18 agosto 2011

Arrúllame en tus brazos

Miro a mi alrededor y voy haciendo una penosa auditoria. Voy comprobando como poco a poco se han ido alejando, se han ido despidiendo (más bien, se han ido sin despedirse) tantos y tantos colegas y amigos. Han sido en vida gente buena, a quienes vi trabajar y vivir con ilusión para procurar lo mejor para sus familias; eran gente de mi misma edad en la plenitud de su aspiración vital, empezaban recién a dejar de trabajar, eran flamantes abuelos y hoy… poco a poco compruebo que ya se han ido para siempre. Poco a poco, también, voy cayendo en cuenta que sólo he pasado a ser un temporal sobreviviente…

Muchos van cayendo víctimas de una cruel y voraz enfermedad que, cuando la escuchaba de niño, sólo creía que era el término escogido para disimular un impreciso, contradictorio o no muy certero diagnóstico. Jamás dejó de llamarme la atención que la figura de un cangrejo identificara la enfermedad con el símbolo de uno de los signos zodiacales. Siempre me pregunté con curiosidad, por qué era que no se representaba con los otros signos a las demás enfermedades…

Cuando advertíamos esta insidiosa realidad, justamente con uno de esos colegas que ya se adelantó, él tenía una expresión a flor de labios: “lo que pasa ‘Albersiño’ -decía- es que ya están disparando cerca”. Similar y sencilla filosofía habría de escuchar a mi propio hermano Adrián, cuando comentaba que “quien va al anca no va atrás”. A veces, en medio de la noche, me despierto y me pregunto que cuándo será el día que uno de esos disparos, de ese francotirador desbocado que llaman destino, me convertirá en el flamante blanco de su obcecado capricho, en cuándo será el día que me baje del estribo y ya no pueda decir que voy al anca porque me habría quedado para siempre atrás!… Cuándo, si la vida es sueño, como Calderón de la Barca lo dijo, será el día que me suceda y me asignen ese inescapable despertar?

Pero… me siento, en cierto modo, protegido por una bendición escondida; es la extraña conciencia de que pertenezco a una familia de longevos, palabra que por no ser esdrújula está muchas veces signada de gravedad… Cuando se es longevo, es que no se estaría “enfermo de gravedad”, es que se estaría “vivo de gravedad”; que se pasaría a estar expuesto a cualquier clase de contingencia, frente a la cual, los longevos, se encuentran por lo general muy preparados y muy lúcidos; y quizás más concientes de la dualidad contradictoria de su propia longevidad…

Cuando estoy por pocas semanas en Quito, suelo ir a visitar a uno de mis tíos; se trata del mas viejo entre ellos, tiene ya noventa y cuatro años, pero él no piensa como que fuera un anciano, él no habla ni actúa como un viejo decrépito que le hubieran cargado los años. Hace poco tuvo una lamentable y accidental caída y a pesar de haber sufrido dos fisuras óseas, había conseguido una casi portentosa convalecencia. Fue tan sorprendente su recuperación que su andar firme y seguro ya no denunciaba que se hubiera alguna vez caído. Como él evita andar en coche o tomar transporte público, no deja de estar expuesto a estas lamentables circunstancias. Mas, esa persistencia para movilizarse por su cuenta, es quizás la que le otorga esa condición de presentarse siempre erguido; y aunque es un hombre sencillo y sin pretensiones, en ello debe afincar talvez el secreto de esa salud que va de la mano de su altivez y de su proverbial elegancia.

Similar comentario puedo hacer de mis otros tíos; en forma especial de una tía que no deja de suplantar con su dulzura la ausencia de quien fuera mi madre. Una mañana fui a pagar los impuestos en las dependencias del municipio que funcionan en Cumbayá. Al salir de esas oficinas y al cruzar la esquina, alguien llamó mi nombre desde el interior de un auto en movimiento: Alberto! Alberto! insistió. Cuando regresé a mirar para identificar la voz que me convocaba, pude darme cuenta, más por el tono que por la imagen que identifiqué, que se trataba de esa misma buena mujer que cuando venía hace muchos años a pasar el invierno en Quito, no dejaba de adularme con sus gestos y su tono protector, o que sacando un colorado billete de cinco sucres de su generosa cartera, me decía el mismo día que llegaba: “toma para que te compres alguna cosita”…

Hoy, qué no daría para por lo menos retribuirle; pero no con el importe, sino con lo mismo que con su valor compraría: una inagotable provisión de dulces y de golosinas! Pero cuando se extraña y se está a la distancia, solo quedan ganas para pedir lo mismo que alguna vez la escuchamos que tarareaba en voz baja, una melodía popularizada por Julio Jaramillo que titulaba “Como si fuera un niño”:

Acógeme en tus brazos y delicadamente

Con tus manos de rosa acaricia mi frente.

Y dime en un suspiro que tu ilusión primera,

He sido yo y entonces, mi amor, mi primavera…
… Deja que hoy me aduerma en tus senos de armiño.

Y arrúllame con besos como si fuera un niño.

Mas, cuando ya vamos para viejos y ya nos corresponde realizar ese curso intensivo de supervivencia que llaman “la tercera edad”, parecería que más empeño le vamos poniendo a evitar las ráfagas extraviadas, o a sujetarnos con ansiedad a esa anca carente de estribos, que a dejarnos acoger por esa tardía primavera constituida por una probable longevidad. Imagino que esa es nuestra cándida respuesta para procurar que una palabra que no es esdrújula, tampoco llegue a estar signada por la agudez de una achacosa gravedad… Sí, parece que solo es cuestión de acentos!

Shanghai, 19 de agosto de 2011

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario