18 diciembre 2013

Mera, Mera!

Nos conocimos en la edad de la inquietud y de las preguntas sin respuestas… Él también se había hecho, como yo, piloto. Fueron, esas, jornadas de un desarrollo impetuoso que había impulsado a la aviación. Unos nos habíamos entusiasmado por la aviación tradicional; él, sin embargo, un poco más aventurero quizá, había optado por algo que surgía como nuevo: se había decidido por los helicópteros. Pasado el tiempo, las circunstancias nos reunieron en una misma cabina, fuimos colegas de la misma aerolínea, compartimos una serie de vuelos y de viajes. Así lo fui conociendo y fui, poco a poco, percibiendo sus inquietudes y preferencias.

Sus tráfagos con la selva y la operación petrolera lo habían puesto en contacto con gente alegre y de ímpetu dicharachero; la vida laboral lo había expuesto así a un contagio inevitable con los decires, aforismos y estribillos de una gente que había aprendido a enfrentar la vida con mucha maña y poco afán. Podría decirse que, sin que él mismo hubiera caído en cuenta, se había adueñado de todas esas sentencias y divertidos apotegmas que identificaban a sus colegas transeúntes. Sus dichos y proverbios eran ya parte de su identidad; ya no podía prescindir de ellos. Uno disfrutaba escuchando sus refranes, que ya formaban parte de aquella impronta informal que definía su catadura; eran la huella de su personalidad…

Era más bien un hombre enjuto. Aunque el ancho de sus opulentos mostachos no hacía juego con la dimensión de sus caderas descarnadas. Quizá esa estrechez había dado pábulo para que los chuscos distorsionaran su diminutivo. Por ello desde temprano habíamos dejado de llamarlo Julito. Así, la C había invadido el inicio de su nombre y se había apoderado de la primera parte del apelativo…

Mas, la vida de los trasiegos de la aviación exigía algo más que la patochada y el chiste compartido; esas jornadas demandaban mucho de seriedad y de arduo y responsable compromiso. En sus empeños por prepararse para comandar algún día esos mismos aparatos que nos había tocado compartir, él hacía renovados esfuerzos por demostrar sus mejoras y progresos. Si algo de su desempeño no se ajustaba a lo que se había propuesto, su gesto de auto reproche lo expresaba con la burlona repetición de su apellido. Mera! Mera! exclamaba. Así recriminaba sus errores y así se reconvenía a sí mismo.

Hoy lo he recordado de pronto. Ha sido a propósito de unas declaraciones que ha efectuado el Secretario Jurídico de la Presidencia en el sentido de que las Fuerzas Armadas “son obedientes y no deliberantes”. Lo ha hecho en referencia a la posición que han hecho pública los mandos de esa institución frente a que no han sido consultados con respecto a un proyecto de Código de Seguridad Ciudadana. Ha mencionado el funcionario que “los militares cometen un error” al creer que así debe procederse…

Creo que quienes “están mal informados” son quienes están persuadidos que se pueden hacer cambios importantes en la institución armada sin consultar a sus principales responsables. Aquello de la supuesta “obediencia y prohibición de deliberar”, que se exige a las Fuerzas Armadas, cuenta para asuntos decisorios de carácter político; pero tal disposición no puede caer en el terreno de esos otros aspectos que son parte de la vida de la colectividad y, memos aún, de los que son parte intrínseca de su propia actividad y de su ejercicio administrativo. ¿Por qué no se ha de consultar a quienes conocen sus instituciones y son parte interesada?

Esta en una hora en que las Fuerzas Armadas están empeñadas en redefinir su misión. Esto resulta impostergable cuando ya se ha superado el secular conflicto limítrofe. Por eso, cuando escucho al imperioso funcionario, no puedo dejar de recordar a mi querido colega. Y se me hace inevitable repetir: Mera, Mera!

Quito
Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario