29 junio 2014

Dentelladas

Era solo cuestión de tiempo. Quienes seguíamos de cerca los controvertidos métodos que utilizaba el formidable atacante uruguayo Luis Suárez, sabíamos que tarde o temprano sus cuestionables recursos volverían a ganar los titulares de los rotativos. Y uno se pregunta: por qué un jugador tan hábil, poseedor de un espíritu aguerrido y favorecido por un sentido de ubicación y oportunidad tan envidiable habría de caer nuevamente en la tentación de dichas majaderías? ¿Realmente le hacía falta? ¿Qué es lo que le motiva para que transija a tan pérfidas tendencias?

Y es que Suárez, notable y prolífico delantero como es, parece que siempre quiere distinguirse por jugadas en las que mezcla su habilidad con la astucia. Es uno de esos jugadores que parecerían no favorecer el publicitado "fair play" que pregona la FIFA, entidad que gobierna el popular deporte del balompié. Suárez ha desarrollado, por otra parte, una cierta propensión para esa forma impúdica de arte dramático que es la simulación de haber sido agredido. Hay en su actitud una tendencia permanente a dar la impresión de que ha sido lastimado.

Súmese a eso las ya múltiples mordeduras que ha propiciado y el suyo es verdaderamente, si no un caso patológico, un tema para un urgente estudio clínico. Por eso, frente a un nuevo ataque en el que ha satisfecho su instinto con una tercera mordedura a un adversario deportivo, la FIFA no ha tenido más recurso que castigarle con una muy severa sanción de oficio. Frente al ingrato episodio y a sus secuelas no hay como quedarse callado. Todos los medios insisten en poner de relieve el acontecimiento; así como la sanción y las reacciones que ello ha merecido.

Pero lo que más llama la atención es la furibunda reacción de quienes sostienen que la sanción es exagerada e incluso inmerecida. En este sentido, resulta increíble tan empedernida solidaridad cuando aquí se trata de una actitud ajena a lo puramente deportivo. Una dentellada no puede equipararse con una patada o con un codazo mal intencionado, por la sencilla razón de que estas otras incidencias -que tampoco deben ni pueden tolerarse-, suceden como resultado del inevitable contacto físico.

Nadie parece advertir que en el caso de Suárez se trata de una sórdida reincidencia; y no porque ya ha sido juzgado y sancionado por sus anteriores dentelladas, esto le da derecho a que se juzgue su acción como si fuese un hecho aislado y de menor importancia. El suyo es un comportamiento inexcusable que revela una tendencia disfuncional. Cualquier jugador profesional -no de diga uno que es famoso- debe tener mucho cuidado con lo que hace. Un deportista que se destaca en su disciplina se convierte en un referente colectivo.

No es que condone las otras agresiones. Lo he venido reclamando: si la FIFA tiene la posibilidad de utilizar las ayudas de la tecnología, es inexplicable que no lo haga, no sólo para lo relativo a las faltas flagrantes y demás agresiones, sino para todo lo que pudiera incidir en la alteración de los resultados, como sucede con las simulaciones. Es tan grave este asunto que se ha convertido ya en un asunto controversial del día a día.

Lo que viene sucediendo con el delantero uruguayo es realmente vergonzoso. Suárez necesita urgente ayuda psicológica. Es probable que haya venido arrastrando un trauma desde su niñez y que haya estado utilizando este infame recurso desde hace mucho tiempo. A esto pudiera contribuir -y lo digo sin ánimo de ironizar- su disposición anatómica: sus mandíbulas parecen tener una condición conocida como "dentadura prognática", lo que pudiera favorecer esta anormal tendencia a lastimar a sus adversarios con esas inesperadas mordeduras.

La sanción creo que está bien aplicada. Si bien se medita, solo se lo castiga con su participación en los siguientes nueve partidos oficiales como parte del combinado de su país -potencialmente por este mundial y la siguiente Copa América- y por alrededor de un mes en las presentaciones de su club, pues no hay que olvidar que luego del mundial se viene un período de receso futbolístico que ha de durar casi tres meses. La sanción no parece, por lo mismo, nada exagerada; sobre todo, deja un saludable precedente para un hecho que espeluzna por lo absurdo y bochornoso.

Quito

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