12 agosto 2011

Otra vez arroz!

Estoy de vuelta a mi soltería honoraria y “ad hoc”. He regresado a Shanghai casi tres meses después. Priorizo el pago de las cuentas atrasadas y acumuladas; vuelvo a recorrer mis atajos y a reconocer mis acostumbrados rincones, a repetir mis rutinas y, sobre todo, a hacerme cargo de todas esas pequeñas cosas de las que normalmente se encarga el ama de casa; o que a veces hemos encargado a alguien más. Porque regresar a un sitio que se ha dejado cerrado por todo un trimestre implica realizar una variedad de tareas; pero sobre todo involucra eso de lidiar con las sorpresas. A veces es algo que funciona defectuosamente, o un cuadro que se ha caído de la pared como si lo hubieran empujado los fantasmas, o una llave que debía estar en cierto sitio y que no aparece, o un artefacto que se traba, que se encapricha y que ya no quiere funcionar…

Volver a los tiempos significa descubrir nuevos daños y reconocer flamantes falencias. Así, el primer día es un día perdido, porque se lo gasta en solucionar desperfectos y en “desfacer agravios”. La vez pasada había sido una cañería de agua caliente que se había reventado (claro, si el baño no había sido utilizado por largo tiempo); el resultado fue una intempestiva y catastrófica inundación que me impulsó a que bajara corriendo, casi como Dios me trajo al mundo, en busca de ayuda urgente con rumbo a la conserjería. Cómo explicarle al chinito de seguridad la razón de mi desesperado predicamento, con esa loca cara de angustia y con el semblante del mismo color de la magra pieza de toalla con que había cubierto mis pudores y mi confuso espanto! Debe haberse imaginado, el sorprendido guardia, que me habría encontrado cara a cara con el mismísimo demonio o que habría bajado a reportar un crimen atroz, repentino y execrable!

O como en aquella otra ocasión, que bien pudo haber pasado a los anales del oprobio, cuando en forma repentina sentí uno como ruidito imperceptible que fue cobrando la fuerza de un martilleo persistente; fue cuando advertí que había empezado a llover dentro de la misma sala, al más puro estilo de los fantásticos episodios de las novelas de García Márquez. Era que se había anegado el cielo falso, por culpa de una obstrucción en el ducto del aire acondicionado… ¿Qué hacer entonces, en la mitad de la noche, a más de poner todo lo que estuviera al alcance a buen recaudo? No, no es cosa fácil, ni simple, saber que no se puede hacer nada, mientras se cae en cuenta que el tumbado se va abombando como una canoa amenazante y repleta de agua!

En asuntos y situaciones como éstas, es cuando renuncio a mi agnosticismo y opto por creer en los ángeles de la guarda! Es cuando compruebo que ellos no tienen alas y que tienen nombre y apellido. Son los verdaderos enviados del cielo, visten unos trajes de un material rústico, hecho para forrar colchones, no se inmutan por nada y casi nunca ofrecen una sonrisa conmiserativa; son los encargados de las reparaciones. Se llaman a sí mismos “ingenieros”. Son los que nos hacen sentir que las plegarias sí suelen encontrar respuesta; ahí es cuando concluyo que las bienaventuranzas están incompletas, que debería haber una que proclame: “bienaventurados los que sufren por las cosas que se echan a perder, porque serán auxiliados”; y otra que los incluya: “bienaventurados los mecánicos que ayudan a los que no tienen ni p… idea de cómo arreglar las cosas, porque serán llamados a un reino donde nada se malogra y en donde todo estará compuesto para siempre y hasta el final de los tiempos”!

Sí, porque si hay una falencia que deba reconocer como propia, es mi inutilidad para arreglar las cosas que se dañan. No tengo ninguna habilidad para todo aquello que tiene que ver con mecanismos y herramientas! Porque, como decía uno de mis hermanos: “no soy aparente” (término antiguo que se ha vuelto a usar en el Ecuador, con el sentido de apto o adecuado). No, definitivamente, no sé tomar ni una tenaza, ni un destornillador, ni un martillo; simplemente no nací para ser mecánico! Y esto, a pesar de mi testarudez e impaciencia; porque mi inutilidad para con los fierros, solo puede ser superada por mi enfermizo empecinamiento por encontrar solución para todo aquello que mal funciona, que se hubiera resistido a operar, o que se hubiese estropeado. Ver algo que se ha dañado es algo que me puede quitar el sueño; estoy ahí, trata que trata, monea que monea, hasta que encuentro la razón de su empecinado comportamiento…

Así transcurre el primer día de esta soltería ocasional que me persuade que todos somos animales de costumbre, que podemos adaptarnos a toda suerte de incomodidad y a cualquier clase de limitación. Así compruebo que es necesario procurarse un marco básico de orden y de comodidad para organizar la vida diaria cuando se está solo, cuando se depende de uno mismo para disfrutar de un poco de confort y para poder organizarse. Es entonces que, ya arreglados los desperfectos, puestas en orden las cuentas de los servicios y habiendo provisto con generosidad la alacena y la refrigeradora, siento que estoy listo para cumplir con todas esas tareas y responsabilidades que me han encargado en esta cláusula crepuscular de mi vida, talvez la última de mi etapa profesional y aeronáutica .

Es entonces que percibo que se presenta la oportunidad para ejercitar todas esas tareas que me resultaron odiosas y antipáticas cuando fuera niño, cuando nunca me habría imaginado que ciertas cosas simples, como administrar la provisión de ropa fresca o presupuestar la adquisición y el consumo de los alimentos, serían quehaceres que algún día tendría que hacerlos por mí mismo, aun a pesar de tener la opción de disponer de alguien que pudiera aligerar esa carga de soportarse a uno mismo, en la que consiste saberse temporalmente soltero…

Sí, un nuevo día más en el paraíso terrenal; o, como lo expresarían quienes han abandonado el optimismo por la variedad: “otra vez arroz…!”

Shanghai, 12 de agosto de 2011
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