12 enero 2021

De morlacos y morlaquías

El tango se llama “Mano a mano”, lo habría escrito Celedonio Flores. Es una rara mezcla de lunfardo y castellano porteño (el hablado en Buenos Aires); su letra hace referencia a aquello de estar “a manos” (“a tales”, decían en la escuela), es decir sin saldos ni a favor ni en contra en la cuenta de los favores recibidos u otorgados. Hay, en una de sus estrofas, una frase de contenido indescifrable: “los morlacos del otario los tirás a la marchanta, como juega el gato maula con el mísero ratón”. La traducción de su primera parte sería: “las monedas del ingenuo las tiras para el arranche”, si vamos de acuerdo con el diccionario de lunfardo que he consultado.

 

Procuro, con lo anterior, explicar el sentido de la voz “morlaco” que, en la jerga referida significa dinero, sentido que también aparece en la segunda acepción del propio Diccionario de la Lengua, con el sentido de moneda corriente. Nótese, además, que el DRAE recoge diversas alternativas en su primera acepción, relacionadas con la etimología italiana de la palabra (morlacco), que son las siguientes: “1. adj. Natural de Morlaquia, región de la orilla oriental del Adriático. 2. adj. Perteneciente o relativo a Morlaquia o a los morlacos. 3. adj. Que finge tontería o ignorancia”. Existe una nota, válida para las definiciones primera y tercera, de esta primera acepción, en el sentido de que “también se usa como sustantivo”. Aclaro, por mi parte, que aquí “Morlaquia” es palabra grave, carece de tilde. No es aguda.

 

¿Dónde queda Morlaquia? Pues en la parte occidental de la antigua Yugoslavia, la que da al mar Adriático, frente a Italia, y más precisamente: en Dalmacia, región que constituye la parte sur-occidental de la actual Croacia, tierra de donde proviene una raza de caninos de gran tamaño conocida por sus lunares negruzcos en un fondo blanco, que van apareciendo en los primeros meses después de su nacimiento. En resumen, es de esta Morlaquia de donde son originarios los morlacos europeos; es bueno, de una vez, saber que este último adjetivo (morlaco) es un término considerado despectivo. No es solamente un gentilicio más.

 

Si exploramos con paciencia lo referente a esos morlacos, como entidad étnica, la información es muy dispersa y asaz contradictoria. Se advierte que cuando se habla de los morlacos, sucede algo parecido a cuando se habla de los gitanos: no existe una idea clara de su origen y tampoco de su identidad. Se trata de una serie de pequeños, aunque diversos, grupos asentados en los Balcanes (es decir, no solo en Croacia sino también en Bosnia, Albania, Macedonia e, incluso, la Grecia septentrional). Son pastores; se los ha conocido históricamente con varias denominaciones. Su característica es esencialmente lingüística (hablan dialectos neolatinos en extinción, a pesar de la influencia griega o eslava); pero, además, han procurado mantener siempre sus costumbres y rasgos culturales, a pesar de que han sido absorbidos políticamente por otros grupos de distintas nacionalidades.

 

Por lo anterior, me pregunto si fue por este celo por conservar lo propio, por esa disimulada intransigencia ante las imposiciones de un nacionalismo externo, y que parecería distinguir a los cuencanos, que a alguien se le ocurrió llamarlos con ese rebuscado adjetivo. Se sabe que ya desde los tiempos de la invasión incaica, la vieja Tomebamba se había dado modos para permanecer autónoma e independiente, a pesar de su aparente sumisión. Esto, pudo haber creado recelos y prejuicios en quienes los conquistaron y quisieron integrar... ¿Será por este motivo, emparentado con lo explicado en el párrafo anterior, con aquellas otras etnias peninsulares, antes referidas, que alguien se propuso llamar con este prestado apelativo a nuestros morlacos? O ¿es todo aquello pura y mera coincidencia?

 

Según fuentes consultadas, habría sido nuestro destacado polemista mestizo Eugenio de Santa Cruz y Espejo, quién habría escrito una serie de diatribas contra los azuayos, tildándolos con ese apodo. Más tarde, Francisco José de Caldas, el sin par sabio granadino, habría querido zaherir el sentimiento cuencano, utilizando este mismo término, en apariencia despectivo, con la probable intención, como seguidor que era de Bolívar, de criticar los afanes supuestamente díscolos e independentistas de los habitantes de Santa Ana de los Ríos de Cuenca, en los años previos a la disolución definitiva de la Gran Colombia y a la integración de la Provincia del Sur, en lo que pasaría a conocerse con el nombre de Ecuador.

 

En lo tocante a la génesis del remoquete, tal parece que nadie ha conseguido aún ponerse de acuerdo. En cuanto al nombre que define a la región, ya no como morlaquia sino como morlaquía, da para pensar que dado el carácter musical del hablado de los azuayos, hasta pudiera tratarse de una cuestión de acento... Lo cierto es que nadie parece conocer porqué los habitantes de la tercera ciudad del Ecuador son conocidos por ese sobrenombre. Cuenca fue fundada en 1557, sobre las ruinas de la Tumipamba edificada por Huayna Capac, antes conocida como Guapondelig por los cañaris. El bautizo estuvo a cargo de Gil Ramírez Dávalos, que lo hizo en honor del Virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, quien había nacido en la Cuenca castellana. Hurtado escogió una atractiva llanura, bañada por los cuatro ríos que la circundan: Tarqui, Tomebamba, Machángara y Yanuncay.


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