05 junio 2014

Un tal Epicteto

En la introducción editorial de "Aurora", una de las más tempranas obras de Federico Nietzsche, uno se encuentra con un breve aforismo; pertenece a un filósofo poco conocido. Por su nombre, y por el estilo con que la máxima está escrita, se intuye que podría tratarse de un filósofo oriental, uno de aquellos que buscan en la conformidad el secreto de la felicidad y de la armonía. El aforismo dice así: “Culpar a otros de nuestras desdichas es una muestra de ignorancia; culpamos a nosotros mismos constituye el principio del saber; abstenerse de atribuir la culpa a otros o a nosotros mismos es muestra de perfecta sabiduría”.

La sentencia corresponde realmente a Epicteto, un filósofo griego de la escuela estoica nacido en la actual Turquía y que había vivido durante los dos primeros siglos de nuestra era. Más que un filósofo, se pudiera decir que Epicteto fue más bien un moralista. Había nacido como esclavo; lo anecdótico es que había sido esclavo de un liberto romano. Vale decir que había sido esclavo de otro hombre que también lo había sido, a su vez. Nuestro filósofo, al más puro estilo de Sócrates, no habría dejado ningún escrito; la posteridad ha venido a conocer de su pensamiento gracias a la recolección parcial de sus conceptos que había efectuado uno de sus discípulos, un historiador conocido con el nombre de Fabio Arriano.

Los principios de la filosofía de Epicteto son bastante simples. Se habrían inspirado, a su vez, en el pensamiento de otros dos filósofos: Sócrates y Diógenes. Cree Epicteto que uno de los conceptos fundamentales de la felicidad humana consiste en saber discernir cuáles son los aspectos de nuestra vida que podemos cambiar; en resumen, cuáles dependen y cuáles no de nuestro libre albedrío. Para ello, hace falta identificar cuáles son los verdaderos valores y cuáles los que no tienen sino un valor aparente (como la salud, la riqueza, la posición social). Expone este pensador que el camino de la realización es la virtud, a la misma que se llega por medio de la razón, vale decir que lo realmente importante son nuestras ideas.

Los cimientos del pensamiento de Epicteto se relacionan con los medios para alcanzar la felicidad: la imperturbabilidad, una forma de profunda paz interior; la apatía, es decir el desapego o carencia de apasionamiento por cualquier forma de ambición; y una actitud de bondad permanente. Cree el filósofo que es esencial saber aceptar el destino, cualquiera que este sea, pues es algo que no se puede cambiar o alterar. El pensamiento de Epicteto no tiene, sin embargo, un fundamento conformista; cree que en base a la razón y la virtud el hombre debe procurar, ante todo, ser siempre responsable de sus actos y saber asumir sus consecuencias.

La parte medular de la filosofía propuesta por Epicteto consiste en la búsqueda de la propia felicidad personal por medio de hacer cada vez lo correcto. Lo importante, por lo mismo, es saber diferenciar y discernir lo qué es correcto de lo que no lo es. Para proceder de ese modo sugiere que es indispensable reconocer qué es lo que puede cambiarse, o qué es lo que es digno y factible de ser mejorado. Los hombres podemos controlar nuestras ideas y ambiciones, los impulsos y deseos que nos lleven a decidir sobre las opciones que puedan ser controladas por nuestro libre albedrío. Todo lo demás se relacionaría con asuntos que tendrían un valor aparente, frente a ellos nada hay que podamos hacer. Enfrentarnos a ello sería como nadar contra corriente, una segura manera de vivir en la insatisfacción e infelicidad.

Al contrario de lo que ocurre con la filosofía oriental, no es frecuente hallar en el pensamiento occidental, y particularmente entre los filósofos modernos, un tipo de idea existencial que busque una alternativa para satisfacer la realización personal. Existe en la filosofía de Oriente una opción ante la incapacidad de satisfacer todas nuestras aspiraciones: se trata de la simple estrategia de saber reducir nuestras expectativas, la capacidad de moderar o morigerar nuestra ambición. Conocido es aquel otro proverbio chino: "Yo me puse a lamentar en la puerta de mi casa porque no tenía zapatos, hasta que pasó un hombre que no tenía pies"...

Quito

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario