03 diciembre 2013

“Tolle et lege” (Toma y lee)

Es curioso como los libros parecerían recomendarse por su propia cuenta… Aquellas sugerencias parecerían realizar un viaje indefinido, un círculo que se expande, que se diversifica y que luego se multiplica hasta que, al final, se cierra. De esa guisa -y gracias a un colega de oficio y de lectura- fue como, un cierto día, accedí a las obras de un escritor a quien no había explorado todavía y cuyo estilo irreverente habría de captar mi atención: me refiero a Arturo Pérez Reverte. Este autor habría de confirmarme una recomendación que un buen día había leído en el prólogo de una novela. Estaba hecha por el ilustre Benito Pérez Galdós.

Fue de ese modo, que un día puse curso a la lectura de "La Regenta", de Leopoldo Alas, conocido también como “Clarín”; y sería por medio de esta novela extensa y absorbente que, a su vez, volvería a la obra de Agustín de Hipona, el pensador que es promotor de muchas de las ideas y creencias que, de algún modo, también estuvieron impregnadas en la educación que recibí en mi niñez y juventud. Es imposible meditar en aquellos conceptos que escuchábamos en esos tiempos -pecado original, salvación o libre albedrío- sin dejar de pensar en San Agustín.

Voy a veces a Argelia, la tierra que fuera de San Agustín. Se observa, esta, como una campiña de paisajes ondulados, acariciada -como está- por las sosegadas aguas del Mediterráneo; es poseedora de una generosa vegetación que nadie pudiese imaginar que sirve de preámbulo al que, poco más al sur, se convierte en uno de los desiertos más extensos que existen en el planeta. En los tiempos de Agustín pertenecía a la provincia romana de Numidia, en el norte de África. Allí, hijo de un hombre pagano y de una devota mujer cristiana, Santa Mónica, había nacido este filósofo que se convertiría en el más influyente de la Iglesia y cuyas ideas servirían como cimiento de la filosofía cristiana y de la cultura occidental.

Agustín era escorpión, como yo; aunque, claro -como yo-, tampoco creía en esa cosas (en los horóscopos). Su juventud quedaría reflejada en sus “Confesiones”, donde se advierte una mezcla de hedonismo -ese que lo marcó en aquella edad- con sus continuos coqueteos con la metafísica. Fue un tiempo en que él pedía a Dios para que “le dé castidad y continencia, aunque no todavía”… Su dialéctica posterior fue un esfuerzo para armonizar la razón con la fe. Agustín contaría más tarde el episodio que produjo su conversión y que sería un factor determinante para el resto de su vida: estando un día en el jardín de su casa, habría escuchado una extraña voz infantil. El mensaje le impulsaría a buscar la Biblia. “Tolle, lege”, le susurraba aquella voz; lo que en latín querría decir: “toma y lee”.

Tengo un hijo que se llama Agustín. Su nombre obedece a nuestro deseo, al que tuvimos sus padres, de encontrar para sus hijos nombres del santoral español. En su caso, fue Andrés el nombre que se había escogido. Sin embargo, por esos caprichos que tiene la fortuna, uno de sus primos se adelantó en nacer y fue ya tarde cuando nos enteramos que tendría el mismo nombre que ya habíamos escogido. Cuando volví a casa, reanudé la búsqueda de algo que había estado indagando en la enciclopedia… ahí apareció por casualidad un nombre que captó mi atención, era el nombre que habíamos estado buscando; así escogimos el de Agustín.

A veces me pregunto por qué es que nos hemos saltado la lectura de ciertas obras que, como en el caso de “La Regenta”, nos introducen en una trama alambicada que pone en juego, en forma genial, la psicología de los personajes. Solo puedo columbrar que tal vez se debió al influjo exagerado que, durante un tiempo, ejercieron los escritores del “Boom latinoamericano” sobre nuestra generación. Puede que haya sucedido, como en la historia de los “corderos de Panurgo”, que nos habíamos dado a leer sólo lo que los otros nos sugerían… Hoy, aunque un poco a destiempo, he descubierto a “Clarín”. Leopoldo Alas es un asturiano universal; su nombre de pluma ya sugiere un despertar de trompetas, una auspiciosa epifanía. Por eso susurro también: “Tolle et lege”. Toma y lee!

Jeddah, Arabia
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