle realmente sorprendente!


Quito
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