16 junio 2014

El ogro del descuido

De niño aprendí que el descuido era como un ogro que arrancaba los ojos a los niños. Hoy que ya voy para viejo, si no lo soy todavía, medito con frecuencia en esa circunstancia y me confirmo en una persuasión: aquella de... ¡qué distinta sería la vida si sabríamos darle importancia a eso de mantener la concentración y aprendiéramos a ser precavidos!

Y hoy el ogro estuvo otra vez ahí, esperando nuestro primer descuido, ilusionándonos por un segundo en que seríamos el equipo ganador hasta que ocurrió ese contragolpe fatídico... Y no había sido la primera vez! Ya, en el primer minuto del segundo tiempo, cuando todavía nos sonreía la ventaja obtenida en la primera parte, caímos por primera vez en esos minutos de falta de concentración donde se producen los errores que nos toman desprevenidos...

Ya nos habían empatado, luego de ese primer descuido. Si alguien, como en los viejos tiempos, hubiese estado allí para marcarnos el tiempo, para recordarnos de las acechanzas de ese escondido enemigo, hubiera podido advertirnos que debíamos ser un poco más cuidadosos, nos habría alertado que por tratar de aprovechar una incierta probabilidad, podíamos correr el riesgo de perder todo lo conseguido. Pero nadie se levantó, nadie fue a decirnos que el 1 a 1 era un buen resultado y que no hacía falta arriesgar lo que estuvimos a tan solo un minuto de obtener. Faltaba un sólo minuto para que concluyera el partido!

Pero hay algo más. No solo se trata de un juego de precauciones y de advertencias. Se trata todavía de un asunto de mentalidad. No podemos seguir jugando un deporte en el que se gana haciendo goles, sin construir, sin atacar, poniéndonos a la defensiva, como si por el hecho de hacerlo por largos períodos y por todo el trámite del encuentro se pudiera lograr y mantener una mínima ventaja. Además, es imposible satisfacer una estrategia defensiva sin mantener un ingrediente fundamental: la irrenunciable posesión del balón. Ese control no se lo consolida pateando la pelota a cualquier lado. Solo con su posesión puede conseguirse el dominio territorial.

Y esa es la parte que todavía nos pasa factura, porque cuando el rival no observa nuestra articulación, cuando ve que el equipo no demuestra estructura -por medio de la posesión de la pelota-, reacciona, nos arrincona y se viene encima. El fútbol se convierte entonces en un tránsito de una sola vía, en donde cada ataque rival se transmuta en una nueva incertidumbre, donde nuestros seleccionados renuncian a esa misma posesión, donde todo lo que quieren es despojarle al adversario el balón para nuevamente botarlo lo más lejos posible, olvidándose que los resultados no se consiguen con casualidades, sino con la permanente búsqueda de acciones que nos permitan aprovechar una nueva ocasión.

No se trata de buscar culpables. Tampoco podemos contentarnos con aquello de que "asimismo es el fútbol"... Pero en instancias como éstas, cuando es tan preponderante eso de tratar de conseguir resultados para clasificar a una segunda ronda, los muchachos del combinado deben saber cuál es el precio irreparable que tiene eso de perder un partido. Era importante que, antes de salir a enfrentar ese confuso segundo tiempo, hubieran analizado en los camerinos las diferentes alternativas que podían ofrecer los distintos resultados. Aun con un magro empate nos bastaba. Si nos animábamos a atacar debíamos estar seguros de que no podíamos descuidar la retaguardia.

El ogro del tiempo nos arrancó los ojos. Pero... no todo está perdido. Igual que cuando nos dejábamos amedrentar por las pesadillas cuando éramos niños, tenemos que descubrir que los ogros no existen, que ellos ni arrancan los ojos, y que ni siquiera se aparecen… Todo es cuestión de que nos volvamos a despertar!

Sao Paulo

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