28 diciembre 2013

Teoría del resentimiento

“Muchos hombres que ofrecen la otra mejilla después de la bofetada no lo hacen por virtud, sino por disimular su cobardía; y su forzada humildad se convierte después en resentimiento. Pero, si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardíamente la venganza... Por eso son tan temibles los hombres débiles -y resentidos- cuando el azar les coloca en el poder, como tantas veces ocurre en las revoluciones”. Gregorio Marañón. “Tiberio. Historia de un resentimiento”.

Gregorio Marañón había nacido trece años antes del siglo pasado; la fortuna quiso que sea también un médico interesado en la historia y en la filosofía (o si prefieren, un filósofo e historiador interesado en la medicina). Marañón vivió sesenta años en el siglo que feneció hace sólo trece años; siglo contradictorio por lo demás, marcado por el desarrollo técnico y científico, aunque signado por el maniqueísmo político, por el absurdo de los nacionalismos y por dos grandes guerras demenciales. Un siglo marcado por la caída de los valores humanos frente al hedonismo y al consumismo.

Marañón fue uno de esos espíritus que buscan encontrar las razones de actuar que parecerían tener los hombres, para así proponer fórmulas que logren hacer más comprensible o que justifiquen su absurdo comportamiento. Un día se interesó por un personaje que había dominado el mundo (o lo que fue, en términos de influencia, el Imperio Romano) por todo un cuarto de siglo y empezó a preguntarse cómo pudo haberlo hecho un hombre tan tímido, enfermizo, inseguro y lleno de complejos; un individuo solitario e impotente, carente de amigos, resentido a rabiar, con síntomas de lepra o de alguna enfermedad similar; si no fue también un sifilítico...

Esa es justamente la biografía que pinta el médico y pensador español acerca del emperador Tiberio Julio César Augusto (42 a.C. - 37 d.C.), que vivió mientras nació, vivió, predicó su doctrina y sufrió su tormentosa pasión un judío llamado Jesús de Nazaret. Marañón calificó a su obra como la "historia de un resentimiento". En ella explora los motivos de la perversa actitud que tuvo este hombre público y presenta pruebas para demostrar el insano sentimiento que motivaba su cicatera acción.

Vivir envenenado con la inquina del resentimiento es, para Marañón, más grave que estar imbuido por el odio, la venganza o el rencor (aun peor que la ira y la soberbia, como pensaba Miguel de Unamuno). Cree Marañón que estos sentimientos pueden afectar a los seres normales, ya que además son transitorios y muchas veces pasajeros; pero que aquel otro, el del sórdido resentimiento, tiene un carácter permanente y puede incubarse únicamente donde está ausente la generosidad, donde prevalece la grosera mezquindad. Tiberio estuvo encarcelado en su personal dicotomía, los barrotes de la cárcel de su inquina siempre estuvieron construidos con el innoble metal del resentimiento.

Tiberio no fue un mal gobernante, fue un gran militar y un funcionario que supo modernizar al imperio; fue un emperador capaz, probablemente el más capaz de los que tuvo Roma. Sin embargo, el mundo lo recuerda como un ser cruel y perverso, casi en la línea de Nerón o de Calígula. Estuvo ahogado siempre en ese feo arrebato que marcó su vida. Y es que el resentido mantiene aquella pasión en el fondo de su conciencia, la incuba y la fermenta; deja que le domine y que gobierne su conducta. El resentido "es un ser mal dotado para el amor, un ser de mediocre calidad moral".

Tiberio nunca fue un gran político, nunca supo adaptarse al signo de los tiempos. Su gestión estuvo siempre marcada por esos sus insidiosos resentimientos. Es que los resentidos parecen olvidar que nada de lo humano es permanente ni eterno. Que todo es transitorio y que “los emperadores, aunque la leyenda no lo quiera, mueren, a veces, lo mismo que los demás mortales.” Sí, ellos “a veces” también se mueren...

Quito
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