16 diciembre 2013

SM… y la sabiduría

Voy a llamarlo de “SM”, por brevedad, aunque aclaro que no es una abreviada forma de “Su Majestad”. Fue un antiguo aeronauta, cuyo prematuro retiro de los cielos del mundo él ha tratado de compensar con sus persistentes travesuras en el espacio cibernético. Así es como suele hacerme llegar, en esas prolongadas cláusulas de ocio, ciertas curiosidades y algunos de sus descubrimientos. Hay veces que sus hallazgos se caracterizan por la turgencia y la femenil carencia de abrigo… Hay otras -ciertamente pocas-, en que son la filosofía y la moraleja las que gozan de preferencia frente a aquellas rotundas siluetas que parecen estar marcadas por la opulencia y el erotismo.

Hoy me ha hecho llegar una vieja historia. Está tomada del libro “Palabras de fuego”, según su referencia (aunque sospecho que ya la había leído yo en “El hombre que calculaba”). Ella refiere que un moribundo dispone la herencia que han de recibir sus tres hijos. La heredad consiste en diecisiete camellos, que deberán repartirse -de acuerdo a la postrera voluntad- del siguiente modo: una mitad para el primero, un tercio para el segundo y un noveno para el tercero. Al reconocer que no pueden cumplir con la operación matemática y así satisfacer el deseo de su padre, los herederos acuden a un “erudito” que lamenta no poder resolver el acertijo. Consultan entonces a un viejo filósofo (hombre “inculto pero sabio”, de acuerdo con la referencia), quien añade un camello de su peculio y da solución al rompecabezas. La feliz conclusión determina la asignación de nueve, seis y dos camélidos respectivamente.

Aquí es cuando el ilustre y jubilado navegante me recomienda poner atención a la aparente intención y moraleja de la historia… La conseja que se desprende intentaría ilustrar la diferencia entre sabiduría y erudición; por lo que concluye diciendo: "La sabiduría es práctica, lo que no sucede con la erudición. La cultura es abstracta, la sabiduría es terrenal; la erudición son palabras y la sabiduría es experiencia" (sic). Todo esto me suena muy enjundioso… Sin embargo, hay algo de engañoso en la proposición matemática (es una inexacta suma de fracciones). Una vez resuelta la escondida añagaza, he de cuestionar la supuesta oposición entre esas dos cualidades -excluyentes en apariencia-: erudición y sabiduría.

Empecemos por el hecho contable o aritmético: el embeleco consiste en que al efectuarse la repartición, los factores de distribución suman únicamente 17/18 (diecisiete dieciochoavos). En otras palabras, solo se dispone repartir un noventa y cuatro por ciento! Por eso es que, solo al añadir la diferencia -el camello que el sabio aporta- se consigue satisfacer el matemático entuerto. En esto no advierto real cuestionamiento; es en la condición de los personajes consultados y en el sutil mensaje final -la supuesta lección o enseñanza moral- con los que discrepo:

No quisiera argumentar la discutible carencia de equidad en el reparto. Estoy consciente que en aquello de la repartición de herencias, con frecuencia se opta por distribuciones desiguales a efecto de atender las diversas necesidades de los herederos… Un punto a destacarse consiste en la supuesta calidad del erudito, quien no aprecia con sagacidad la inexactitud en la adición de las fracciones o porcentajes. Lo más cuestionable, sin embargo, es que se identifique al segundo juez con la condición de “inculto pero sabio” o de “sabio, a pesar de inculto”, pues estoy convencido que el conocimiento es siempre un aporte para la sabiduría. En otras palabras: no es un óbice, para actuar como sabio, el ser también un erudito!

A despecho de lo formulado, propongo que hay un solo modo de actuar como sabio sin contar con la fuente de conocimiento: es cuando ponemos en ejercicio ciertas virtudes positivas en nuestro trato social. Como cuando actuamos con bondad, generosidad o magnanimidad; o cuando actuamos con guante blanco; o propiciamos la reconciliación, superamos el odio o el rencor y damos paso a la indulgencia o a la compasión; o cuando toleramos lo que pudiéramos aborrecer, cuando empleamos la misericordia con los enemigos… De otro modo, siempre es más fácil encontrar la sabiduría donde existe el conocimiento.

Quito
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